Nuevos Padres
Proteger a los hijos y sobreprotegerles no es lo mismo. Mientras que lo primero es necesario, lo segundo es excesivo y tiene consecuencias negativas sobre su desarrollo.
¿Está sobreprotegido? Descubre tus errores.
Crecer en un ambiente de sobreprotección frena el desarrollo de la autoestima de los niños, de su autonomía, de su seguridad… Sobreproteger a los hijos es el gran error de los nuevos padres, que movidos por su entrega y dedicación familiar, y creyendo que están haciendo lo mejor por su desarrollo y por su educación, sobrevuelan la vida de sus hijos, sin darse cuenta de que esta sobreprotección crea desde estrés familiar en el día a día hasta problemas emocionales y psicológicos a largo plazo.
Precisamente, este es el caso de muchos hiperpadres, como los nuevos padres helicóptero, por ejemplo, que no son conscientes de que están sobreprotegiendo a sus hijos, excediéndose en sus cuidados y actuando por amor. ¿Cómo darnos cuenta?
María Soto Álvarez de Sotomayor, especialista en Disciplina Positiva y fundadora de Educa Bonito (www.educabonito.com), explica qué actitudes de los hijos pueden alertar a estos padres de ese exceso de protección hacia sus hijos. “La primera señal de alerta, -asegura María Soto-, es una actitud de retroceso o bloqueo, que es muy característica como consecuencia de este estilo educativo. Niños que se muestran inseguros o muy dependientes, que no saben qué hacer si no hay indicación constante por parte de los adultos o que, en determinados momentos se muestran incapaces de cosas que ya dominaban. Por otro lado también podría, llegado el momento, darse el caso contrario. Niños retadores y desafiantes que, desde una mala interpretación de la situación deciden intentar ponerse a la altura del adulto y no dejarse dominar. Son niños sometidos a muchas órdenes y control excesivo, sin opciones ni flexibilidad”.
Actos que revelan un exceso de sobreprotección
Para medir el grado de sobreprotección que impera en la sociedad actual, la revista Slate realizó una encuesta entre 6.000 lectores a los que preguntó qué cosas de las que hacían de pequeños permitían hacer hoy a sus hijos. La conclusión fue demoledora: los niños actuales tienen mucha menos libertad que sus progenitores.
No obstante, es difícil medir cuánto control parental es demasiado, sobre todo, teniendo en cuenta la rapidez con la que cambia nuestro entorno inmediato, social y cultural, pero hay una serie de factores que podemos considerar al observar el comportamiento de los padres en el entorno del niño.
La sobreprotección tiene como característica principal el miedo. Son padres que tienen miedo a que les pueda pasar algo a sus hijos, a que les puedan hacer daño, a que sufran por tener que enfrentarse a la tristeza o a la soledad… sin darse cuenta de que todo ello forma parte de la vida y también les ayuda a crecer. Como explica María Soto, “los padres sobreprotectores se anticipan y preparan en exceso todas las situaciones e intentan tener controlado absolutamente todo lo que tiene que ver con sus hijos, sin ser conscientes de que esta actitud perjudica mucho a los dos pilares fundamentales de la autoestima de sus hijos: la seguridad y la sensación de capacidad. Los niños perciben nuestras emociones como su mapa de actuación: si mamá y papá, en lugar de disfrutar conmigo y estar calmados, se muestran siempre nerviosos, yo no me sentiré seguro”.
Y añade, “además, cada vez que no dejamos al niño crecer con sus tropiezos y permitiendo sus errores guiándole hacia el aprendizaje (con una supervisión constante, claro está), le estamos mandando un mensaje de desconfianza que puede percibir como un “tú no eres capaz”, que ataca de forma directa a su necesidad de sentir que se supera, que poco a poco va avanzando. Los padres sobreprotectores quieren evitar por encima de todo cualquier sufrimiento o bache a sus hijos, y esto es algo muy normal, nadie quiere ver sufrir a sus hijos, pero debemos aceptar que para crecer, es necesario enfrentarse a situaciones que nos exijan tomar decisiones, frustrarnos, ganar, perder, reír, llorar… Sobreprotegiendo a nuestros hijos les estamos negando su propia experiencia”. Para cambiar esa actitud sobreprotectora, los padres debemos acompañar a nuestros hijos en la crianza. La clave está en confiar en que los seres humanos venimos diseñados para crecer y que los errores, los suyos y los nuestros como padres son fundamentales para madurar y alcanzar una versión cada vez mejor de nosotros mismos.
Las consecuencias ya se están viendo
Existen a nuestro alrededor numerosos casos de niños y adolescentes que no saben enfrentarse a situaciones manejables para su edad. Y que serán, en opinión de María Soto, “futuros adultos bloqueados y sin criterio que buscarán opinión y ayuda para todo, sin iniciativa ni espíritu emprendedor”.
Algunos autores como Jonathan Haidt (1963), psicólogo moral y profesor de la Universidad de Nueva York, ha tratado de explicar en su libro La mente de los justos las reacciones de ira y temor que se observan en los jóvenes cuando se ponen en cuestión sus convicciones ideoló
Con la sobreprotección vivirá en un mundo tan irreal que cuando crezca no sabrá defenderse
gicas. Estas reacciones son “fruto de la ‘cultura de la sobreprotección’ en una generación que ha crecido al abrigo de internet y de unos padres celosos de su seguridad. Así solo han experimentado el riesgo y la confrontación a través del ocio digital o las redes sociales. Inmaduros y sin herramientas para resolver sus conflictos psicológicos, ahora se enfrentan a una grave crisis de salud mental”.
Para entender mejor esta situación, María Soto, experta en Disciplina Positiva, aclara que “si siempre te han evitado cualquier situación difícil, si toda tu infancia has sentido que tú no eres capaz de nada solo, no podrás desarrollar infinidad de habilidades fundamentales para una vida equilibrada y feliz. Una de las mayores motivaciones del ser humano, junto con la pertenencia, es la significancia: buscamos saber quiénes somos, cómo encajar en nuestros grupos de referencia y de qué manera podemos aportar en ellos. Si todo ha sido artificialmente fácil, si nos han arrebatado las experiencias capacitantes que nos ayuden a definirnos en determinadas situaciones, será muy difícil alcanzar la madurez. Debemos de ser un apoyo para su crecimiento, como podrían ser los ruedines de la bici, por ejemplo, pero de la misma forma que llega el momento de quitarlos, nuestra función protectora debe evolucionar también e ir “retirándose” de forma responsable y respetuosa”.
El estrés familiar de la sobreprotección
La actitud sobreprotectora de los padres respecto a sus hijos también afecta al desarrollo y a las relaciones de la familia creando un ambiente que puede ser realmente estresante. Los niños pueden sentirse asfixiados ante tanta supervisión, control y anulación, y los adultos podrían saturarse y percibir la maternidad o paternidad como algo extenuante.
“Las relaciones basadas en un apego saludable deben sostenerse en la aceptación de los procesos de nuestros hijos, en la confianza y en relaciones disfrutadas. Cuando sobreprotegemos a nuestros hijos, en lugar de construir un ambiente natural y saludable, con retos a superar y momentos a veces complicados pero necesarios, podríamos estar empujándolos a la mentira (no querrán que nos enteremos de sus fracasos o decisiones propias) y alejándolos de nosotros. Podrían percibirnos como una figura de control, en lugar de su guía y refugio”, advierte esta especialista en Disciplina Positiva.
Y es que criar y educar no es lo mismo. Los seres humanos somos los únicos mamíferos que necesitan en torno a 3 años de dependencia absoluta de sus cuidadores. “En estos primeros años podría ser más comprensible esa protección constante y ese desvelo o temor que nos mantiene alerta y anticipando situaciones. Criar a un bebé es realmente estar 24 horas al día pendiente. Pasados los 3 años, o cuando nuestros hijos empiezan a interesarse por la exploración del mundo que les rodea, podríamos empezar a “soltar” (con la supervisión constante) para permitir que, poquito a poco, vayan experimentando vivencias que les ayuden a encontrar su camino. Pero no lo hacemos, seguimos persiguiéndoles por el parque, haciéndoles los deberes o recordándoles que llueve con 30 años. Para mí es una falta de respeto, que parece muy sutil, pero desde ese amor inconsciente e imprudente, les estamos llamando inútiles”.
Por otro lado, pretendemos que todo salga bien siempre, que se porten bien, que no se ensucien... No nos damos cuenta de que, esa necesidad de control no es más que la esclavitud a la que nos somete nuestra zona de confort.
Si ponemos la cuna paralela a la cama, de forma que podamos acariciarle siempre que lo necesite, el bebé estará mas seguro, porque seguirá sintiéndonos cerca