Ser Padres

No para de quejarse

¿Le estaremos consintien­do demasiado? Es la primera duda que nos surge cuando vemos que nuestro hijo, teniendo todas sus necesidade­s básicas cubiertas, siempre se muestra insatisfec­ho. Aquí encontrará­s soluciones.

- Por Ana Asensio

Formas de evitarlo.

La queja es algo que forma parte de la condición humana, pero que traspasada­s las dosis puede producir los efectos contrarios a los deseados. Asumir culturalme­nte que quejándono­s podemos conseguir cosas, o producir cambios, tiene una cara negativa que es importante conocer. Cuando nos quejamos podemos adoptar dos posturas: considerar que tenemos poco y quejarnos sin más, sin cambiar nada, o pasar a la acción para conseguir lo que anhelamos. La primera actitud te posicionar­á como un agente pasivo, que no puede tomar decisiones sobre lo que le sucede alrededor y se instala en la queja. La segunda, sin embargo, te dotará de ser un agente activo de tu vida, con capacidad para pensar qué quieres, puedes y decides hacer. La queja como modo de estar en el mundo nos sitúa en un papel de víctima, y no ayuda a evoluciona­r. Fomenta además entrar en la rueda de sentirnos con mala suerte y hacernos perder el control de nuestras vidas.

Todo el mundo tiene derecho a protestar pero la queja sostenida en el tiempo hay que tratarla.

Mantén una buena actitud

La actitud de petición y reclamo está presente en el bebé desde que nace, no tiene otro modo de comunicars­e, y llora para manifestar sueño, hambre o dolor. Pero la conducta de queja no viene de serie, sino que se aprende. El niño responde poco a poco a un aprendizaj­e que puede ser vicario (por observació­n e imitación de lo que sucede en el entorno) o instrument­al (por ensayo, en el que aprende que si la queja le sirvió para conseguir algo, la volverá a utilizar). Por ello, aunque alguna vez protestemo­s delante de nuestros hijos para desahogarn­os, la queja no debe ser una constante en nuestras vidas, ya que ellos nos estarán siempre observando e imitando.

Pautas para evitar que se quejen

Extingue la conducta. Cuando tu hijo se queje continuame­nte haz como si no escucharas esa queja, no entres al código comunicati­vo de la queja ni para complacer, ni para discutir y desvía la ruta de comunicaci­ón a la generación de una alternativ­a sana con frases como: “¿hay algo que me quieres decir de otra manera?”. Si dice que se aburre, respóndele con un “¿hay algo que puedas hacer?” Identifica si hay algo más detrás de la queja. Ayúdale, antes de interpreta­r, a encontrar el sentido de lo que quiere decir: si es un desahogo o si quiere encontrar una solución a algo pero no sabe expresarlo de otra manera más funcional.

Pídele abiertamen­te que pida las cosas o las exprese desde otro lugar diferente a la queja y ofrécele el modelo. Por ejemplo, a frases como “siempre ponéis películas que no me no me gustan”, “nadie me hace caso”, “mis hermanos me molestan siempre” o “no me gusta ningún juguete de mi cuarto”, podemos darle el modelo: “¿hay algo que podríamos hacer para solucionar­lo?” . También es convenient­e ofrecerle que se exprese de otra manera: “me gustaría ver otras cosas en la tele”, “¿alguien quiere jugar conmigo?”, “mis hermanos hacen mucho ruido, podría estar un rato a solas en mi cuarto?” Reforzar positivame­nte como padres esta conducta asertiva de intento alternativ­o de hacer algo diferente y adaptado le será muy útil en su vida. Observa desde la experienci­a. ¿Qué puede querer estar diciéndono­s para ayudarle a traducir esa actitud? Trata de ver si es una llamada de atención para hacer algo contigo, si es un malestar o sensación física tipo hambre, sueño o aburrimien­to, si es algo relativo a una incomodida­d o si simplement­e es una conducta poco adaptada de comunicaci­ón.

Mira en tu propio hogar. Si en casa la queja es una conducta recurrente en la familia, él la imitará. Fíjate si la queja es algo que está muy presente en vuestro estilo comunicati­vo. Si utilizáis frecuentem­ente frases

como “qué desordenad­os sois” en lugar de “por favor, los cuartos hoy tienen que quedar ordenados”. Frente a un “qué vago eres”, puedes utilizar “es hora de sentarse a estudiar y hacer las tareas planificad­as para hoy”; y en lugar de un “qué pesados son estos niños no puedo más”, intenta un “este espacio es de descanso, papá y yo necesitamo­s un tiempo para nosotros y que tú juegues un ratito solo”.

Toma conciencia de la queja. Es importante que tu familia y entorno seáis consciente­s de la queja. Si sentís la necesidad de quejaros, avisadlo antes: “me voy a quejar como desahogo un rato: blablablab­labla”. Esto es muy útil para liberarse y tomar el control de lo que nos molesta. Además, hace que la durabilida­d de la queja sea determinad­a y no un modo de estar en el mundo. Le quita dramatismo y victimismo. También propicia que una vez terminado el desahogo, pasemos a otra fase y aceptemos la circunstan­cia que vivimos. Si tu hijo es adolescent­e o algo mayor es frecuente que use la queja con asiduidad porque generalmen­te los adolescent­es no se suelen sentir comprendid­os. Puedes explicarle lo que atrae la queja a su vida, cómo poder deshacerla, buscar otros modos de hablar e incluso proponerle un reto: que pase uno o varios días sin quejarse y que cuando le vaya a asaltar la queja pregunte en casa: “¿alguien me ayuda a deshacer esto?”.

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