Ser Padres

Leer juntos

- Teresa García

Los pequeños gestos son importante­s, hija, son los que hacen que la vida, cada día, te saque una sonrisa, que tengas ganas de seguir adelante.

- No te entiendo papá- dijo la niña. No entendía por qué le había dado tanta importanci­a a que cediera el asiento a esa señora.

-Pues porque al cederle el asiento has hecho que descanse un rato, que te sonría, que te dé las gracias y que vuelva a su casa un poquito más feliz.

-Yaaa, pero yo he ido de pie.

El padre tomó de la mano a la pequeña y le contó una historia.

-Todo el bien que hagas volverá a ti de un modo u otro. A veces ni lo notarás y otras pensarás que es increíble las vueltas que da la vida. En una ocasión esperaba el autobús, era un día de enero, frío, ventoso, desapacibl­e. Estaba en una parada sin marquesina, bajo el cielo gris y nublado, muerto de frío. Las nubes se movían rápidament­e, se arremolina­ban, iban y venían sobre nuestras cabezas, amenazando con mojarnos. De pronto se puso a llover: al principio cayó una gota, luego otra, salpicando la acera. Luego la lluvia cogió fuerza y disparaba contra todos los que estábamos allí, descubiert­os, sin nada con lo que protegerno­s. Yo me cubrí un poco con mi maletín, pero era inútil. De pronto alguien a mi lado abrió un paraguas negro de lunares, pequeño pero robusto. Todos lo miramos: al paraguas, no a la persona que lo llevaba. Después oímos una voz que nos invitó a protegerno­s debajo de él: “¿Quieren resguardar­se?”. Era una llamada de rescate y una señora enseguida se refugió debajo. Entonces me fijé en la dueña del paraguas: una joven morena, no muy alta, risueña, con una bufanda de color amarillo y un abrigo rojo. Su rostro me dio paz y olvidé que estaba calado hasta los huesos. Pasó un rato y llegó un autobús. La señora que se había refugiado bajo el paraguas subió a él.

La joven del paraguas me dijo sonriendo: -¿Quiere ponerse a cubierto?

Yo me acerqué sin decir nada y una vez debajo del paraguas la miré a los ojos y le di las gracias. Ella sonrió. En ese momento me sentí como en pleno verano: feliz, vivo, agradecido. Ya no sentía la lluvia ni el frío. En el tiempo que estuvimos juntos bajo el paraguas no hablamos y el tiempo transcurrí­a lenta pero apresurada­mente. ¿Cómo puede ser? No lo sé: cada segundo era de oro, pero en realidad eran instantes fugaces en nuestras vidas.

Llegó otro autobús y ella me dijo:

-Es el mío, siento dejarlo bajo la lluvia.

Yo solo pude decir:-¡Ah! ¿Pero llueve?

Ella se rió y subió al autobús. En ese momento pensé que había sido idiota, que no le había preguntado su nombre. Pero la fortuna quiso que nos volviéramo­s a encontrar en la parada y desde entonces estamos juntos. -¡Es mamá! - dijo la niña.

-Sí, nos encontramo­s bajo la lluvia.

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