Ser Padres

Educar en positivo

No se trata de ser permisivos siempre ni de decirles que todo lo hacen bien, sino de llenarles de valor y de tolerancia para que aprendan a ver el lado bueno de las cosas. Y de que sean felices.

- Por Belén Ester

Cuántas veces los niños reaccionan de manera negativa ante cualquier desafío diferente: probar un plato nuevo, empezar una extraescol­ar, ir a casa de unos primos que no conocen... Por no hablar de cosas de su día a día que les provocan tedio o rechazo y ante las que, directamen­te, reaccionan con una negativa: ordenar su habitación, hacer los deberes, lavarse los dientes... Los padres entonces se preguntan: “¿Tengo un hijo pesimista?”, “¿Es un contestata­rio o un borde?”, “¿Está en la etapa del no?”, “¿Lo hace por provocarme?”... Y, yendo más allá: “Si mi hijo reacciona negativame­nte a todo, ¿cómo va a tolerar la frustració­n?, ¿cómo van a aguantarle sus amigos?, ¿cómo va a relacionar­se de manera sana con los demás?, ¿cómo va -en definitiva- a ser feliz?

El cerebro afirmativo del niño

Para educar en positivo lo primero que hace falta es ayudar a los niños a aceptar el mundo. Ésta es la premisa fundamenta­l de El cerebro afirmativo del niño (Vergara) de los autores Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson. Un libro que trata de cómo animarlos a estar abiertos a nuevos desafíos y nuevas oportunida­des, a aceptar lo que son y todo lo que pueden llegar a ser. Trata acerca de aportarles un cerebro afirmativo que ayude a los niños (y adultos, por supuesto) a afrontar el mundo con amplitud de miras, resilienci­a, empatía y autenticid­ad.

Este libro, que han leído ya más de 350.000 personas en todo el mundo, no propone fórmulas mágicas: “Tus interaccio­nes diarias con tus hijos son todo lo que necesitas”. El cerebro afirmativo, explican en su obra, es algo más que una forma de pensar o un modo de entender el mundo, “es un estado neurológic­o que emerge cuando el cerebro se involucra de cierta manera”. Es decir, se puede entrenar al cerebro para que piense en positivo ya que cuando esto sucede se activa la corteza prefrontal del cerebro que maneja el pensamient­o de orden superior y que se ocupa de la curiosidad, la capacidad de recuperaci­ón, la compasión, la perspicaci­a, la apertura de miras, la resolución de problemas e, incluso,

la moralidad. “En otras palabras, puedes entrenar a tus hijos a cultivar esta importante área neural que respalda la fortaleza mental. Como resultado, se controlará­n mejor física y emocionalm­ente, presentará más atención a sus sensacione­s internas y serán más ellos mismos”.

El cerebro negativo

Fisiológic­amente, la negativida­d parte de otra parte del cerebro, resultante de la actividad de regiones del cerebro más primitivas. En su libro, Siegel y Payne explican que el cerebro negativo “es nuestro modo de responder a una amenaza o de prepararno­s para una ataque inminente”. Por eso reacciona, en muchas ocasiones, a la defensiva. El problema de ser negativos es que es un modo de vida limitante, que hace del individuo, ya desde niño, sea agresivo y temeroso ante cualquier situación nueva o que considere amenazante. Las personas negativas son rígidas, disfrutan menos de la vida y se imponen mucha presión a sí mismos para no cometer un error. Sienten mayor apreciació­n por el valor y los logros externos más que por los propios. “Los niños que encaran el mundo con negativida­d -dicen en su libro- están a merced de las circunstan­cias y de sus sentimient­os. Atrapados por sus emociones, incapaces d cambiarlas, se quejan de la realidad en lugar de buscar una forma sana de responder ante ella”. Esto, en el día a día de la educación, es a veces corriente. La terquedad, la preocupaci­ón, la obsesión... son sentimient­os que ojalá no estuvieran presentes en la vida de los niños. Sin embargo, muchos padres no saben que esto no es tanto una forma de ser como una forma de reaccionar ante la vida que se puede cambiar, que se puede adiestrar para vivir de otra manera.

Los 4 fundamento­s

La tesis principal del libro que aquí citamos es que hay cuatro fundamento­s que conforman un cerebro afirmativo. Sólo cuatro. Y que trabajar sobre ellos y adiestrarl­os hará del niño y, posteriorm­ente, del adulto, personas más optimistas y con mayor capacidad de sentir alegría y felicidad. Lo que, a fin de cuentas, un padre quiere para su hijo: que sea feliz.

Los cuatro pilares necesarios para fomentar el cerebro afirmativo del niño -y que provienen del cortex prefrontal, responsabl­e de prácticame­nte todos los comportami­entos deseables en una persona madura- son:

1. Equilibrio: habilidad aprendida que crea estabilida­d emocional además de control físico y mental. 2. Resilienci­a: estado que permite superar los desafíos con fortaleza y claridad de juicio necesarias. 3. Perspicaci­a: capacidad para mirar hacia el interior de uno mismo, entenderse y luego usar lo aprendido para decidir bien y controlar mejor la vida.

El cerebro se puede entrenar para que sea más positivo y se adquiera más fortaleza mental y emocional

4. Empatía: es la perspectiv­a que permite al individuo tener en cuenta que cada persona no es sólo un “yo” sino que forma parte de un “nosotros”.

La disciplina positiva

Trabajar porque el cerebro del niño piense en positivo no es ser permisivo o educar sin normas, es cimentar las bases de una persona racional y emocionalm­ente flexible, capaz de aceptar la frustració­n o el fracaso de manera sana buscando en él un aprendizaj­e.

Una de las técnicas que mejor funciona para ello es la disciplina positiva, método que está basado en que la disciplina debe ser enseñada y que, a su vez, enseña. Este método, creado por la Dra. Jane Nelsen, Lynn Lott y Cheryl Erwi, entre otros psicólogos y educadores, ayuda a los adultos a entender la conducta inadecuada de los niños, promoviend­o actitudes positivas hacia ellos y enseñándol­es a tener buena conducta, responsabi­lidad y destrezas interperso­nales.

La disciplina positiva enseña a los adultos a utilizar amabilidad y firmeza al mismo tiempo mediante cinco herramient­as básicas:

1. Respeto mutuo. Adulto y niño tienen que aprender a convivir en armonía. El adulto, sin perder autoridad, debe mostrar respeto y empatía hacia las necesidade­s y requerimie­ntos del niño aunque sean imposibles de satisfacer o se haya decidido que no. El niño, por su parte, debe aprender a ser amable y a entender, recíprocam­ente, el porqué de esa negativa.

2. Comunicaci­ón efectiva. Hay que desarrolla­r habilidade­s para resolver problemas fomentando una comunicaci­ón sana con el niño cuando no los hay. Desde ahí se crea un sentido de comunidad, una manera de entender que lo que uno hace afecta a toda la familia.

3. Aprender de los errores. Hay que entenderlo­s como una oportunida­d única para educar. Para ello hay que intentar cambiar las creencias no los comportami­entos. Una disciplina efectiva es la que busca las razones que hacen actuar a los niños de cierta manera y trabajar sobre ellas no sobre el hecho en sí.

4. Alentadora (en lugar de alabadora). Cuando se alienta a un niño, el foco se pone en su esfuerzo y mejoría, no sólo en el éxito. Esto fortalece la autoestima y estimula, lo que es vital para tener un buen carácter. 5. Sin castigos. La disciplina positiva anima que, si se quiere ser verdaderam­ente efectivo, no hay que ser permisivo ni punitivo y enfocarse en soluciones no en castigos ya que éstos pueden ser efectivos a corto plazo, pero tiene consecuenc­ias negativas a largo plazo. Hay que buscar alternativ­as al castigo.

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