Ser Padres

Embarazo

Cuando conocen la noticia de su embarazo, muchas mujeres miran su tripa con curiosidad. ¿Dónde va a caber un bebé que llegará a pesar unos tres kilos? ¿Dónde van a meterse los intestinos, la vejiga, los riñones…?

- Por Carmen Tejedor

El cuerpo hace sitio al bebé.

La tripa no es lo único que cambia de tamaño en el embarazo para albergar al bebé que está formándose dentro de ti. En realidad, todo tu organismo se transforma: los órganos que rodean al útero tienen que modificar su posición y su forma de funcionar para dejar sitio a la tripa creciente y al mismo tiempo poder atender las necesidade­s de tu organismo y el de tu futuro hijo. Pero tranquila, la naturaleza es sabia y el proceso de reubicació­n es lento.

Los ovarios

Están algo más grandes al principio, sobre todo uno de ellos: el que ha ovulado, porque en él se va a producir la hormona progestero­na (necesaria para el embarazo) hasta que se forme del todo la placenta, hacia el tercer mes. Puedes notar algunas molestias en la zona baja del vientre.

El útero

Se llena de sangre y crece casi desde el principio del embarazo

En el primer trimestre apenas se perciben los cambios, pero a partir del segundo crecerá rápidament­e para dar cobijo al bebé que se está formando.

Hacia las semanas 12-16 de embarazo ya asoma por encima del hueso del pubis y hacia las 22 llega más o menos a la altura del ombligo. Al final de la gestación, la zona superior se puede palpar con la mano bajo las costillas, aunque estas se encuentran presionada­s y algo más horizontal­es y la estructura del tórax se ha abierto ligerament­e para que quepa el bebé.

La vejiga

Al inicio del embarazo el útero es aún pequeño. Pero como todavía está muy bajo, metido entre los huesos de la pelvis, en cuanto aumenta un poco de tamaño y grosor, empuja a la vejiga urinaria.

Por eso, no es raro que en los primeros meses tengas ganas de hacer pis con mucha frecuencia y sientas un peso en la parte baja del vientre. La sensación desaparece en el segundo trimestre a medida que el útero crece y sale de la

pelvis, sube y deja de comprimir la vejiga. Hacia el séptimo mes, cuando la tripa ya es prominente, y sobre todo al final del embarazo, cuando el útero baja, la vejiga se queda sin espacio nuevamente y volverás a notar que vas al baño con más frecuencia y que te cuesta retener la orina.

Los órganos de la digestión

Durante el embarazo aumenta mucho la cantidad de progestero­na, una hormona que, entre otros efectos, ralentiza el movimiento de los músculos que rodean a los órganos internos. Estos cambios tienen alguna consecuenc­ias en la digestión:

El esófago

El tubo por el que pasan los alimentos después de tragarlos funciona más despacio. A veces da la sensación de comida atascada.

El estómago

También trabaja más lentamente. Por ello, a veces, después de comer las embarazada­s notan una sensación de pesadez. Además, cuando el útero está ya bastante alto, hacia el tercer trimestre, el estómago no cabe bien y cambia de posición colocándos­e más horizontal. El orificio de entrada que lo separa del esófago (cardias) cierra peor y puede producirse reflujo, la famosa acidez, como una quemazón que sube hasta la garganta. Si te ocurre, procura no tumbarte justo después de la comida, pues se entorpece más la digestión. Mastica despacio y no comas mucha cantidad de golpe, es mejor que repartas las comidas en varias veces al día. Esto es bueno también para el funcionami­ento del páncreas, que tiene más trabajo para producir insulina y maneja peor los atracones de azúcar o el exceso de comida. Si el reflujo es molesto, el ginecólogo te puede recetar un medicament­o.

El intestino

Ese larguísimo tubo elástico y serpentean­te por el que desciende la comida también se ralentiza y se va recolocand­o poco a poco en el espacio que le va dejando el útero.

Al final del embarazo tiene poco sitio, por lo que funciona con más dificultad. De todos modos, cada organismo es diferente: muchas embarazada­s sufren estreñimie­nto, mientras que algunas tienen su ritmo intestinal más regulado que nunca.

El ritmo lento del intestino aumenta la producción de gases y, como el útero está presionand­o la zona, suele ser más difícil eliminarlo­s. Puede resultar algo molesto y dar pinchazos, pero no tiene importanci­a. Para aliviarlos es bueno caminar.

El recto y el ano

No cambian de lugar, aunque al final están más comprimido­s y tienen mayor congestión en sus venas. Por eso las mujeres que ya tenían hemorroide­s o tendencia a las varices pueden notar síntomas molestos como sangrado al defecar, dolor o sensación de pesadez.

Mejoran con una dieta rica en fibra para restablece­r el ritmo intestinal, lavados con agua fresquita (nada de ponerse hielo porque se puede quemar a piel) y la aplicación de una crema antiinflam­atoria que debe recetar un médico o la matrona.

El hígado y la vesícula

También se encuentran algo comprimido­s, y trabajan más despacio. Algunos alimentos se digieren peor, ya que la vesícula no puede segregar tantos jugos digestivos. Es posible que haya que evitar ciertas comidas o tomarlas al medio día en vez de en la cena y en menos cantidad de lo habitual.

El corazón

A partir del segundo trimestre de embarazo, el corazón está cada vez mas horizontal porque la delgada capa de músculo que separa el abdomen del tórax, llamada diafragma, sube de nivel para dejar espacio al útero.

Además de cambiar de posición, funciona a más velocidad de lo habitual (más pulsacione­s) y con más sobrecarga, porque en el embarazo aumenta el volumen de sangre a bombear en todo el cuerpo para abastecer a la placenta y al bebé.

Los pulmones

Se encuentran algo comprimido­s en el tercer trimestre y al inspirar cabe menos aire. Notarás que respiras más deprisa y que te fatigas antes ante un esfuerzo.

Aún así, conviene que realices algún tipo de ejercicio para mantenerte en forma de cara al parto, pero sin llegar a un estado de fatiga o excesivo cansancio. Caminar todos los días, asistir a clases de matronatac­ión o de yoga para embarazada­s son buenas opciones que te ayudarán a mantenerte ágil hasta el final.

Los riñones

La progestero­na también relaja los músculos de los tubos que conectan los riñones y la vejiga (uréteres). Esto hace que la orina baje más despacio y, al tardar más tiempo en atravesar las vías urinarias, aumenta el riesgo de infección.

Por eso se controla regularmen­te su composició­n con las analíticas que se realizan en las visitas de control de embarazo. No obstante, conviene acudir al médico si se notan síntomas de infección: fiebre y dolor muy intenso en la vejiga, con ganas de orinar continuame­nte que no se calman después de haber hecho pis.

Todos estos cambios son transitori­os y el cuerpo vuelve a la normalidad en pocos días tras el parto. En realidad, la mayoría de las mujeres apenas los notan, ya que son graduales y el organismo se adapta sin problema

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