¿La mediación facilita las cosas?
La familia es el lugar donde nacemos y donde se asientan los primeros pilares de nuestra vida. Es donde vivimos nuestras primeras experiencias positivas y negativas, donde aprendemos a compartir y a convivir así como a competir y a defendernos. Es en nuestro entorno familiar donde damos los primeros pasos de amor y desamor; donde descubriremos la generosidad en su estado más puro, como los gestos más dañinos y tóxicos.
Como seres humanos tenemos por un lado una cara amable, cariñosa y con una gran capacidad para superarnos a nosotros mismos, pero por otro lado también podemos ser dañinos, egoístas y tóxicos. Somos seres imperfectos. Por lo tanto, también nos equivocamos, fracasamos, y somos tóxicos para nuestros familiares y amigos. La clave para superarlo y cambiarlo es darse cuenta. Para ello, es importante prestar atención, no sólo a las propias emociones, sino también a los comentarios que nos dicen los demás sobre nuestra actitud y comportamiento. De manera que si nuestras personas de confianza o compañeros de convivencia nos dicen con frecuencia que estamos malhumorados, que estamos teniendo una actitud destructiva y dañina, que estamos siendo excesivamente críticos y negativos, es conveniente ser lo suficientemente humilde para considerar que tienen razón. La humildad, la capacidad para observarse y reconocer que es posible que seamos nosotros los que estamos siendo tóxicos es un símbolo de fortaleza, autoconocimiento e inteligencia emocional. Las personas humildes aprenden más y mejor, así como tienen la capacidad de construir las vidas que quieren; son más felices que las personas orgullosas y rígidas.
Los cambios suceden a partir de nuestra habilidad para identificar y reconocer nuestros sentimientos y el impacto de nuestro comportamiento en los demás. Para que nuestra actitud tóxica no tenga consecuencias negativas en otros debemos conocer nuestros defectos.