Emociones básicas
Así crece
Enséñale a controlar sus emociones y a poner palabras a aquello que siente. Forma parte de su evolución.
Los niños no saben poner nombre ni regular sus sentimientos. Ese aprendizaje corre de nuestra cuenta: si les enseñamos a tratar lo que les pasa, les estamos dando el mejor regalo: ayudarles a ser felices. Pablo, de dos años y medio, está en el parque recogiendo piedras cuando ve un perro negro mirándole. Su reacción no se hace esperar: corre hacia su madre y se esconde detrás de sus piernas. Vaya, ha actuado como lo haría cualquier adulto ante la percepción de un peligro. ¿Por qué explicarle que eso que ha sentido es miedo, si su reacción probablemente no cambiará? Por un montón de razones:
Porque se sentirá comprendido si mamá le explica que también tiene miedo cuando, por ejemplo, se sube a algo muy alto. Pero si además le dice que se ha dado cuenta de que ese perro le produce temor pero no todos los perros son peligrosos, le ayudará a no desarrollar fobias relacionadas con animales. Aunque lo más importante es que al hablar de sus emociones le ayudamos a gestionarlas, lo que se traduce en una larga lista de beneficios. A saber: evita que las reprima por completo o que las niegue, lo que a su vez previene que las somatice. Además, ayuda en el aprendizaje porque todo lo que se interioriza con emoción perdura para siempre. También ayuda a tomar decisiones, ya que las emociones nos dan información... De hecho, la felicidad tiene mucho que ver con cómo gestionamos nuestras emociones.