Leer juntos
Los pequeños gestos son importantes, hija, son los que hacen que la vida, cada día, te saque una sonrisa, que tengas ganas de seguir adelante.
- No te entiendo papá- dijo la niña. No entendía por qué le había dado tanta importancia a que cediera el asiento a esa señora.
-Pues porque al cederle el asiento has hecho que descanse un rato, que te sonría, que te dé las gracias y que vuelva a su casa un poquito más feliz.
-Yaaa, pero yo he ido de pie.
El padre tomó de la mano a la pequeña y le contó una historia.
-Todo el bien que hagas volverá a ti de un modo u otro. A veces ni lo notarás y otras pensarás que es increíble las vueltas que da la vida. En una ocasión esperaba el autobús, era un día de enero, frío, ventoso, desapacible. Estaba en una parada sin marquesina, bajo el cielo gris y nublado, muerto de frío. Las nubes se movían rápidamente, se arremolinaban, iban y venían sobre nuestras cabezas, amenazando con mojarnos. De pronto se puso a llover: al principio cayó una gota, luego otra, salpicando la acera. Luego la lluvia cogió fuerza y disparaba contra todos los que estábamos allí, descubiertos, sin nada con lo que protegernos. Yo me cubrí un poco con mi maletín, pero era inútil. De pronto alguien a mi lado abrió un paraguas negro de lunares, pequeño pero robusto. Todos lo miramos: al paraguas, no a la persona que lo llevaba. Después oímos una voz que nos invitó a protegernos debajo de él: “¿Quieren resguardarse?”. Era una llamada de rescate y una señora enseguida se refugió debajo. Entonces me fijé en la dueña del paraguas: una joven morena, no muy alta, risueña, con una bufanda de color amarillo y un abrigo rojo. Su rostro me dio paz y olvidé que estaba calado hasta los huesos. Pasó un rato y llegó un autobús. La señora que se había refugiado bajo el paraguas subió a él.
La joven del paraguas me dijo sonriendo: -¿Quiere ponerse a cubierto?
Yo me acerqué sin decir nada y una vez debajo del paraguas la miré a los ojos y le di las gracias. Ella sonrió. En ese momento me sentí como en pleno verano: feliz, vivo, agradecido. Ya no sentía la lluvia ni el frío. En el tiempo que estuvimos juntos bajo el paraguas no hablamos y el tiempo transcurría lenta pero apresuradamente. ¿Cómo puede ser? No lo sé: cada segundo era de oro, pero en realidad eran instantes fugaces en nuestras vidas.
Llegó otro autobús y ella me dijo:
-Es el mío, siento dejarlo bajo la lluvia.
Yo solo pude decir:-¡Ah! ¿Pero llueve?
Ella se rió y subió al autobús. En ese momento pensé que había sido idiota, que no le había preguntado su nombre. Pero la fortuna quiso que nos volviéramos a encontrar en la parada y desde entonces estamos juntos. -¡Es mamá! - dijo la niña.
-Sí, nos encontramos bajo la lluvia.