Celos entre hermanos
Compiten por todo: por el cariño de mamá o por quién tiene más patatas fritas.
¿Eternos rivales?
Quiero irme con otra familia!”, grita Pablo al borde de las lágrimas. Tiene cuatro años y siente un intenso odio hacia Javi, su hermano de tres años, un odio más o menos de la misma intensidad que el amor que experimenta cuando juegan en la bañera a los piratas. Mamá se ha puesto de su parte, como siempre, y le gustaría que Javi se muriera. Sus pensamientos le asustan y se siente fatal. Marcharse a otra casa es quizá la única forma de librarse de esa horrible sensación. Y de castigar a mamá, claro.
Su madre lo vive de otra forma. Solo sabe que cualquier tontería pone en marcha el mecanismo: si está sirviendo el helado, “él tiene más”; si dedica a uno palabras de reconocimiento, “a mí no me quieres”; si le ata los cordones al primero, “¿y yo qué?”. El intercambio verbal es lo de menos. Cada día se pelean más y se pegan con más ganas, está claro que su forma de mediar no funciona, al revés. ¿Por qué ocurre y cómo encauzar la rivalidad entre hermanos? ¿Qué errores cometemos a la hora de afrontarla?
¿Qué no debemos hacer?
No funciona buscar al culpable. Aunque lo intentemos con ecuanimidad, es inútil. Si entramos en esa dinámica (“a ver, quién empezó, qué hiciste tú, y entonces tú cómo respondiste”), solo conseguiremos que ellos intensifiquen las peleas... ¡con la esperanza de ser elegidos inocentes!
No funciona tomar partido. Eso sí que es echar leña al fuego. Y una gran fuente de injusticias. Porque, además, en el fondo jamás sabremos quién empezó o qué pasó. A lo mejor quien llora es el pequeño, pero quizá empezó provocando con un gesto sutil, sabedor de que cuando grita acudimos y regañamos a su hermano. O al revés. A lo mejor el mayor provocó al pequeño con serenas y calculadas palabras (“no jugaré jamás contigo”), y este, que aún no se sabe controlar, le ha pegado. “¡Mamá, me ha pegado!”, gimotea el mayor, que en realidad no es tan mayor. Para que los niños abandonen la senda de ge- nerar situaciones problemáticas, no hemos de decantarnos, ni participar. “Si los padres intentan averiguar quién ha tenido la culpa o no permiten que sus hijos aprendan a resolver sus propios conflictos, las peleas, en lugar de remitir, se intensificarán”, afirma el pediatra Berry Brazelton en su libro Cómo atenuar la rivalidad
entre hermanos (editorial Medici). No funciona negar o inhibir la agresividad. “Venga, haced las paces”, dice a menudo la madre de Pablo y Javi, sin querer saber más. Nuestra cultura reprime la agresividad. Pero eso solo la alimenta.
¿Cómo actuar durante la pelea?
No podemos desaparecer para que no se peleen, ni dividirnos, ni siquiera podemos ni debemos tratarlos exactamente igual, porque son diferentes. Pero podemos responder a su rivalidad de forma que su conflicto les sirva para crecer y aprender. ¿Cómo? Brazelton ofrece algunas claves:
Calmarse. Porque esta situación puede despertar, a su vez, toda nuestra agresividad. Y si respondemos con agresividad da igual el contenido del discurso, solo avivamos el fuego.
Separar a los niños. Hace falta cierta distancia, física y emocional, para afrontar la situación.
Sentarse con ellos. En una actitud no de juez, sino de observador, sin tomar partido por ninguno de ellos ni intentar encontrar culpables.
Mostrar comprensión hacia ambos y alentarlos para que cada uno asuma su parte de responsabilidad en el conflicto. Eso es lo que les ayudará a madurar. Por ejemplo, cuando acudimos al cuarto del mayor, vemos al pequeño llorando y al grande abrazando su juguete. “No me deja jugar, siempre quiere mis juguetes”, dice el mayor. ¿Cómo mostrar comprensión y dejarles hacerse cargo de la situación? Al mayor podríamos decirle: “Sé que es duro querer jugar solo y que no te dejen; a lo mejor podrías marcharte en lugar de pegar”. O mejor: “¿Qué podrías haber hecho en lugar de pegar a tu hermano?”Y al pequeño: “Comprendo que te mueres por jugar con tu hermano, pero si dice que no, debes hacerle caso”. Podemos actuar de muchas formas, pero siempre ayudándoles a encontrar la responsabilidad de cada uno en el conflicto. Sería mejor si verbalizaran su responsabilidad. Quizá es mejor que al principio lo hagamos nosotros y después ellos.
Hay una premisa que subyace en cualquier situación de rivalidad: no hay suficiente para todos. Es un prejuicio, un valor neolítico sobre el que aún se sustenta nuestra sociedad, según el antropólogo José Antonio de Marco. Por eso, transmitirles que hay suficiente para todos (suficiente amor, sobre todo), hará la rivalidad más llevadera. Lo transmitimos evitando compararlos o tomar partido por uno u otro, atendiendo a cada uno en sus necesidades, mostrando que les aceptamos en sus diferencias.