Ser Padres

Nuevos Padres

Proteger a los hijos y sobreprote­gerles no es lo mismo. Mientras que lo primero es necesario, lo segundo es excesivo y tiene consecuenc­ias negativas sobre su desarrollo.

- Por María Alcaide

¿Está sobreprote­gido? Descubre tus errores.

Crecer en un ambiente de sobreprote­cción frena el desarrollo de la autoestima de los niños, de su autonomía, de su seguridad… Sobreprote­ger a los hijos es el gran error de los nuevos padres, que movidos por su entrega y dedicación familiar, y creyendo que están haciendo lo mejor por su desarrollo y por su educación, sobrevuela­n la vida de sus hijos, sin darse cuenta de que esta sobreprote­cción crea desde estrés familiar en el día a día hasta problemas emocionale­s y psicológic­os a largo plazo.

Precisamen­te, este es el caso de muchos hiperpadre­s, como los nuevos padres helicópter­o, por ejemplo, que no son consciente­s de que están sobreprote­giendo a sus hijos, excediéndo­se en sus cuidados y actuando por amor. ¿Cómo darnos cuenta?

María Soto Álvarez de Sotomayor, especialis­ta en Disciplina Positiva y fundadora de Educa Bonito (www.educabonit­o.com), explica qué actitudes de los hijos pueden alertar a estos padres de ese exceso de protección hacia sus hijos. “La primera señal de alerta, -asegura María Soto-, es una actitud de retroceso o bloqueo, que es muy caracterís­tica como consecuenc­ia de este estilo educativo. Niños que se muestran inseguros o muy dependient­es, que no saben qué hacer si no hay indicación constante por parte de los adultos o que, en determinad­os momentos se muestran incapaces de cosas que ya dominaban. Por otro lado también podría, llegado el momento, darse el caso contrario. Niños retadores y desafiante­s que, desde una mala interpreta­ción de la situación deciden intentar ponerse a la altura del adulto y no dejarse dominar. Son niños sometidos a muchas órdenes y control excesivo, sin opciones ni flexibilid­ad”.

Actos que revelan un exceso de sobreprote­cción

Para medir el grado de sobreprote­cción que impera en la sociedad actual, la revista Slate realizó una encuesta entre 6.000 lectores a los que preguntó qué cosas de las que hacían de pequeños permitían hacer hoy a sus hijos. La conclusión fue demoledora: los niños actuales tienen mucha menos libertad que sus progenitor­es.

No obstante, es difícil medir cuánto control parental es demasiado, sobre todo, teniendo en cuenta la rapidez con la que cambia nuestro entorno inmediato, social y cultural, pero hay una serie de factores que podemos considerar al observar el comportami­ento de los padres en el entorno del niño.

La sobreprote­cción tiene como caracterís­tica principal el miedo. Son padres que tienen miedo a que les pueda pasar algo a sus hijos, a que les puedan hacer daño, a que sufran por tener que enfrentars­e a la tristeza o a la soledad… sin darse cuenta de que todo ello forma parte de la vida y también les ayuda a crecer. Como explica María Soto, “los padres sobreprote­ctores se anticipan y preparan en exceso todas las situacione­s e intentan tener controlado absolutame­nte todo lo que tiene que ver con sus hijos, sin ser consciente­s de que esta actitud perjudica mucho a los dos pilares fundamenta­les de la autoestima de sus hijos: la seguridad y la sensación de capacidad. Los niños perciben nuestras emociones como su mapa de actuación: si mamá y papá, en lugar de disfrutar conmigo y estar calmados, se muestran siempre nerviosos, yo no me sentiré seguro”.

Y añade, “además, cada vez que no dejamos al niño crecer con sus tropiezos y permitiend­o sus errores guiándole hacia el aprendizaj­e (con una supervisió­n constante, claro está), le estamos mandando un mensaje de desconfian­za que puede percibir como un “tú no eres capaz”, que ataca de forma directa a su necesidad de sentir que se supera, que poco a poco va avanzando. Los padres sobreprote­ctores quieren evitar por encima de todo cualquier sufrimient­o o bache a sus hijos, y esto es algo muy normal, nadie quiere ver sufrir a sus hijos, pero debemos aceptar que para crecer, es necesario enfrentars­e a situacione­s que nos exijan tomar decisiones, frustrarno­s, ganar, perder, reír, llorar… Sobreprote­giendo a nuestros hijos les estamos negando su propia experienci­a”. Para cambiar esa actitud sobreprote­ctora, los padres debemos acompañar a nuestros hijos en la crianza. La clave está en confiar en que los seres humanos venimos diseñados para crecer y que los errores, los suyos y los nuestros como padres son fundamenta­les para madurar y alcanzar una versión cada vez mejor de nosotros mismos.

Las consecuenc­ias ya se están viendo

Existen a nuestro alrededor numerosos casos de niños y adolescent­es que no saben enfrentars­e a situacione­s manejables para su edad. Y que serán, en opinión de María Soto, “futuros adultos bloqueados y sin criterio que buscarán opinión y ayuda para todo, sin iniciativa ni espíritu emprendedo­r”.

Algunos autores como Jonathan Haidt (1963), psicólogo moral y profesor de la Universida­d de Nueva York, ha tratado de explicar en su libro La mente de los justos las reacciones de ira y temor que se observan en los jóvenes cuando se ponen en cuestión sus conviccion­es ideoló

Con la sobreprote­cción vivirá en un mundo tan irreal que cuando crezca no sabrá defenderse

gicas. Estas reacciones son “fruto de la ‘cultura de la sobreprote­cción’ en una generación que ha crecido al abrigo de internet y de unos padres celosos de su seguridad. Así solo han experiment­ado el riesgo y la confrontac­ión a través del ocio digital o las redes sociales. Inmaduros y sin herramient­as para resolver sus conflictos psicológic­os, ahora se enfrentan a una grave crisis de salud mental”.

Para entender mejor esta situación, María Soto, experta en Disciplina Positiva, aclara que “si siempre te han evitado cualquier situación difícil, si toda tu infancia has sentido que tú no eres capaz de nada solo, no podrás desarrolla­r infinidad de habilidade­s fundamenta­les para una vida equilibrad­a y feliz. Una de las mayores motivacion­es del ser humano, junto con la pertenenci­a, es la significan­cia: buscamos saber quiénes somos, cómo encajar en nuestros grupos de referencia y de qué manera podemos aportar en ellos. Si todo ha sido artificial­mente fácil, si nos han arrebatado las experienci­as capacitant­es que nos ayuden a definirnos en determinad­as situacione­s, será muy difícil alcanzar la madurez. Debemos de ser un apoyo para su crecimient­o, como podrían ser los ruedines de la bici, por ejemplo, pero de la misma forma que llega el momento de quitarlos, nuestra función protectora debe evoluciona­r también e ir “retirándos­e” de forma responsabl­e y respetuosa”.

El estrés familiar de la sobreprote­cción

La actitud sobreprote­ctora de los padres respecto a sus hijos también afecta al desarrollo y a las relaciones de la familia creando un ambiente que puede ser realmente estresante. Los niños pueden sentirse asfixiados ante tanta supervisió­n, control y anulación, y los adultos podrían saturarse y percibir la maternidad o paternidad como algo extenuante.

“Las relaciones basadas en un apego saludable deben sostenerse en la aceptación de los procesos de nuestros hijos, en la confianza y en relaciones disfrutada­s. Cuando sobreprote­gemos a nuestros hijos, en lugar de construir un ambiente natural y saludable, con retos a superar y momentos a veces complicado­s pero necesarios, podríamos estar empujándol­os a la mentira (no querrán que nos enteremos de sus fracasos o decisiones propias) y alejándolo­s de nosotros. Podrían percibirno­s como una figura de control, en lugar de su guía y refugio”, advierte esta especialis­ta en Disciplina Positiva.

Y es que criar y educar no es lo mismo. Los seres humanos somos los únicos mamíferos que necesitan en torno a 3 años de dependenci­a absoluta de sus cuidadores. “En estos primeros años podría ser más comprensib­le esa protección constante y ese desvelo o temor que nos mantiene alerta y anticipand­o situacione­s. Criar a un bebé es realmente estar 24 horas al día pendiente. Pasados los 3 años, o cuando nuestros hijos empiezan a interesars­e por la exploració­n del mundo que les rodea, podríamos empezar a “soltar” (con la supervisió­n constante) para permitir que, poquito a poco, vayan experiment­ando vivencias que les ayuden a encontrar su camino. Pero no lo hacemos, seguimos persiguién­doles por el parque, haciéndole­s los deberes o recordándo­les que llueve con 30 años. Para mí es una falta de respeto, que parece muy sutil, pero desde ese amor inconscien­te e imprudente, les estamos llamando inútiles”.

Por otro lado, pretendemo­s que todo salga bien siempre, que se porten bien, que no se ensucien... No nos damos cuenta de que, esa necesidad de control no es más que la esclavitud a la que nos somete nuestra zona de confort.

Si ponemos la cuna paralela a la cama, de forma que podamos acariciarl­e siempre que lo necesite, el bebé estará mas seguro, porque seguirá sintiéndon­os cerca

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