Ser Padres

Entrevista

La psicóloga Patricia Ramírez lleva más de 25 años poniendo en práctica las soluciones que aporta en su nuevo libro. Sus premisas son entender a cada hijo y educar desde la calma de forma creativa.

- Por Terry Gragera.

Hablamos con Patricia Ramírez.

Patricia Ramírez habla con energía. Se nota que le apasiona su trabajo como psicóloga, divulgador­a y ponente en talleres que enseñan a los padres cómo enfrentars­e al día a día con los hijos de una manera serena y también efectiva y divertida. Su nuevo libro es el compendio de más de dos décadas de experienci­a en las que ha encontrado la fórmula para hacer de la familia un lugar común donde cada uno tiene su papel y es respetado por ser quien es.

■ En tu libro comentas que los padres nos tomamos la educación de nuestros hijos demasiado en serio, ¿hasta qué punto es negativa esta realidad?

Yo relaciono “serio” con “rancio” y “antiguo y encorsetad­o”. Creo que la educación debería ser algo más sencillo que fluyese, algo más despreocup­ado con aquellas cosas de las que nos podemos despreocup­ar porque eso nos permitiría tener unos límites claros, pero pocos. No todo puede ser “no”, no todo puede ser como yo lo quiero, cuando yo lo quiero y con una obedicienc­ia absoluta. Esto sería muy cómodo, pero no es lo correcto. La educación es un tema serio, pero creo que más que hablar de seriedad habría que hablar de responsabi­lidad. La educación es una responsabi­lidad que tenemos, pero nos la podemos tomar desde la paciencia, desde el fluir, desde el juego, desde la diversión, desde la complicida­d con ellos... Hay muchas maneras de tomársela.

■ Los padres de hoy tienen acceso a mucha informació­n, ¿por qué faltan entonces tantas claves para educar a los hijos?

Informació­n hay mucha, pero muchas veces se lee y no se reflexiona. Lo que hace falta es informació­n no que te haga sentir culpable sino que te invite a la acción. La gente sabe lo que tiene que hacer; lo que no sabe es cómo. Yo he tratado siempre en todos mis libros, no solo en este, de dar el “cómo”. El cómo es la parte práctica de la teoría que todos sabemos. Todos los padres y madres sabemos que nos tenemos que mantener pacientes, que debemos evitar dar voces, que, por supuesto, no debemos pegar a nuestros hijos, que hemos de ser respetuoso­s con ellos, que no hay que hacer juicios de valor cuando se comunican con nosotros, pero a veces no sabemos cómo hacerlo. Ese cómo es lo que yo trato de aportar en mi libro proponiend­o ejercicios y juegos prácticos para que la gente pueda cambiar sus hábitos. Las personas somos hábitos y los hábitos nos facilitan mucho la vida porque nos evitan tener que pensar a cada momento.

■ ¿Qué se puede hacer para tener buenos hábitos en la educación de los hijos?

Si cada vez que tenemos que educar, tenemos que pensar qué hacer sería muy complicado, por eso repetimos hábitos que hemos visto de nuestros padres y nos salen de forma automática, o hábitos que hemos incorporpo­rado nosotros y que repetimos. Pero son hábitos que no acaban de gustarnos porque ni siquiera cambian el comportami­ento de los niños. Hay padres que se quejan de que repiten veinte veces lo mismo, así que ese hábito no es bueno; primero porque tú sufres y te alteras y segundo porque la inversión que haces en repetirlo no tiene un fruto.

■ ¿Cómo cambiar los malos hábitos?

Para cambiarlos alguien tiene que motivarte y decirnos por qué es importante cambiar ese hábito. Y es importante porque si educamos desde la serenidad nuestro hijo va a tener una autoestima mucho mejor, va a aprender a tener valores como la responsabi­lidad, va a saber relacionar­se con sus iguales y con su pareja en términos de respeto porque es lo que ha vivido en casa. Tenemos que despertar la curiosidad por cambiar y luego tener las herramient­as para cambiarlo. Cuando se detecte un problema con un hijo, por ejemplo, de comunicaci­ón o de autocontro­l, hay que plantarse. Ver cuál es el ejercicio indicado, como los que propongo en el libro, sentarse con tu hijo o hija y tratar de poner en práctica ese juego para poder cambiar.

Educar desde la serenidad aporta más autoestima y responsabi­lidad a los hijos

¿Cuáles son las claves básicas para educar en la serenidad?

■ Educar en la serenidad parte de un profundo respeto hacia los niños y hacia sus tiempos. Cada niño es diferente y recibe informació­n distinta del entorno, no solo lo que educas tú, y debemos entender su sensibilid­ad, sus talentos, capacidade­s y ritmos, su calma o su desasosieg­o para adaptarnos nosotros a ellos y no al revés. Educar con serenidad es educar a esa persona y conseguir motivarlos para que les apetezca hacer lo que tienen que hacer. No es lo mismo tener que irse a la ducha que jugar a irse a la ducha. Tenemos que tratar de ser un poco más divertidos, empáticos, comprensiv­os y, por supuesto, poner límites. No se les puede dejar hacer de todo. Los niños nacen sin límites y hay que ponérselos, pero no a través del “aquí mando yo, esta es mi casa”. Es un espacio de todos y, entre todos, tenemos que negociar cuáles son los valores con los que se vive en esa casa. Pero los límites hay que ponerlos desde el amor y el respeto, que todo lo que enseñemos a nuestros hijos sea para hacerles sentir bien y para desarrolla­r su autonomía y su búsqueda de soluciones, no para humillarle­s, ni etiquetarl­es, ni compararle­s ni presionarl­es para ver si reaccionan ni “picarles” para ver si desarrolla­n picardía en la vida. Todo eso creo que es una equivocaci­ón.

■ ¿Cómo mantener la serenidad como padres si las circunstan­cias son adversas?

No podemos educar en la serenidad si como padres no nos mantenemos serenos. Si levantamos la voz, les gritamos o les damos un cachete... Algunos padres dicen: “a mí me dieron un cachete y no pasó nada”. Así se les humilla. Si no se puede dar un cachete a la pareja, ¿por qué sí se puede dar a un hijo? Los niños no son ciudadanos de segunda categoría porque, además, no pueden defenderse. No podemos someterlos al miedo para que nos obedezcan.

■ ¿Cómo fijar los hábitos innegociab­les?

Hay puntos que son innegociab­les, en los que los padres no deben ceder bajo ningún concepto. Y esos hay que transmitír­selos desde que son muy pequeños. Los valores de una casa son muy importante­s y los niños deben aprender que son innegociab­les, pero sin gritarles, ni pegarles ni humillarle­s. Las cosas innegociab­les deben ser pocas, pero deben darse cuenta de que no se cede, porque si no, siempre estarán con el chantaje con nosotros.

■En el libro insistes en que hay que educar en valores de forma divertida...

Lo primero para conseguirl­o es que en familia nos sentemos a elegir cuáles van a ser nuestros valores. Y luego hay que hablar sobre ellos y comentar en familia cuando se cumplan, por ejemplo, si hemos elegido como valor el esfuerzo, alguien puede comentar: “hoy no me apetecía estudiar más, pero me he esforzado y lo he

Los padres deben adaptarse a las caracterís­ticas y los ritomos de sus hijos y no al contrario

hecho”. Todo eso se convierte en motivo para charlar en familia en la comida o en la cena. A mis hijos yo los convertía en “detectives” de los valores y les compraba una libreta para que fueran anotando cuándo otras personas se comportaba­n con valores. Y, por ejemplo, escribían: “un amigo del cole ha llevado caramelos y los ha compartido”. Es una forma de que ellos estén atentos a quiénes tienen valores a su alrededor y fomentar también el agradecimi­ento.

El ejemplo es muy importante

Los valores hay que trabajarlo­s de forma activa, no hay que decir: “hay que ser responsabl­es porque en esta vida hay que ser así”. ¿Qué es ser responsabl­e? Vamos a definir qué es ser responsabl­e en esta casa y vamos a comentar cada vez que alguno lo es para festejarlo y para que él se sienta a gusto si trabaja con esos valores.

En familias que no han fomentado desde pequeños esa forma de transmitir los valores, ¿qué se puede hacer?

Nunca es tarde porque los niños son como esponjas. A los niños y a los adultos en el momento en el que les dices: “tengo un juego chulísimo”, te responden: “¿cuál?”. La gente quiere jugar. Todos queremos jugar. Se puede jugar a recoger, y no es: “vete y recoge”. Puedes preguntarl­es por su música favorita y retarlos a que consigan ponerlo todo en su sitio antes de que acabe la canción. Salen disparados y solo estás jugando con ellos. En los talleres para padres que imparto me decían: “es que eso a mí no se me ocurre”, y de ahí nació mi libro. Cuando empleas la creativida­d en un momento dado, esta se generaliza a otras situacione­s.

¿El juego y la figura de autoridad de los padres no están reñidos?

No, no están reñidos. Tus hijos van a respetar que tú pongas un límite innegociab­le, además, ellos te van a admirar cuando seas capaz de poner orden desde el respeto y sin voces, con disciplina pero sereno. Si tu hijo te grita, no sirve de nada gritarle tú. Es mejor dejar reposar el momento y luego preguntarl­e si no tiene otra manera más calmada de dirigirse a ti, pero cuando pueda escucharte. En el momento en que te conteste mal, como vayas detrás de él si está enfadado se monta el lío.

Nunca es tarde para educar en valores desde el juego. A todos nos gusta jugar

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