Enséñales a decir no
Que puedan expresar lo que sienten sin dañar los sentimientos del otro, pero evitando hacer lo que no quieren es una virtud que debemos transmitir a nuestros hijos.
Con educación y respeto.
Quién no se ha embarcado alguna vez en un plan que no le apetecía nada simplemente por no saber expresar una negativa a tiempo? Ser capaces de actuar conforme a lo que queremos sin herir los sentimientos del otro es un arte que no todos poseemos. En el caso de nuestros hijos, el no saber decir no puede llevarles a regalar su juguete preferido, su merienda del cole o, en edades más avanzadas, a comenzar a beber o fumar.
El peso de pertenecer a un grupo
Cuando somos niños, nos vemos en la necesidad de que nuestros compañeros y amigos nos acepten. Necesitamos sentirnos parte del grupo para ser felices. Sin embargo, nosotros como padres debemos ser capaces de transmitirles que actúen no porque otros se lo indiquen sino porque ellos mismos lo desean. “Decir que no es un acto de valentía que se puede superar cuando comprendemos que la asertividad es la mejor estrategia para ser uno mismo, definirse e interpretar las relaciones desde el respeto mutuo”, explican Verónica Cruz y Pedro Delgado, expertos en relaciones de pareja, familiares y en el ámbito laboral.
Derechos asertivos
Está expresión aparentemente tan complicada no es otra cosa que la habilidad de respetarse respetando también a los demás. De decir no, si ese es mi deseo,
pero sin agredir al otro. “De ponerme en el lugar del otro sin olvidarme de mi mismo, es decir, de empatizar y al mismo tiempo hacer ver al otro cómo me siento. ¡Ni mas ni menos!”, señalan los expertos.
Cómo educar en la asertividad
Cuando defiendes tus derechos sin herir los sentimientos de tus hijos o familiares, de un modo honesto, sin tener la necesidad de insultar, gritar o herir física o emocionalmente a las demás personas, estás enseñando a tus pequeños que se puede conseguir lo que uno quiere sin perder los nervios. “Es mejor exponer lo que cada uno necesita y luego llegar a acuerdos que reservarse y llegar a absurdos”, apuntan Verónica Cruz y Pedro Delgado.
Educas en la asertividad cuando tú mismo eres un ejemplo de ello. Si al preguntarte qué es lo que te apetece lo dices de forma sincera y no pensando en lo que quieren los otros. No se trata de un acto egoísta sino de ser capaz de ponerse en el lugar del otro, de entenderle, pero ser consciente de que es normal no compartir la opinión del otro.
Nuestros hijos se encuentran con muchas situaciones de presión de grupo y deben ser capaces de poder transmitir a sus amigos que no actuarán de una determinada forma porque otros se lo indiquen sino porque ellos mismos lo desean. Decir que no es un acto de valentía que se puede superar cuando comprendes que la asertividad es la mejor estrategia para ser uno mismo, definirse e interpretar las relaciones desde el respeto mutuo.
Marcando límites
Los conflictos que más se producen entre padres e hijos es a la hora de marcar límites. Por un lado, los padres nos mostramos reacios a que hablen o actúen de una determinada manera y por otro, los niños tratan de imponer sus deseos o expresar con su propio lenguaje que ya no son tan pequeños.
“Los padres debemos diferenciar muy bien entre lo que es un acto peligroso para ellos y lo que no lo es”, advierten los expertos. Si es peligroso, no podemos ser flexibles, debemos explicarles las normas y hacer todo lo posible para que entiendan las consecuencias de sus actos. Ellos tienen derecho a expresarse y a veces, puede parecerles que no les dejamos actuar porque no tienen la experiencia suficiente o el conocimiento necesario para entender y valorar el resultado de su comportamiento en determinadas situaciones. Pero nosotros podemos encontrar en el diálogo, dedicándoles suficiente tiempo, la herramienta para que nuestros hijos aprendan de nuestra propia experiencia, algo que sin duda valorarán y les ayudará a protegerse y a progresar. Y seguro que apreciarán el cariño con el que transmitamos nuestros consejos y los límites que no deben traspasar.
No se trata de zanjar la discusión con un no sino de ofrecer a nuestros hijos las explicaciones necesarias que nos han llevado a negarle lo que quería. Por ejemplo: “entiendo que estés enfadado porque no te dejemos salir pero nos parece un sitio peligroso”.