Cuándo hay que introducir alimentos sólidos
No hay una ciencia exacta que diga cuándo introducir la alimentación complementaria y los sólidos en la dieta del bebé, pero sí una serie de pautas que nos ayudan a evitar los riesgos de que esa introducción sea precoz o tardía, con sus consiguientes efectos negativos en el pequeño.
Acertar con los tiempos en la alimentación de los bebés es uno de los rompecabezas a los que se enfrentan todos los padres. Si bien al principio las opciones se reducen a la lactancia materna, leche de fórmula o un mix de ambas, a medida que los pequeños van cumpliendo meses las exigencias de su dieta cambian, y no siempre de igual forma.
Según explica Luis Blesa, miembro del Comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría (AEP), “cuando el bebé recibe lactancia materna de forma exclusiva se recomienda iniciar la alimentación complementaria al sexto mes”. Sin embargo, matiza, “no existe un consenso tan claro para los lactantes no amamantados, pero se acepta iniciarla en un intervalo entre el cuarto y el sexto mes”.
Cálculos que, por supuesto, según recuerda, no están hechos al azar. Y es que hacer una introducción tanto precoz como tardía de la alimentación complementaria en la dieta del bebé puede tener efectos negativos para su salud y seguridad. De este modo, dice: “Una introducción muy precoz, antes del cuarto mes, conlleva riesgos a corto y largo plazo como posibilidad de atragantamiento o interferencia con la lactancia materna; y una introducción tardía, más allá del sexto mes, puede generar déficits nutricionales o retraso en la adquisición de habilidades motoras orales”.
El también presidente de la Sociedad Valenciana de Pediatría recuerda que para evitar tanto unos problemas como otros, es “preferible esperar a que el lactante presente signos, fundamentalmente relacionados con el desarrollo psicomotor, de que ya está listo para tragar de forma segura alimentos que no sean líquidos, y que sea capaz, por ejemplo, de mantener la postura sentada con apoyo”.
Qué alimentos son buenos para hacer la transición
Casi todos nosotros nos hemos iniciado en la alimentación complementaria tomando trocitos de fruta (manzana, pera, plátano), pero al respecto Blesa indica: “Se puede comenzar con diferentes grupos alimentarios como verduras, carne, frutas, cereales, etc., teniendo en cuenta las necesidades de cada lactante, su desarrollo psicomotor, y las preferencias y hábitos familiares”. Asimismo, recuerda: “La importancia de adaptar las cantidades respetando el hambre y la saciedad de cada niño, así como las texturas, avanzando, eso sí, pronto en éstas para estimular la masticación”.
De los 6 a los 12 meses
En cualquier caso, a su juicio, “en el intervalo entre los 6 y los 8-12 meses de edad, la mayoría de los grupos de alimentos - frutas, verduras, carne, pescado, huevo, cereales y legumbres- deberían estar presentes en la dieta de los más pequeños de la casa.
Blesa también recuerda que el gusto por los diferentes sabores (dulce, salado, ácido y amargo) se forma desde temprana edad. Por eso, si acostumbramos al paladar a sabores ácidos, como el de algunas frutas, o amargos, como el de ciertas verduras, los tomaremos con más asiduidad a lo largo de la vida, con los beneficios en la salud que ello conlleva. Además, insiste, “la exposición precoz a diferentes sabores parece disminuir el riesgo de rechazo a probar nuevos alimentos”. De ahí la importancia de no desistir a la primera cuando algún sabor no sea de su agrado. Todo lo contrario, hay que insistir.
A partir del año
A esta edad se debe promover una alimentación variada y saludable en el contexto de la alimentación familiar, pues la mayoría de niños podrán comer lo mismo que sus padres, excepto comidas muy grasas, bebidas gaseosas o energéticas, etc.”.
Será entonces, “un buen momento para revisar la alimentación de la familia, y modificar aquellos hábitos que no sean nutricionalmente saludables”. Eso sí, deberán evitarse también aquellos alimentos pequeños, duros y/o redondeados (frutos secos enteros, aceitunas, caramelos, granos de uva y similares), que conlleven un especial riesgo de atragantamiento.