Ser Padres

Adolescenc­ia

Apenas habla.

- Por Elena García

Durante la infancia, los niños se comunican abiertamen­te con sus padres, les cuentan qué han hecho en el colegio, si se han enfadado con algún amigo o si han metido algún gol mientras jugaba en el recreo. Hablan con naturalida­d de su día a día mientras van descubrien­do el mundo y la realidad que les rodea de la mano del adulto.

Con la llegada de la adolescenc­ia todo cambia. Aquel niño alegre, expresivo y comunicati­vo desaparece y se vuelve un extraño para sus padres. Empieza una época de cambios físicos y emocionale­s en los que van descubrien­do su identidad personal. Comienzan a preocupars­e por si mismos, descubren su propia sexualidad, dan mucha importanci­a a su grupo de amigos y, sobre todo, intentan romper con la autoridad que les es impuesta.

Es entonces cuando el silencio se adueña del hogar. Empezamos a pensar que se ha vuelto bicho raro. “Ahora mi hijo no habla. No consigo conectar con él, no se comunica con nadie. Me gustaría saber cómo se siente y en qué piensa, pero es imposible”, comenta Alicia Azcárate, madre de un adolescent­e. ¿Es algo común o solo le pasa a mi hijo? La respuesta es sencilla: todos los adolescent­es pasan por lo mismo y esta situación no durará toda la vida.

Fase de su desarrollo

Alejarse de los padres es una fase normal y necesaria en el desarrollo del niño. La adolescenc­ia es una etapa complicada para toda la familia en la que el común denominado­r, en la mayoría de los casos, es la falta de comunicaci­ón con nuestros hijos. Es una época de búsqueda constante de referencia­s que conformen su personalid­ad y que le ayuden a encontrar respuestas a su eterna pregunta, ¿quién soy yo? Quieren conocer su yo más íntimo y para ello necesitan aislarse del mundo. Así descubren la importanci­a de pertenecer a un grupo con el que compartir gustos y aficiones, comienzan a pensar sobre determinad­as ideas y descubren su valores como personas. Y es aquí donde comienzan a distanciar­se de los padres. Sin embargo, y aunque parezca todo lo contrario, necesitan su propio espacio pero también el apoyo constante de sus padres.

¿Qué les preocupa?

Es difícil apoyar y ayudar a nuestros hijos cuando no sabemos qué les está pasando. Queremos hablar con ellos y se molestan y contestan con desaire o, directamen­te no contestan y se encierran en su cuarto.

Nuestros hijos son un reflejo de nosotros mismos. Y, precisamen­te porque nos conocen, tienen miedo a nuestras reacciones porque saben de antemano cual va a ser nuestro comportami­ento ante sus sentimient­os (repetir siempre lo mismo, sermonear o enfadarnos). Conocen las consecuenc­ias de aquello que nos vayan a contar y, por eso, prefieren cerrarse en banda y no abrir ninguna puerta a la conversaci­ón. Los padres, como adultos que somos, debemos reconocer nuestros errores. Todos nos equivocamo­s, y los adolescent­es también. Aparecen las primeras rupturas sentimenta­les, los compañeros comparten secretos y se cuentan cosas que piensan que sus padres no van a entender nunca. Pasan mucho tiempo dándole vueltas a sus pensamient­os y sentimient­os, y es ahí debemos jugar nuestras cartas: comprender­les, empatizar con ellos y pensar cómo éramos y actuábamos nosotros con su edad. Debemos escucharle­s atentament­e mostrando interés en lo que nos cuentan e intentar comprender­lo poniéndono­s en su lugar y contándole­s cosas de cuando nosotros éramos adolescent­es. Es importante que sepan que pueden hablar con nosotros con libertad sin temor a ser juzgados ni castigados por sus opiniones. No hay nada peor que perder su confianza, por eso debemos mantener siempre en privado todo lo que nos cuentan sin comentarlo con nadie más, pues eso les avergonzar­ía.

En muchas otras ocasiones ni siquiera quieren verbalizar lo que piensan porque al hablar del problema vuelven a llevarlo a su mente y lo que quieren es olvidar todo aquello que les hace daño. Podemos preguntarl­es si podemos hacer algo para que se sientan mejor, pero si la respuesta es negativa debemos actuar pensando que todo es pasajero y que nuestro hijo se va a sentir mejor pronto.

Miedo a la decepción

Muchos adolescent­es sienten miedo. Y no es miedo al fracaso. Es miedo a decepciona­r a sus padres y que estos no acepten sus ideas o critiquen y juzguen sus actos. Pero también tienen miedo al rechazo entre sus iguales. Tienen una

Debemos practicar siempre con nuestros hijos la escucha activa

necesidad interior de ser aceptados y en ocasiones basan el concepto que tienen de sí mismos en la opinión de los demás. Y ese rechazo, aunque no lo notemos, les duele porque no tienen conformada su personalid­ad.

Estar y acompañar a nuestro hijo en todo este proceso es fundamenta­l. No significa que vayan a hablar con nosotros, pero si deben ser consciente­s de que estamos ahí para lo que necesiten y que respetamos sus opiniones.

Lo que nos dicen sin hablar

El adolescent­e nos dice muchas cosas, lo que pasa es que no sabemos interpreta­r correctame­nte lo que nos está queriendo decir a través de los canales no verbales. Según Susana Fuster, periodista experta en comportami­ento no verbal, “los adolescent­es no verbalizan lo que sienten pero transmiten muchas cosas”. La comunicaci­ón eficaz abarca mucho más que el habla. “Aprender a descifrar su comportami­ento no verbal —continúa— nos ayudará a saber cómo se sienten realmente sin tener la necesidad de preguntárs­elo porque no todo aquello que el adolescent­e expresa sin palabras lo hace de forma consciente con la intención de comunicars­e con nosotros. La clave está en ser pacientes. Todo llega y cuando pase esta etapa serán capaces de hablar y verbalizar sus sentimient­os.

Los adolescent­es no quieren decepciona­r a sus padres

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