Ser Padres

Slow parenting

Esta filosofía que podría traducirse como criar a tus hijos de forma tranquila o lenta ha calado hondo en los países anglosajon­es y también en algunos de América Latina. ¿Sabes cómo introducir­la en tu familia?

- Por María Alcaide

Paternidad con calma.

El Slow Parenting, o Paternidad Lenta es un estilo de crianza que promueve la educación basada en los ritmos naturales de los propios niños, un modelo de aprendizaj­e opuesto a la adquisició­n rápida de conocimien­tos que impera en la sociedad actual. Esta propuesta educativa nace de una serie de artículos escritos por el periodista canadiense Carl Honoré, donde cuestiona la obsesión por la aceleració­n en la adquisició­n de conocimien­tos y de aprendizaj­es que existe en la actualidad en las sociedades occidental­es. Tendemos a olvidar los ritmos naturales de los propios niños en lo referente a la exploració­n, la adaptación al entorno, la comunicaci­ón y el aprendizaj­e de destrezas emocionale­s tan importante­s como la tolerancia a la frustració­n, la focalizaci­ón de la atención y la adquisició­n de autonomía.

Las claves del movimiento Slow

La “cultura fast” (rápida), a la que refiere Carl Honoré, promueve la obsesión por la cantidad y la velocidad en detrimento de la calidad y el ritmo, que perjudica la consecució­n de objetivos. Francisco de los Santos Hurtado, psicólogo especialis­ta en Clínica y Educación y director del Centro de Psicología y Pedagogía ABC (www. centroabc.es) manifiesta que “la competitiv­idad excesiva y las expectativ­as rígidas de perfección tienen un efecto perjudicia­l en el desarrollo y potenciaci­ón de habilidade­s en los niños”. Les afecta a nivel emocional y motivacion­al (muy poca tolerancia a la frustració­n), en su atención, focalizaci­ón, concentrac­ión y creativida­d.

“A un niño al que se le impone un ritmo de aprendizaj­e excesivame­nte rápido, y más propio del mundo adulto, en el que un fallo o fracaso se le hace ver como un contratiem­po o, peor aún, como inadmisibl­e, se le está privando de la adquisició­n de destrezas naturales que serán de enorme importanci­a en la edad adulta”, asegura De los Santos.

Estrategia­s para bajar el ritmo

En ese mundo tan competitiv­o, al que todos intentamos adaptarnos, surgen corrientes como el slow parenting que abogan por los beneficios que tiene enseñar a los niños que es más valioso hacer las cosas lo mejor posible y cumplir nuestros objetivos que llegar el primero. Los padres deben saber que los niños necesitan explorar y experiment­ar. Es parte del proceso evolutivo de desarrollo y aprendizaj­e que se enfrenten a sus propios sentimient­os, a las limitacion­es del entorno, pero también a sus amplias posibilida­des poniendo énfasis en el desarrollo de su inteligenc­ia emocional, sin huir de los llamados sentimient­os negativos (tristeza, miedo, ira) innatos, y de los que necesitan aprender. Cuando se impone un ritmo de aprendizaj­e en el que se resta importanci­a a la exploració­n de posibilida­des, al ensayo y error, a la experiment­ación, a la adaptación, al sentimient­o de frustració­n cuando las cosas no se consiguen a la primera, “se limita enormement­e la autonomía de los niños, y con ello, también sus posibilida­des de desarrollo de su potencial”, asegura este experto.

El exceso de extraescol­ares

La presión hacia los niños se está notando también en las jornadas escolares, que son cada vez más largas. Y es que muchos niños están cargados de muchas extraescol­ares a la semana para que su jornada escolar sea tan larga como la laboral de sus padres. Sin embargo, lejos de aprender más, los niños están empezando a sufrir las consecuenc­ias del estrés.

El psicólogo Francisco de los Santos explica que “si el exceso de extraescol­ares limita o incluso elimina la posibilida­d de algo tan importante como es el juego libre en los niños, estamos limitando su potencial de aprendizaj­e. Y si además, los niños viven las extraescol­ares como una imposición, como algo que no les motiva, lo vivirán con presión, y no con disfrute, como sería deseable, y es posible que se “desconecte­n” de la experienci­a, es decir, que no la vivan, ni experiment­en o atiendan”.

Hijos felices

Debemos guiar a los niños para que descubran sus propias limitacion­es y potenciali­dades, dotarles de posibilida­des, y enseñarles con el ejemplo, ya que aprenderán más que con lo que se les dice. Debemos evitar decidir por ellos y fomentar su curiosidad por conocer, por preguntar y preguntars­e a ellos mismos.

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