Siempre juntas
Como cada día, Alba y Carmen se buscan con la mirada nada más entrar en clase, antes incluso de soltar sus mochilas. Y cuando se encuentran, sonríen. Son las mejores amigas.
Aunque a ellas les suena muy rara la expresión «uña y carne», la han escuchado muchas veces. Alba es para Carmen su primera «mejor amiga», y lo mismo diría Carmen de Alba. ¿Es bueno para ellas haber encontrado un alma gemela con quien sentirse seguras y confiadas? ¿Acabarán desarrollando demasiada dependencia la una de la otra? ¿Les impedirá eso abrirse a los demás compañeros de clase? Los expertos dicen que todo depende de cómo sea esa relación.
Que los niños tiendan a buscar un amigo que se ríe con las mismas cosas que ellos, con el que juegan y del que no se separan en todo el día, es tan natural como que vayan corriendo en busca de mamá cuando se caen del tobogán y acaban haciéndose una herida. Los mejores amigos son algo parecido a su pase de entrada al mundo de fuera de la familia: junto a ellos aprenden a rela
cionarse con otros y poco a poco van conociendo las pautas sociales.
Por eso, que los más pequeños tengan un amigo íntimo del que no se separan no tiene nada de malo, especialmente hacia los cinco años, cuando aún están aprendiendo a relacionarse fuera de su hogar. Sin embargo, a partir de esta edad, en la que ya pueden razonar de forma más autónoma y decidir qué es lo que quieren para ellos, no está de más observar la relación que han establecido. Es posible que hayan encontrado un compañero de aventuras con el que se entienden a la perfección y eso no les impida abrirse al grupo.
Sin embargo, en otras ocasiones la relación de dos puede no ser tan buena: quizá uno sea el dominante y el otro el que acata sus órdenes. O que tengan tal dependencia del amigo que se sientan totalmente perdidos en su ausencia porque la seguridad y autoestima que les falta la encuentran solo en él. Para saber si se trata de una u otra relación, los profesores y también los padres usan la regla mágica: la observación. Cuenta una maestra que cuando Ana, una de sus alumnas, vio que aquel día su mejor amiga, Esther, no entraba en clase y se pasó la mañana mirando a la puerta, pensó que era el momento de observarla más de cerca. Aquel día, Ana se quedó deambulando sola por el patio del colegio a pesar de que sus compañeras de clase le preguntaban si quería jugar con ellas. Al día siguiente Esther volvió a clase y ella observó la relación de las dos amigas. Les pidió que dibujaran una casa, pero Ana no empezó hasta que lo hizo Esther y pintó una casa igual a la de ella. Después, su profesora les planteó un juego: tenían que escoger un objeto de una bolsa en la que había coches, pelotas, lápices y cuentos. Preguntó a Ana qué elegía ella. «Lo que coja Esther», dijo. Entonces supo que había que ayudar a Ana a relacionarse con más niños: tenía que soltar amarras para aprender a tomar sus propias decisiones y a vivir el día a día de forma más autónoma.
¿Puede haber algún problema?
¿Qué dice si le preguntamos por qué le gusta tanto estar con su amigo? Si responde que es porque le encanta cómo pinta, porque todos se ríen con él o cualquier otra respuesta concreta, seguramente se trata de una relación en la que él admira a su amigo. Sin más. Pero si no hay respuesta o se observa que uno de los dos amigos inseparables solo está contento y activo cuando se encuentra junto a su amigo, hay que estar vigilante. Aunque muy de vez en cuando se dan algunos casos en los que es mejor optar por dejar que uno de los niños siga apoyándose en el otro (separarlo le afectaría demasiado), lo habitual es que intervengamos para abrirlo al grupo.
Cuando solo hace falta un empujón
Frases en tono divertido como: «¡Que corra el aire!» o «¡Siempre vais pegados como chicles!», pueden ser suficientes para que ellos se planteen separarse un poquito. También puede funcionar explicarles que todos tenemos que aprender a decidir, y que por mucho que quieran a su amigo, este no puede decidir por él porque no van a estar las 24 horas del día juntos. O que yendo con una única persona todo el tiempo se están perdiendo un montón de cosas. Puede que Juan dibuje muy bien, pero Marta sabe hacer pájaros con una servilleta, Elías le puede enseñar a tocar el tambor...
Cuando hay que cortar por lo sano
En otras ocasiones, ellos solos no pueden o no saben tener otras relaciones. Y entonces, la labor de los profesores y los padres es fundamental. Fomentar su autoestima alabando lo que hace bien siempre es buena idea. También podemos poner en práctica tácticas para intentar que se abran al grupo. Como la que siguió la profesora de Ana: le dijo que los martes y jueves podía estar con su amiga Esther, pero el resto de los días de la semana no podrían sentarse juntas. El resto de la clase también participó, animándola a integrarse en sus grupos. El último día de clase, Ana le comentó a su madre que le encantaba tener tantos amigos. «Ya no tengo vergüenza», dijo. Si nada de lo anterior funciona, quizá se trata de un problema más serio que un psicólogo puede ayudarle a resolver.