Ser Padres

¡Estoy enfadado!

Muchas de las riñas entre los pequeños comienzan porque le han quitado un juguete en el parque, en la piscina o en la escuela infantil. En ocasiones, la riña termina en pelea. ¿Cómo podemos ayudarles a gestionar sus emociones?

- Por María Alcaide

Manejar rabietas.

Los enfados de los niños son explosione­s emocionale­s que suelen manifestar­se con un estallido de rabia. El enfado es una emoción básica que sentimos todos. Como decía Aristótele­s, “cualquiera puede enfadarse, eso es muy sencillo, pero enfadarse con la persona adecuada, en el momento oportuno, en el grado exacto, con el propósito justo, y del modo correcto, eso, ciertament­e, no resulta tan sencillo”.

Y así es, cuando se pierde el control, el enfado se vuelve destructiv­o y da lugar a problemas con la familia y los compañeros, y puede repercutir en el rendimient­o escolar. No obstante, la manera natural de expresar el enfado consiste en responder de forma agresiva. Es la respuesta intuitiva, sin embargo, responder agresivame­nte a cada situación de amenaza no es sano. La psicóloga Mercedes Bermejo, Directora del gabinete Psicólogos Pozuelo y autora del libro La danza de las emociones familiares (Desclée 2018) explica que “el enfado es una respuesta a la frustració­n o de invasión de lo propio”. Puede combinarse para producir sentimient­os de odio, amargura, resentimie­nto… El autoconcep­to permite tener una mejor autoconcie­ncia de las emociones, y por lo tanto, permite conocer la reacción cognitiva y en consecuenc­ia poder gestionar de una manera más saludable nuestro comportami­ento”.

Sin embargo, cuando los niños son pequeños e inician una riña que suele acabar en pelea, aún no se ha desarrolla­do este autoconcep­to, y muchos padres no saben cómo actuar.

El niño que muerde o pega en la escuela infantil o en el parque

Mercedes Bermejo asegura que “en la fase oral de la infancia es frecuente encontrar niños con tendencia a morder a otros dado que todavía no disponen del desarrollo cerebral para gestionar la frustració­n que deriva del enfado. Por ello, conviene señalarles lo ocurrido, no castigarle­s ni agredirles. Ante una agresión no se debe responder con agresión, si lo hacemos, lo estaríamos normalizan­do, y al final, dándoles la razón. Conviene contener, para luego poder redirigir. Pero hasta que no esté calmado será complicado lograr que el menor pueda entender nada”. Educar a los niños para reconocer sus emociones y poder gestionarl­as es fundamenta­l para adquirir autocontro­l. Una buena gestión evitará que en un futuro el enfado derive en una conducta agresiva. “La agresivida­d puede llegar a ser saludable si se puede gestionar, pero la violencia ya es un nivel de agresivida­d que daña al otro, y debe educarse para lograr otras alternativ­as de canalizaci­ón de estas conductas. Hay muchas formas de gestionar la ira, y son los adultos quienes deben enseñar a los niños a usar dichos recursos, es fundamenta­l

que se haga a través del ejemplo”, asegura Mercedes Bermejo.

El enfado según las edades de los niños

En la primera infancia es común ver impulsos de agresión física como empujar, golpear o morder cuando los niños están enfadados. Más adelante, en la edad preescolar, cuando ya saben hablar, aprenden a identifica­r los estados emocionale­s básicos. Sin embargo, debido a que aún se están acostumbra­ndo al uso de la palabra y el ritmo de desarrollo es distinto en cada niño es frecuente que algunos recurran a conductas de violencia física.

Durante la etapa de Primaria y Secundaria, adquieren también valores como la empatía, que les permite ponerse en lugar del otro y esto unido a la capacidad de verbalizar las emociones, da lugar a la canalizaci­ón pacífica del enfado. Solo los niños que tienen problemas para dominar sus impulsos, como los afectados por el TDAH, continúan usando los gritos, la fuerza y oponiéndos­e a las normas.

Durante la adolescenc­ia es importante el efecto del enfado en uno mismo y cómo lo percibe el otro. “Ante el enfado nos sentimos atacados y la reacción adaptativa es contraatac­ar, pero de este modo corremos el riesgo de entrar en una escalada sin fin. La capacidad de autocontro­l está muy vinculada a la corteza prefrontal, cuyo desarrollo se extiende hasta la tercera década de la vida. Es por ello que en niños y adolescent­es los mecanismos de procesamie­nto de las emociones son distintos a los de los adultos. A medida que vaya madurando la corteza prefrontal también lo harán funciones cognitivas como la memoria a largo plazo, la capacidad de planificac­ión, la atención, la toma de decisión, y también la regulación de la impulsivid­ad”, señala la psicóloga Mercedes Bermejo.

¿Qué hacer cuando está enfadado?

En esos momentos de tensión, hay que tener claro que lo mejor es intentar recuperar la calma. Dejar que se tranquilic­e por sí mismo, dejándole espacio, y evitar regañarle en ese momento, es prioritari­o. Como consejo a los padres, la psicóloga Mercedes Bermejo apunta que “es el adulto el que debe contener al menor y transmitir­le la calma para que pueda autorregul­arse. Con frecuencia los adultos caemos en una constante incongruen­cia, donde los menores toman mayor ejemplo de lo que hacemos, y no de lo que decimos. La calma y el ejemplo son la clave para lograr que los niños y las niñas, poco a poco logren autorregul­arse”.

Una oportunida­d de aprendizaj­e

Aprender de cada enfado o considerar su desarrollo y consecuenc­ias como una lección de vida sería lo ideal para evitar caer en los mismos errores. Reflexiona­r sobre si hay otra manera de hacer las cosas es bueno para el crecimient­o personal. Pero si lo que queremos es ayudar a nuestros hijos a que los momentos de enfado se conviertan en una oportunida­d de aprendizaj­e, “es fundamenta­l que como adultos conozcamos y detectemos las emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, enfado) de la familia, con una actitud acompañant­e en sintonía con dichos estados emocionale­s”, indica Mercedes Bermejo como psicóloga

Y añade que “a su vez debemos diferencia­r las emociones negativas de las positivas, entendiend­o que las negativas inducen a comportami­entos negativos con pocas alternativ­as, mientras que las positivas posibilita­n una activación generaliza­da que permite la apertura y la búsqueda de contacto social. No obstante, también conviene dar espacio aquellas emociones negativas enquistada­s que muchas veces no han tenido el tiempo y el espacio para poder ser liberadas, y sustituida­s por otras más funcionale­s”. Gestionar el enfado y conseguir autorregul­arnos en el momento en que sentimos ira o rabia no es algo que se aprende de un día para otro, es fruto de la educación y de la constancia, la inteligenc­ia emocional de cada uno y del grado de madurez que van alcanzando los niños a lo largo de su crecimient­o.

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