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Es sonámbulo.
Manuel tiene seis años. Un día se despierta a medianoche y va al baño, allí se lava las manos y deambula un rato por la casa. Sus padres creen que está despierto y se ha desvelado, pues pasea con los ojos abiertos, pero no contesta a lo que le preguntan o lo hace con palabras ininteligibles. Lo llevan con cuidado a la cama y al día siguiente le preguntan qué pasó la noche anterior. Él no se acuerda de nada. Ha sido su primer episodio de sonambulismo.
¿Qué es el sonambulismo?
“El sonambulismo es una alteración del sueño que, por sí misma, no es grave”, indica Sonia Esquinas, psicóloga del Instituto del Sueño de Madrid y autora del libro Cómo ayudar a los niños a dormir. Técnica del acompañamiento, un manual para enseñar a los niños a dormir con calidad de manera respetuosa.
¿Resulta peligroso?
El sonambulismo en sí no es peligroso. Se trata de un trastorno del sueño, pero es benigno. Lo que sí puede entrañar riesgos son las conductas que lleva a cabo el niño cuando está en uno de estos episodios. “Los padres deben tener cuidado con el entorno, cerrando bien puertas y ventanas, intentando que los niños duerman en una planta baja si existen escaleras en la casa...”, aconseja la experta. Se trata, en definitiva, de apartar todos los potenciales peligros que pueda encontrarse en su camino mientras está sonámbulo. Un niño sonámbulo puede abrir la puerta de la casa, aunque esté con llave, asomarse a una ventana, coger cosas de la nevera, tropezarse con objetos que estén a su paso...
¿Cuál es el tratamiento?
“Lo más habitual es que no se recurra a fármacos para tratar el sonambulismo”, apunta Sonia Esquinas. “Lo que se intenta es determinar cuál puede ser la causa (ansiedad, preocupaciones...) y gestionar esos factores”, apunta. Además, es muy importante procurar que el niño goce de una buena higiene del sueño. Esto significa que tenga rutinas y horarios a la hora de irse a la cama y que se vigile la cantidad y la calidad de las horas que pasa dormido.
¿Qué hacer en ese momento?
Cuando los padres se encuentran a su hijo deambulando por la casa a medianoche, “deben dirigirlo de nuevo a la cama sin necesidad de despertarlo”, recomienda la especialista. Si el niño se despierta en mitad de uno de estos episodios, “puede sentirse confuso y asustado de encontrarse de pronto en esa situación”, destaca. Por ello, lo mejor es conducirlo suavemente a su dormitorio. Si se negara (está dormido, aunque parezca lo contrario), hay que ser pacientes y trasladarlo con suavidad, hablándole en un tono muy relajado. Al día siguiente, el niño no recordará absolutamente nada, por lo que no se le debe regañar por el incidente, pues es un trastorno que no controla.
Sofía quiere una chocolatina. Es casi la hora de comer y su madre le dice que no. La niña sigue insistiendo sin parar, utiliza todo tipo de argumentos para convencer a la madre, lloriquea, no quiere seguir andando por la calle. La madre intenta hacerle comprender que no es buen momento, procura negociar con ella, pero la niña se niega a aceptar el no. Tiene ocho años y sus padres se dan cuenta de que cada vez es más difícil contradecir sus deseos. Sofía pasa un par de horas enfadada, no quiere comer y acusa a su madre de “no comprarle nunca nada”. Una pequeña contrariedad se ha convertido para ella, y para el resto de la familia, en todo un drama. Pero Sofía no es la única, los niños de hoy día tienen muchos problemas para aceptar la frustración, incluso en edades más avanzadas, lo que está provocando otros problemas más serios, de los que ya han comenzado a advertir los expertos.
Un deseo incumplido
“La frustración es la vivencia emocional que se tiene cuando un deseo no se llega a satisfacer”, explica Luis Abad, psicopedagogo, neuropsicólogo y director de los Centros de Desarrollo Cognitivo Red Cenit. Él lo tiene claro: “Aprender a controlar la frustración hace que sea más sencillo enfrentarnos con éxito a la vida”. Pero para muchos niños no resulta fácil. Por un lado, los estilos excesivamente permisivos de crianza les llevan a creer que tienen “derecho a todo”, y, por otro, en su mundo cotidiano “disponen de multitud de distracciones que los padres y educadores deberíamos controlar”, alerta el experto. Por ejemplo, los niños ya no deben esperar a que en la televisión emitan dibujos animados, pues acceden a canales de pago o a Internet en el momento que quieran. Si les gusta un juguete, en pocas horas pueden disponer de él gracias al comercio online... Han perdido la capacidad de esperar. Todo es aquí y ahora, y eso tiene una repercusión en su carácter y en la forma en la que se enfrentan a la frustración.
¿Desde cuándo empezar?
El niño tiene capacidad para ir aprendiendo a tolerar la frustración desde muy pequeño, practicamente “desde que empieza a comprender el lenguaje”, apunta el experto. Es una carrera de fondo, para la que hay que ir entrenando cada día. “A medida que van creciendo y teniendo más vivencias personales, estas emociones de enfado, tristeza, ansiedad o angustia van variando y cada uno tiene una capacidad o forma de enfrentarse o reaccionar ante ciertos hechos de manera diferente”, explica Luis Abad. “Cuanto más mayores son, peor solución. Atender a un problema de tolerancia a la frustración a más edad implica que hemos perdido muchas batallas y que nos han ganado mucho terreno. Todo será más complicado y habrá más sentimientos de angustia y ansiedad, tanto en el niño como en la familia”, detalla.
Educando la frustración
Enseñar a tolerar la frustración no solo tiene innumerables beneficios y ventajas en el momento presente, sino de cara al futuro. “Ser capaz de tolerar la frustración es ser capaz de afrontar los problemas que nos encontramos a lo largo de la vida, pese al malestar que nos causan”, recalca Luis Abad. “Así, pues, al considerarse la frustración una actitud, podemos incidir sobre ella, desarrollándola y trabajándola en cada caso”, tranquiliza. ¿Y cuáles son las pautas básicas para conseguirlo? Esta es su propuesta.
* Dar ejemplo. La actitud positiva de los padres para afrontar los problemas es básica ante sus hijos. Los niños aprenden por imitación.
* Buscar su autonomía. Debería ser un punto clave en la educación de cada hijo. Ser au-
tónomos les permite ser capaces de esforzarse por sí mismos en resolver los problemas que vayan apareciendo en su vida. Esa cultura del esfuerzo es fundamental.
* Dejar que se equivoquen. Hay que dejar que los hijos se equivoquen para que puedan aprender de sus errores. Dárselo todo hecho no es una ayuda, sino una protección que, a la larga, puede volverse dañina.
* No ceder a sus rabietas. Aunque el niño te lleve al límite de tu paciencia, el experto aconseja no ceder a ese chantaje emocional. Al ceder, el niño está aprendiendo que, para conseguir algo, debe aumentar la angustia de los padres para que estos acaben dando la batalla por perdida. Si el padre cede, el niño gana.
* Obligaciones ajustadas a su edad. Cuando los niños tienen que ocuparse de determinadas responsabilidades, como hacer su cama, recoger la mesa, ordenar su ropa... todo según su edad, es más probable que aprendan a tolerar la frustración, pues en muchos momentos tendrán que llevarlas a cabo aunque no les apetezcan. Eso sí, “siempre hay que proponerles objetivos realistas, cosas que de antemano sabemos que pueden hacer o conseguir con esfuerzos razonables”, explica Luis Abad.
* Ser persevertantes. El aprendizaje de la tolerancia a la frustración se basa también en la perseverancia. Los niños deben aprender que siendo constantes pueden resolver por sí mismos muchos problemas.
* Hacer deporte. La práctica deportiva es una excelente vía para practicar la tolerancia a la frustración, ya que se aprende a ganar y perder, y se ejercitan la disciplina y la constancia.
La oportunidad de aprender
El último escalón en el proceso para tolerar la frustración es convertirla en aprendizaje. Cuando los niños son capaces de afrontar los problemas por sí mismos, tendrán la capacidad de resolverlos de nuevo cuando vuelvan a aparecer más adelante en sus vidas. La labor de los padres aquí es fundamental: “Hay que ayudarles, darles la mano, marcarles retos diarios y reforzarlos ante los pequeños logros, así como enseñarles a pedir ayuda en el momento oportuno”, explica el director de los Centros Red Cenit.
Cuando hay un problema
En algunos niños, la baja tolerancia a la frustración no viene mediada por la crianza, sino por sus especiales características. Así, los que tienen algún trastorno del desarrollo, donde hay deterioro de las funciones ejecutivas (atención, memoria, control, flexibilidad congnitiva...), pueden tener dificultades para aprender de los errores y procesar la información, lo que les podría ocasionar problemas de conducta o frustración.