Ser Padres

Mascotas e hijos ¿cuándo y cómo?

- Por Vicky Baniokou

Un animal de compañía es muy bonito, puede estar de moda pero jamás debería tratarse como un juguete. Hay pautas sencillas para que tu pequeño aprenda esta lección desde muy temprano. Te contamos unos trucos para que la relación entre ellos sea excelente.

Llega un momento en el que los niños descubren a los animales de compañía y piden a sus padres si pueden acoger a una mascota en casa. Sin embargo, su inexperien­cia no les permite hacerse cargo de los animales y en consecuenc­ia la parte dura les toca siempre a los padres.

Mucho se ha escrito sobre los beneficios que supone tener a una mascota en casa para los más pequeños. Compartir la vida con un animal doméstico ayuda a los niños a desarrolla­r el sentido de responsabi­lidad, el respeto a la naturaleza, la empatía y la tolerancia. Contribuye a que sean más autónomos y sociables. En definitiva, más equilibrad­os. Sin embargo, siempre hay que plantear qué costes supone esta decisión y qué deberes conlleva el cuidado de un ser vivo. Es un discurso que a los hijos en edades tempranas les puede costar asimilar o entender. Los adultos han de ser consciente­s de que los niños tienen sus limitacion­es y que, por lo tanto, solo podrán asumir responsabi­lidades de forma progresiva. La decisión de acoger un animal en casa ha de ser consensuad­a entre todos los miembros de la familia pero en última instancia los padres son los que deben desempeñar en todo momento el rol del instruc

tor y, por supuesto, no ceder a cualquier capricho de sus hijos.

Pérdida de interés

Si lo niños se muestran menos entusiasma­dos tras haber transcurri­do cierto tiempo con el animal en casa eso no significa que no sigan queriendo a su mascota. A menudo a los padres se les olvida que aunque insistan a sus pequeños en que asuman responsabi­lidades sobre el animal, los niños también están creciendo y adquiriend­o otra serie de obligacion­es. Lo que sí deben hacer en esta etapa es encargarse de algunas tareas y colaborar en su cuidado, pero de ninguna manera se les puede exigir que sean responsabl­es de los animales. Al menos, no hasta que maduren. Por eso, antes de que llegue la mascota al hogar es preciso valorar el grado de madurez del niño para evitar que los padres acaben sosteniend­o todo el peso. En este sentido, puede ser útil hacer unas pruebas previas con animales de compañía que no requieran tantos cuidados, como peces o incluso con plantas para ver cómo reaccionan los niños y si su deseo de tener una mascota es duradero.

¿Qué mascotas se portan mejor?

El tipo de animal que va a acoger una familia es un asunto muy importante, ya que cada mascota tiene caracterís­ticas y exigencias muy diferentes. El gato no necesita pasear y es más independie­nte, pero acepta mal los cambios y los viajes. Los pájaros requieren cuidados mínimos. Los conejos se adaptan a espacios pequeños, así como los hámsters. Las tortugas tampoco son muy exigentes, siempre que tengan un hábitat adecuado. En cuanto a los perros, la mayoría se les elige por capricho y en criterios tan básicos y superficia­les como su belleza o su ‘achuchabil­idad’. Pero la realidad es muy distinta, ya que hay razas que no toleran tan bien a los pequeños de la casa. En general, los padres suelen escoger razas de pequeño tamaño -yorkshire o pequinés- cuando estas son justamente las que menos toleran los juegos bruscos y nerviosos de los niños.

Adopta de forma inteligent­e

Si has encontrado la raza adecuada y con el mantenimie­nto que se adapta bien a la disponibil­idad de tu familia, ahora es el momento de tener en cuenta la ‘’inteligenc­ia’’ de la mascota. Si tus niños son muy pequeños y decidís acoger un cachorro, no es la solución más sensata. El cachorro da más trabajo que un adulto y sería como si tuvieras un bebé más en la familia al que atender y educar. Quedarse con un animal ya maduro es más sencillo porque tiene unos hábitos de higiene y comportami­ento ya asimilados. Y ojo con las mascotas exóticas, como reptiles o aves poco comunes: hay que estar bien informado sobre su mantenimie­nto y

Los adultos deben ser los que tomen la decisión de acoger una mascota y no dejarse engatusar por los pequeños

conducta habitual para anticipar posibles riesgos para la salud o seguridad del niño.

Lo siguiente, la educación

Si al final la familia procede a la adquisició­n de un animal de compañía, es preciso seguir unas pautas. La educación debe ir enfocada tanto a la mascota como al niño. Hay que marcar la importanci­a de que no deja de ser un animal al que hay que respetar como especie diferente a la nuestra. Es esencial explicar al niño que el perro, por ejemplo, experiment­a dolor y siente como él. Por tanto, no tiene que ser un juguete de usar y tirar. Nuestros pequeños aprenden más rápido cuando se les establecen normas firmes. Lo ideal sería poner unas reglas consensuad­as por toda la familia y que han de incluir el cumplimien­to del horario de las comidas, el respeto al horario de sueño, juegos, paseos (si caben), descansos, limpieza, etc. El objetivo es que el niño sepa no solo respetar la importanci­a de no molestar cuando la mascota duerme, come o descansa a su aire, sino también de aprender a realizar tareas que no impliquen la presencia del animal.

Supervisió­n

Para minimizar el riesgo de accidentes, los niños siempre tienen que estar supervisad­os por un adulto durante el tiempo que pasan con el animal. Puede ocurrir en un paseo. A los niños se les puede escapar y perder el control. En el caso de los perros, muchas veces salen corriendo y de manera muy brusca frente al miedo a otro animal. Incluso cuando la mascota precede al niño en la familia y ya sabe comportars­e dentro y fuera de la casa, es necesario sacarlo con una correa en sus primeros paseos con los hijos; una correa para el adulto y otra para el niño. Eso ayudará a que se responsabi­licen y conciencie­n de lo que supone cuidar de un animal. A medida que el niño asume estas responsabi­lidades con éxito, se le pueden encargar más tareas de cuidados.

No está preparado si...

Hay mascotas que están de moda y -¿para qué engañarnos?- son monísimas. Una perrito que parece un peluche o un gato que es muy fotogénico. Pero si ves que el único argumento de tu hijo es la estética, mejor no cedas a su capricho. Cada especie tiene sus caracterís­ticas físicas y mentales, por lo que ignorarlas provocará sufrimient­o al animal. Tampoco es una buena excusa la de ‘’porque así el niño se calla y está contento’’. Que una mascota esté en la lista de los Reyes, no es suficiente motivo para cuidar una vida. Nunca dejes de recordarte a ti mismo o a tus hijos que los animales no son juguetes. Un balón, una muñeca, un puzzle o una tarde en el parque con otros niños son opciones más adecuadas si tu hijo se aburre y necesita entretener­se. Una mascota no es un juego.

Tener un animal en casa supone una gran dedicación y responsabi­lidad que solo los padres pueden valorar

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