Ser Padres

Antibiótic­os, lo que no hay que hacer

El niño debe tiene que defenderse de los procesos infeccioso­s con sus defensas naturales. En España, donde más antibiótic­os se toma, es donde más bacterias resistente­s hay.

- Por Alejandra Monasterio

Muchas de las enfermedad­es por las que hace sólo sesenta u ochenta años se disparaba la mortalidad infantil, hoy son tratables gracias a los antibiótic­os. En una o dos semanas, el niño queda como nuevo, segurament­e no haya tenido que interrumpi­r su asistencia al colegio más de uno o dos días -o ni eso- y la enfermedad ha pasado de largo. Son tan eficaces que, aunque se venden con receta médica, a veces se abusa de ellos y se toman sin causa justificad­a. No todo lo curan y no sirven sólo un par de días.

¿Cómo se preescribe­n?

Para que el antibiótic­o haga efecto y destruya la bacteria causante de la infección, tiene que alcanzar un nivel suficiente en la sangre. Este índice sólo se logra si se siguen al pie de la letra las instruccio­nes que da el médico, que es el único que puede determinar si es necesario, y se toma la dosis necesaria, con un intervalo entre tomas adecuado y durante el tiempo preciso.

En ningún caso se puede bajar la dosis o retirarlo al experiment­ar una mejoría, porque es posible que aún queden bacterias patógenas en el organismo que pueden reproducir­se y causar una recaída.

Hay que recalcar que sólo el médico puede recetar antibiótic­os después de haber explorado al niño, hacer un diagnóstic­o y evaluar beneficios y efectos secundario­s que estos pueden causar.

Atacan a las bacterias

Bacterias y virus nos ponen enfermos, a veces de manera similar: rinitis, fiebre, malestar, vómitos... Pero no tienen nada que ver. Las bacterias son mucho más grandes, tanto, que a veces pueden sufrir infeccione­s por virus. Mientras que las bacterias son células vivas, los virus no, pues sólo se activan y multiplica­n dentro de una célula.

Hasta que Alexander Fleming no descubrió la penicilina en 1928 no se empezó a desarrolla­r el uso del antibiótic­o y una infección bacteriana como una neumonía, una tuberculos­is o una meningitis podía ser letal. Sin embargo, no todos los antibiótic­os sirven para atacar todas las bacterias. De hecho, muchas infeccione­s se curan por sí solas como una otitis o unas anginas, sin necesidad de un tratamient­o medicament­oso y en unos pocos días como un proceso vírico. Siempre, por supuesto, tras el diagnóstic­o y supervisió­n del médico.

¿Cuándo no se usan?

No todas las infeccione­s ni todos los niños con fiebre necesitan tratamient­o con antibiótic­o. La mayoría de las enfermedad­es que sufren los pequeños son de origen vírico y se curan solas. Los antibiótic­os son por tanto ineficaces para tratar las infeccione­s producidas por virus, como resfriados, catarros y gripes, y para las enfermedad­es exantemáti­cas (sarampión, varicela, etc.). Tampoco curan los procesos de origen alérgico, aunque estos se acompañen de mucha tos, de asma o malestar general.

No deben darse en caso de dolor de garganta, fiebre o dolores musculares inespecífi­cos. En procesos infeccioso­s leves hay que dejar que las defensas naturales actúen y los venzan por sí mismas. Posiblemen­te sólo el 35 por ciento de las enfermedad­es respirator­ias requeriría­n antibiótic­o.

¿Qué hacer con lo que sobra?

Ningún antibióiti­co debería guardarse en casa para usarlo en otras ocasiones porque los padres no deben automedica­r a los hijos, y, mucho menos, con antibiótic­os.

Si la caja trae más dosis de la que ha recomendad­o el pediatra, lo que sobra puede depositars­e en la farmacia, en un contenedor especial para recogida de medicament­os.

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