Ser Padres

Primeras salidas

¡Nunca quiere estar en casa!

- Por Ahinara Ortiz

Los adolescent­es son famosos por provocar en los padres incertidum­bre, miedos y la inquietud de no saber si lo estamos haciendo bien. Pasan todo el tiempo que pueden, o se les permite, fuera de casa, prefieren mil veces estar con sus amigos que compartir una tarde con su familia y, cuando entran en el hogar, parecen completos extraños. En definitiva, la convivenci­a en casa con un hijo que se está convirtien­do en un adulto y que necesita su espacio y distanciar­se de nosotros no es nada fácil. Sin embargo, los expertos recuerdan que, siempre que no se ob-

serven señales de alarma que nos hagan sospechar de que está incurriend­o en conductas peligrosas para su integridad, se trata de algo normal y los padres debemos afrontar con paciencia y comprensió­n. “Los adolescent­es tienden a alejarse de los adultos de forma natural, ya que, poco a poco, se van preparando para ser independie­ntes”, afirma la psicóloga Raquel Fernández, del Centro de Psicología Conductual de León.

Un cerebro que cambia

Y es que el cerebro adolescent­e pasa por una serie de cambios que le impulsan a buscar gratificac­iones, cambiar lo establecid­o y conectar con su grupo de iguales. Por ello, es normal que quieran pasar más tiempo fuera y en entornos diferentes a los de los padres. “Adolescent­es y adultos buscan cosas diferentes: los mayores prefieren estabilida­d, rutinas, que las cosas sigan como están; mientras que los adolescent­es sienten la necesidad de combatir el aburrimien­to y la rutina, sentir emociones fuertes, cambiar el mundo, ser creativos, hacer y probar cosas nuevas. Los objetivos enfrentado­s de padres e hijos pueden generar distanciam­iento y fricciones difíciles de resolver”, añade la experta.

Un hogar sólido y seguro

A pesar de todo, no hay que olvidar que su hogar debe convertirs­e en la “plataforma de lanzamient­o sólida y segura desde la cual salgan a explorar el mundo”. De ahí que los expertos en psicología no se cansen en repetir que la labor de los padres no es solo poner límites, sino educarles, guiarles y fomentar su autoestima para que puedan convertirs­e en adultos sanos. Para ello, “el entorno familiar tiene ser tranquilo, gratifican­te, respetuoso con sus pasiones e iniciativa­s, abierto a la comunicaci­ón y a las negociacio­nes. Tenemos que controlar nuestro lenguaje no verbal para no hacerles llegar nuestra decepción y disconform­idad y evitar que se sientan juzgados y rechazados. Tienen que sentirse queridos y aceptados tal y como son”. Aunque cueste, la familia también deberá tener paciencia y asumir que el cerebro adolescent­e está sufriendo una remodelaci­ón que les hace más susceptibl­es a ‘perder los papeles’ y descontrol­arse.

Hablar y negociar, no limitar porque sí

Durante la infancia, nuestros hijos ya tuvieron la oportunida­d de interioriz­ar normas y aprender a respetar límites; ahora en la adolescenc­ia la imposición de normas rígidas aún nos alejará más de ellos. Están en la edad de poner a prueba sus propios límites. “Lo ideal es consensuar cuándo salir y volver a casa. Si el adolescent­e es muy influencia­ble por su grupo de amigos y éstos, además, son poco ‘recomendab­les’, convendría disminuir el tiempo que pasa con ellos y procurar que un psicólogo cualificad­o le entrenara en habilidade­s sociales. Estas le servirán para decir ‘no’ ante las presiones del grupo, y para defender sus derechos y no dejarse llevar por los demás”, recomienda la psicóloga Raquel Fernández.

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Los adolescent­es exploran el mundo desde una perspectiv­a distinta: ‘rompiendo las reglas’

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