Ser Padres

Leer juntos

- Nieves López

Erealidad la quinta vida de Séneca, el gato de mi tío, no era tan mala para que siempre fuera tan arisco como se mostraba. Vivía en una casa soleada, tranquila, con una mullida cama y comida cuando le apetecía. Cualquiera hubiera sido feliz viviendo como él vivía. Sin embargo Séneca no era feliz. Nunca a nadie se le había ocurrido preguntarl­e qué le pasaba, si necesitaba algo, si había algo que echara de menos en su vida.

Un día un niño llegó a la casa. Era un vecino nuevo, un pequeño de 6 años que llamó a la puerta. El dueño de Séneca abrió: la madre del pequeño explicó que era la nueva vecina y que llamaba para presentars­e. “Este es mi hijo, se llama Luis”. El niño extendió una mano pequeñita que el dueño de Séneca apretó con entusiasmo. “Que niño tan bien educado”, pensó. Un segundo después el niño miró al gato, que se asomaba detrás de su dueño y preguntó: “¿Cómo se llama?”. “Séneca”, contestó el dueño, “pero tiene malas pulgas”. Luis miró y Séneca y dijo: “Hola Séneca,soy Luis, espero que seamos buenos amigos”.

El gato se quedó tan sorprendid­o que se marchó desconcert­ado. El pequeño se había dirigi- do directamen­te a él, por su nombre. Nunca nadie lo había hecho.

Al día siguiente, al volver del colegio, el niño llamó a la puerta. “Hola”, dijo, “he visto a Séneca desde la ventana mirándome y he pensado que igual quería jugar”. El dueño le dijo que a Séneca no le gustaba jugar, pero le dejó pasar. Cuando entró en la casa Séneca se acercó a Luis y le ofreció su pata. El niño la tomó y establecie­ron una relación muy especial que dejó con la boca abierta al dueño.

Luis hablaba con el gato, le acariciaba, le ofrecía su balón para que Séneca lo hiciera rodar y corriera tras de él. Séneca nunca se había sentido así, tan pletórico. Cuando estaba solo reflexiona­ba sobre su nueva situación. ¿Qué era lo que le había hecho cambiar? Quizás que le habían dado la oportunida­d de tener un amigo, de relacionar­se con alguien, de necesitar a alguien. Y eso le hacía muy feliz. El dueño de Séneca preguntó al niño:“¿Cómo has conseguido que cambie tanto de carácter?”. Y el pequeño simplement­e contestó. “No tenía malas pulgas, solo necesitaba un amigo”.

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