Antibióticos, lo que no hay que hacer
El niño debe tiene que defenderse de los procesos infecciosos con sus defensas naturales. En España, donde más antibióticos se toma, es donde más bacterias resistentes hay.
Muchas de las enfermedades por las que hace sólo sesenta u ochenta años se disparaba la mortalidad infantil, hoy son tratables gracias a los antibióticos. En una o dos semanas, el niño queda como nuevo, seguramente no haya tenido que interrumpir su asistencia al colegio más de uno o dos días -o ni eso- y la enfermedad ha pasado de largo. Son tan eficaces que, aunque se venden con receta médica, a veces se abusa de ellos y se toman sin causa justificada. No todo lo curan y no sirven sólo un par de días.
¿Cómo se preescriben?
Para que el antibiótico haga efecto y destruya la bacteria causante de la infección, tiene que alcanzar un nivel suficiente en la sangre. Este índice sólo se logra si se siguen al pie de la letra las instrucciones que da el médico, que es el único que puede determinar si es necesario, y se toma la dosis necesaria, con un intervalo entre tomas adecuado y durante el tiempo preciso.
En ningún caso se puede bajar la dosis o retirarlo al experimentar una mejoría, porque es posible que aún queden bacterias patógenas en el organismo que pueden reproducirse y causar una recaída.
Hay que recalcar que sólo el médico puede recetar antibióticos después de haber explorado al niño, hacer un diagnóstico y evaluar beneficios y efectos secundarios que estos pueden causar.
Atacan a las bacterias
Bacterias y virus nos ponen enfermos, a veces de manera similar: rinitis, fiebre, malestar, vómitos... Pero no tienen nada que ver. Las bacterias son mucho más grandes, tanto, que a veces pueden sufrir infecciones por virus. Mientras que las bacterias son células vivas, los virus no, pues sólo se activan y multiplican dentro de una célula.
Hasta que Alexander Fleming no descubrió la penicilina en 1928 no se empezó a desarrollar el uso del antibiótico y una infección bacteriana como una neumonía, una tuberculosis o una meningitis podía ser letal. Sin embargo, no todos los antibióticos sirven para atacar todas las bacterias. De hecho, muchas infecciones se curan por sí solas como una otitis o unas anginas, sin necesidad de un tratamiento medicamentoso y en unos pocos días como un proceso vírico. Siempre, por supuesto, tras el diagnóstico y supervisión del médico.
¿Cuándo no se usan?
No todas las infecciones ni todos los niños con fiebre necesitan tratamiento con antibiótico. La mayoría de las enfermedades que sufren los pequeños son de origen vírico y se curan solas. Los antibióticos son por tanto ineficaces para tratar las infecciones producidas por virus, como resfriados, catarros y gripes, y para las enfermedades exantemáticas (sarampión, varicela, etc.). Tampoco curan los procesos de origen alérgico, aunque estos se acompañen de mucha tos, de asma o malestar general.
No deben darse en caso de dolor de garganta, fiebre o dolores musculares inespecíficos. En procesos infecciosos leves hay que dejar que las defensas naturales actúen y los venzan por sí mismas. Posiblemente sólo el 35 por ciento de las enfermedades respiratorias requerirían antibiótico.
¿Qué hacer con lo que sobra?
Ningún antibióitico debería guardarse en casa para usarlo en otras ocasiones porque los padres no deben automedicar a los hijos, y, mucho menos, con antibióticos.
Si la caja trae más dosis de la que ha recomendado el pediatra, lo que sobra puede depositarse en la farmacia, en un contenedor especial para recogida de medicamentos.