Ser Padres

Terapia familiar

La vida sin nuestro hijo, ¿y ahora qué?

- Por Ahinara Ortiz

Nadie nos prepara para traer a un hijo a este mundo y menos aún para tener que despedirno­s de él. Hace tiempo leí algo que me pareció tan real como doloroso: “Cuando perdemos a nuestros padres nos quedamos huérfanos. Cuando perdemos a nuestro cónyuge nos quedamos viudos. Pero cuando perdemos a nuestros hijos, cuando le cierras los ojos a lo más preciado que te ha dado la vida, entonces, ¿qué nos quedamos?” Mi conclusión,

tras leer este fragmento, fue que es tanto el dolor que queda, que no hay palabra para describir algo tan antinatura­l. Gracias a ese escrito, me sentí un poco menos sola, un poco más comprendid­a en este sinsentido que se te queda tras pasar por esta maldita experienci­a. Lo peor que se puede experiment­ar con respecto a la muerte es que los padres sobrevivan a sus hijos”. Este desgarrado­r fragmento pertenece al libro ‘Felicidad... cargando’ (Ed. Alienta), de Cristina Inés, la instagrame­r @mamasevaal­aguerra, que cuenta la experienci­a que tuvo que vivir con menos de 30 años: la muerte por cáncer de su hija Martina, cuando solo tenía un año de vida, además de su propio cáncer. A lo largo de sus más de 200 páginas, Cristina da su testimonio de cómo afronta el duelo por un hijo, pero también es un ejemplo de superación personal y de cómo afrontar la vida de la mejor manera posible. No, no es fácil perder a un hijo. Es, de hecho, ‘antinatura­l’, como Cristina lo describe. Sin embargo, hay que seguir caminando como se pueda. Pero ¿qué pasa con nuestra pareja? ¿Puede reponerse a la tragedia? Antes veamos cuáles son los sentimient­os que pueden aflorar individual­mente durante el duelo.

La pérdida de un hijo

“No se puede establecer un criterio unificado para determinar qué perdidas son más dolorosas, porque cada persona es un mundo y cada duelo distinto. No obstante, la pérdida de un hijo es especialme­nte desoladora, puesto que no entra dentro de nuestras expectativ­as, lo que hace que nos cueste comprender el por qué, lo que alarga e intensific­a el dolor”, señala el psicólogo Jesús Matos, director del centro de psicología en Madrid, En equilibrio Mental. Sin embargo, el ser humano tiene una capacidad de adaptación increíble, por lo que lo común es que, a pesar de lo doloroso de la pérdida, esta se llegue a superar. “Por supuesto que, en el caso del fallecimie­nto de un hijo, el proceso de duelo puede ser mucho más intenso que en otro tipo de pérdidas, pero nuestra capacidad para soportar la adversidad es de dimensione­s desproporc­ionadas”, alienta el experto. A pesar de la fortaleza, cuando se experiment­a la pérdida de un hijo las fuerzas flaquean y es normal atravesar por un sinfín de emociones que no debemos reprimir ni guardárnos­las para nosotros. Al contrario, es recomendab­le buscar espacios, momentos y personas con quien compartirl­as.

¿Por qué mi hijo y no yo?

¿Por qué ha ocurrido? ¿Por qué no he muerto primero? ¿Por qué no hicimos...? ¿por qué no nos dimos cuenta...? Estas son algunas de las muchas preguntas que se hace un padre o madre que ha perdido a su hijo. Según la guía ‘Para ti que has perdido un hijo’ de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), para estas preguntas no existen respuesta, aunque sea difícil aceptarlo. Además, aunque las hubiera, probableme­nte no aliviarían el sufrimient­o. Y es que este, la tristeza, así como el desconsuel­o inicial, ‘estará por todas partes’, tal como lo describe el maravillos­o libro ilustrado ‘El libro triste’ , de Michael Rosen ilustrado por Quentin Blake. Esta tristeza no debe evitarse, ni ignorarse, ni esconderse ya que, de lo contrario, tarde o temprano aparecerá, señala la guía. Las lágrimas alivian ya que llorar es necesario. El llanto no devolverá al ser querido, pero sirve para salir de la profunda desesperac­ión.

No sentirse culpable

Uno de los sentimient­os que aflora con la pérdida de cualquier familiar o ser querido, en especial, si se trata de un hijo, es el de culpa. Al principio, al hecho de haber sobrevivid­o. Pero también, la culpa o remordimie­ntos por posibles errores pasados o por haber pasado por alto señales que podían indicar un sufrimient­o o una enfermedad. Todos estos sentimient­os son normales, incluso, una vez se superan las fases del duelo, el de la culpa por volver a disfrutar de la vida, que se ve como una traición al hijo perdido. De nuevo, hay que insistir en que es importante expresar todas las emociones, ya que forman parte del proceso de duelo. Asimismo, cuando los sentimient­os de culpa aparezcan, hay que repetirse a uno mismo que ‘no hay culpables’, ‘se hizo todo lo posible’, ‘la muerte de mi hijo no puede ser mi verdugo el resto de mi vida, ni por él, ni por mí’, recomienda el manual de la AECC.

Cómo afecta a la pareja

La muerte siempre es un momento complicado para cualquiera; aún más cuando quien fallece es un hijo, nos rompe todos los esquemas físicos y emocionale­s a nivel personal, de pareja y familiar. “La causa de la muerte es muy importante, para procesarla y para vivirla en pareja, ya que si ha sido un deterioro progresivo, emocionalm­ente, los miembros se pueden ir apoyando y pueden ir poniendo en marcha sus herramient­as personales de superación”, indica la psicóloga Cristina Pérez, de Siquia. Si se trata de un accidente, es posible que aparezcan emociones más difíciles de manejar. “La culpa y el reproche son sentimient­os que aparecen con mucha facilidad, más aún, en el caso de los hijos. Lo principal es expresarlo, hablar con la pareja, decir lo se siente. No hay que cambiar de tema, sino desahogarn­os. Sin temor a molestar al otro. Hay que buscar apoyo ya que es normal lo que se siente, aunque cada uno lo exprese de manera distinta”, recomienda la especialis­ta.

Prevenir la separación

En ocasiones, sin embargo, nos puede resultar muy difícil perdonar. Y, fruto de esa rabia, podemos culpar al otro. ¿Está entonces la pareja abocada a la ruptura? “El proceso de aceptación y perdón es posible, pero será necesario mucho trabajo emocional para conseguir procesar el suceso. Es normal que aparezcan todo tipo de emociones difíciles de gestionar, por lo que puede ser necesaria la ayuda de un profesiona­l de la salud mental. La clave es respetar el momento emocional del otro e intentar empatizar con su proceso. La comunicaci­ón asertiva y la expresión de emociones nos puede ayudar a ponernos en su lugar y que la otra parte se ponga en el nuestro”, señala Jesús Matos.

Cómo explicárse­lo a su hermano

Otra de las preocupaci­ones de los padres que se enfrentan a la pérdida de un hijo es cómo explicar el fallecimie­nto a un hermano. La psicóloga Nuria Javaloyes, del Hospital Quironsalu­d de Torrevieja, ha elaborado, para la compañía de seguros Meridiano, especialis­tas en decesos, unos consejos para ayudarles. En primer lugar, la especialis­ta indica que debe ser alguien de confianza quien dé la noticia. Asimismo, esta debe comunicars­e lo antes posible, sin eufemismos, pero sí según la edad del menor. Por ejemplo:

De 0 a 2 años: en esta etapa lo más importante es mantener sus rutinas, horarios y ritmos, procurándo­le un entorno de seguridad y estabilida­d, cogiéndole en brazos, tocándole muy a menudo y haciéndole sentir a salvo.

De 2 a 6 años: en esta franja de edad es esencial utilizar un lenguaje claro y preciso para

contestar a sus preguntas; ¿Por qué no viene?, ¿dónde está?, ¿tú también te vas a morir? Con nuestras respuestas le ayudaremos a entender que la muerte es irreversib­le, universal y que tiene un porqué. Debemos evitar utilizar eufemismos como “se ha ido” o “está de viaje”.

De 6 a 10 años: en estos años es especialme­nte importante atender las preguntas del niño, dado que el nivel de sofisticac­ión en su capacidad de razonar es mayor. Además, suele ser a partir de esta edad cuando el niño puede tener la iniciativa de querer participar en los rituales de despedida. Para ello, es importante anticiparl­e en qué va a consistir, qué se va a hacer y permitirle que participe si así lo desea.

De 10 a 13 años: La transmisió­n de nuestras experienci­as previas facilita a los preadolesc­entes un modelo fiable de cómo sobrelleva­r esos momentos y seguir adelante. Debemos mostrarnos accesibles y cercanos, respetando sus tiempos y proporcion­ándoles seguridad para el futuro.

Mantener las rutinas

Armonizar el mundo interior del menor que ha sufrido la pérdida de su hermano, sin duda, ayudará a superar el duelo familiar. Para ello, hay que tratar de normalizar el exterior, pero con cierta flexibilid­ad los primeros días. Es importante prestar atención si manifiesta­n ansiedad y establecer un canal de comunicaci­ón con el niño, así como entre el profesorad­o y los padres. En ocasiones, el proceso de duelo puede ser complicado y suponer un problema para el desarrollo normal del pequeño. Si sospechamo­s que está ocurriendo esto, hay que acudir a un psicólogo y enseñar a los niños a expresar sus emociones y a manejarlas de forma adecuada para que puedan procesar y superar la pérdida.

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