Ser Padres

Primera alimentaci­ón

¡No come!

- Por Emma García

Juan comía de maravilla cuando empezamos con la alimentaci­ón complement­aria a los seis meses. ¡Se zampaba todo lo que le ponía con un gusto! Hasta entonces había sido un bebé normal tirando a delgado, pero enseguida se puso como una sandía de gordo y con un añito daba gloria verlo», recuerda Patricia, su madre. Pero de pronto, con 14 o 15 meses, dejó de comer. «A todo le hacía ascos, no tenía ganas de nada y, aparte de su leche, había días que no probaba bocado», nos cuenta esta madre.

Como Patricia, muchos padres acuden a la consulta del pediatra alarmados porque su pequeño “no come nada”. Sin embargo, las palabras exactas serían que “no come como antes”. ¿Por qué? Si está sano, lo más probable es que no lo necesite. Entre el año y los dos años es normal que nuestro retoño experiment­e un parón en el crecimient­o acelerado que habíamos visto en sus primeros meses. Su metabolism­o es sabio, de ahí su aparente inapetenci­a, comparada, claro, con cómo devoraba cuando era más pequeño. Esta disminució­n del apetito ocurre en algunos niños de golpe y es normal que los padres se asusten. Pero el misterio tiene una explicació­n científica: “Un bebé de un mes dedica la friolera del 35% de las calorías que toma a crecer, porque tiene que triplicar en un año el peso que tenía cuando nació. Sin embargo, ese mismo bebé al cumplir un año destina solo un 3% de las calorías que toma a crecer”. Por eso “los profesiona­les sanitarios deberíamos tranquiliz­ar a los padres y decirles que lo que les pasa (a sus hijos) es correcto e incluso deseable. El sabio mecanismo hambre-saciedad se ha adap-

tado con la precisión de un reloj suizo al lento desarrollo del niño”, asegura el nutricioni­sta Julio Basulto.

Los cambios que ha experiment­ado nuestro hijo alrededor de esta edad también influyen. Cuando no andaba, para él era una aventura sentarse contigo o en su trona y explorar sabores y texturas. Pero ahora que no solo camina, sino que corre y escala, su mayor motivación es explorar el mundo, y quedarse sentado a la mesa delante de un plato puede no suponer mucha diversión comparado con todo lo que puede hacer. Por eso “comer poco” es parte de su desarrollo: el cerebro del pequeño necesita dar prioridad a otras cosas, pues tiene mucho que aprender, siempre y cuando, claro, sus necesidade­s nutritivas básicas estén cubiertas. Y eso solo lo sabe él mismo. No existe una regla absoluta que determine cuánta comida es suficiente para nuestro hijo. Cada pequeño tiene distintas necesidade­s calóricas, y encima estas no son las mismas en los diferentes momentos de su vida: a veces experiment­a rachas de crecimient­o y tiene que comer más de lo habitual. Por algo el Comité de Nutrición de la Academia Americana de Pediatría define el apetito infantil como “errático” e “impredecib­le”.

Según demostraba un estudio publicado en 2000 por Butte y colaborado­res en el American Journal of Clinical Nutrition, un niño puede requerir la mitad de calorías que otro de su misma edad, siendo las dos situacione­s completame­nte normales. “Así que una comida suficiente puede ser o bien el doble de lo que necesita otro niño, o bien la mitad. La única estrate-

gia válida, en suma, es dejarnos guiar por el innato mecanismo del apetito del niño”, asegura Julio Basulto.

En cualquier caso, “decidir si quiere comer y cuánto quiere comer es responsabi­lidad del niño”, insiste Julio Basulto, y no se cansa de repetirlo porque es un idea que choca con la educación que hemos recibido muchos de nosotros, en la creencia de que es casi pecado no acabarnos todo lo que nos sirven. Sin embargo, hoy en día mientras los índices de obesidad infantil se disparan en nuestro país (el 19% de los menores son obesos y hasta un 26% presenta sobrepeso, según la Agencia Española de Seguridad Alimentari­a y Nutrición), cada vez más expertos consideran que es contraprod­ucente hacer que un pequeño coma por encima de su apetito. Como no se cansa de recalcar el pediatra Carlos González, “nunca hay que obligar a un niño a comer”.

¿Algún consejo para que la madre de Juan no se desespere? “Que tenga en cuenta que, de igual manera que ningún médico le recuerda a ella que tiene que respirar, nadie debe recordar al niño que tiene que comer. Salvo en raras excepcione­s (por enfermedad­es que a ningún padre le pasan por alto), los niños comen en función de su apetito, igual que respiran en función de sus necesidade­s de oxígeno”, apunta este pediatra.

Comer es disfrutar y aprender

Comer es mucho más que llevarse comida a la boca. Se trata de todo un ritual alrededor del cual el niño se va construyen­do una forma de entender su relación consigo mismo, con su familia y con el mundo. “Los niños que comen acompañado­s son más felices. Comer es compartir, aprender, disfrutar, aprender a tratar a los que nos rodean e incluso a ser solidario. Por ejemplo, si respetamos a nuestro hijo en la mesa, él aprende no solo que es una persona digna de ser respetada, sino que también aprende (con nuestro ejemplo) a respetar a quienes le rodean”, opina Julio Basulto. Por eso, si no acabamos de quedarnos tranquilas con cómo se alimenta nuestro bebé, podemos empezar por preguntarn­os qué pasa en nuestra casa alrededor de la hora de comer. ¿Es un momento de reunión familiar, en el que se charla de forma animada y nadie se siente obligado a tragar nada que no quiera? ¿O la niña acaba llorando, su hermano con dolor de tripa y la madre jurando furiosa que no va a volver a cocinar nunca más? Analizando ese momento podemos cambiar algunas rutinas.

Decidir si quiere y cuánto quiere comer es responsabi­lidad del niño

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