Ser Padres

Celosa de papá

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Cuando tu hijo solo tiene ojos para él.

La llegada de un hijo lo cambia todo. No solo porque pasamos de llamarnos Manu e Isa a llamarnos papá y mamá. Sino porque, sobre todo al principio, aunque convivamos codo con codo en 60 metros, nos sentimos a menudo separados por una distancia equivalent­e a la de la Gran Muralla China. Y en mitad de esa muralla, está la cosita más preciosa del mundo: el bebé. Y como todo pasa por él, de manera inconscien­te comenzamos una pequeña batalla del amor para ganarnos su corazón. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque, a veces, uno de los dos gana por goleada al otro en la alianza con el peque y el perdedor se siente más solo que la una.

Pasan casi todo el tiempo juntos

“La famosa luna de miel con mi bebé duró exactament­e lo que la baja maternal. Mi trabajo exige jornadas maratonian­as y como mi marido tenía más flexibilid­ad en su empresa, decidimos que se quedara en casa con Nicolás. Sin embargo, lo que aparenteme­nte es la solución ideal (“qué suerte que pase tanto tiempo con su papi”, me dice la gente), para mí es un infierno: llego a casa muy tarde, apenas veo a Nico (de Marcos, mi pareja, ya ni hablamos) y solo puedo disfrutar de ellos los ‘findes’. Así que lo reconozco: ¡me muero de celos! (y de cansancio)”, nos dice Susana.

¿Qué sucede? Aunque lo habitual es que sea la mujer quien reduce su jornada laboral para ocuparse de los hijos, cada vez hay más hombres que asumen esta función y que gestionan el día a día con los niños. Les llevan y traen del cole, les dan la merienda, les bañan... Lógicament­e, el adulto que se queda en casa conoce mejor las conductas del pequeño, maneja las rutinas con destreza, está al tanto de los pormenores de su desarrollo y, a fin de cuentas, se convierte en el referente principal. En realidad, al niño no le afecta que sea papá o mamá quien haga estas funciones. Pero a quien sí le afecta, y mucho, es al progenitor que pasa más tiempo fuera de casa (en este caso, mamá), ya que le cuesta mucho enganchar con las dinámicas familiares cuando vuelve al hogar.

¿Qué podemos hacer? La fórmula (una vez descartado el cambio de trabajo o de jornada) para contrarres­tar la situación es intentar que las horas que mamá pasa en casa sirvan para dedicarse a los niños (y a su pareja) todo lo posible. Esto puede provocar roces en un primer momento (sobre todo con el papi, que querrá que las cosas sigan haciéndose a su manera). Pero, con paciencia y sobre todo comprensió­n, mamá acabará teniendo su lugar y descubrien­do que en casa también la necesitan (y mucho).

Él educa mejor que yo

“Tenía tantas ganas de ser madre que nunca pensé que en el reparto de paciencia y virtudes a mí me fuera a tocar el saco vacío y a mi marido el lleno. A medida que nuestra hija ha ido cumpliendo años, he podido comprobar que no solo es que yo salte mucho antes que él, que grite más o que no tenga creativida­d ni chispa para conseguir que la niña me haga caso. Es que, como consecuenc­ia de todo ello, he asumido el papel de poli malo (todo el día diciendo lo que no se puede hacer, enfadada, etc.). Así, que mientras

mi pareja y mi hija disfrutan de una bonita tarde de juego libre, yo ando siempre detrás señalando los peligros, recordando los horarios y, a fin de cuentas, encarnando al mismísimo Pitufo Gruñón. Muchas veces me he preguntado si no será que la maternidad no es para mí... Pero entonces me calmo y me respondo: “No eres tú, es que con Don Perfecto al lado, ¿quién lo puede hacer bien?”.

¿Qué sucede? En ocasiones, uno de los dos padres tiene más madera para gestionar las situacione­s. Y esto hace que el otro se sienta inevitable­mente en desventaja. Con el paso del tiempo, lo que en principio puede verse simplement­e como que a uno se le da mejor conseguir que el niño se mantenga sentado durante la comida, o que se lave la cabeza sin llantos, puede terminar convirtién­dose en un reparto de tareas educativas bastante desigual: con uno siempre haciendo las cosas por las buenas y con el otro... por las malas. Esto puede ocasionar que el que tiene más recursos acabe cargándose de responsabi­lidades, mientras el otro claudica («hazlo tú, que lo haces todo mejor, yo paso») o que el más enfadica asuma la desagradab­le tarea de intervenir marcando los límites, mientras el otro se centra en los momentos de armonía y diversión.

¿Qué podemos hacer? La mejor solución pasa porque el que tiene más recursos los comparta con el que tiene aparenteme­nte menos. Y que el que se siente en desventaja, en vez de seguir intentando solucionar las cosas a su manera, preste más atención a las maneras del otro e intente hacerlas propias. Por ejemplo, ¿cómo lo hace papá para conseguir que la peque deje de tirarse por el tobogán (que le apasiona) para volver a casa sin rechistar? ¿En qué tono le habla para que las rabietas le duren tan poco? ¿Qué tipo de consecuenc­ias aplica cuando se porta mal?

Son almas gemelas

“A mi marido y a mi hijo les gustan las mismas cosas, pero de una forma exagerada. Y aunque estoy orgullosa de la buena pareja que hacen, no puedo evitar sentirme excluida en muchas ocasiones: los dos son felices saltando olas y haciendo castillos de arena (yo me quemo en la playa), si ven un balón, salen corriendo detrás (yo odio el fútbol) y su plan estrella es pasar la tarde montando trenes (y a mí me encanta pasear). ¿Recordáis el juego de la silla? Pues en esta familia yo soy la que pierde siempre y me quedo mirando desde fuera, como una extraterre­stre. ¡Es frustrante!”, comenta Rosa.

¿Qué sucede? A medida que crece, es normal que el niño muestre más afinidad con uno de los padres, por carácter y también por las necesidade­s puntuales de su desarrollo (durante una etapa puede ser más afín a mamá y en otra a papá). En ocasiones, estos parecidos son tan intensos que parece que el progenitor de turno es un espejo (en el que se reflejara siempre el pequeño). Cuando el papá es la estrella y no se esfuerza por ayudar a mamá a integrarse, ni le da un espacio en el que la alianza más importante es la de la pareja, ella se queda excluida de la relación y eso no es bueno ni para la pareja, ni para el hijo. ¿Qué podemos hacer? Buscar nuevas actividade­s que puedan interesar a todos por igual. Trasladar los planes al pequeño («los papás hemos pensado que hoy vamos a ir a la piscina»), en vez de someter las cosas a la votación de los tres (ya que hay dos que siempre votarán lo mismo), puede ser un buen punto de partida.

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