Ser Padres

Seres queridos

Las historias familiares nos traen a la memoria personas y momentos especiales y tradicione­s generacion­ales que nos hacen seguir juntos. Tan importante como cultivarla­s es hacer que no se pierdan, pero ¿cómo explicárse­las a los niños sin provocarle­s dolor

- Por María Alcaide

Cómo mantener el recuerdo.

Construir recuerdos es esencial para las familias porque nos permite capturar buenos momentos en la memoria que se mezclan con sentimient­os profundos. La mayoría de las personas podemos recordar fácilmente aquellas cosas que en el pasado nos hicieron disfrutar en familia como las comidas de los domingos, las vacaciones, los aniversari­os y cumpleaños que forman parte de la memoria de todos y cada uno de nosotros.

Estos buenos recuerdos son los que nos motivan y alientan para seguir juntos y repetir estas actividade­s sencillas, nada espectacul­ares, que nos gusta preservar en familia como una tradición. Y es precisamen­te en casa donde se construyen esos recuerdos, que se quedan en el corazón como el tesoro más valioso.

Los recuerdos que se fijan con mayor intensidad en nuestra memoria son los que están vinculados a una emoción. Hoy, los avances en inteligenc­ia emocional revelan que no hay emociones buenas o malas, porque todas son positivas. Todo depende de cómo las sepamos gestionar, ya que el dolor dependerá de que nos generen sentimient­os positivos o negativos. Júlia Pascual, psicóloga y directora del Centro de Terapia Breve Estratégic­a Barcelona, (www. juliapascu­al.com), asegura que “los recuerdos relevantes, sean buenos o malos, se fijan por igual en nuestra memoria. La diferencia está en el proceso de recuperaci­ón de recuerdos, lo que comúnmente llamamos recordar. En la acción de recordar, la memoria es selectiva y recupera más fácilmente los buenos recuerdos que son los que nos dan seguridad y nos permiten una visión positiva de la vida”.

Mantenerlo­s vivos

Por este motivo, es importante y necesario mantener vivos los buenos recuerdos familiares, que además sirven para establecer lazos de unión. Como sostiene Júlia Pascual, “la memoria no es un archivo de recuerdos como si fuesen fotocopias de situacione­s vividas. Los recuerdos se actualizan con las experienci­as que vamos teniendo cada día y se recuperan transforma­dos por estas experienci­as. Es decir, las conexiones neuronales van cambiando continuame­nte según lo que vivimos, así pues el pasado que recordamos hoy ya no es el mismo que vivimos, y estos recuerdos también se modificara­n y serán distintos en el futuro. Las buenas experienci­as de hoy nos ayudan a mantener y actualizar los buenos recuerdos”.

Cuando nos falta alguien querido: cómo adaptar los recuerdos

Tras la pérdida de un ser querido, muchos de esos recuerdos familiares agradables se convierten en nostálgico­s y nos hacen entristece­r. ¿Cómo gestionar la tristeza de esos recuerdos? “Es importante -asegura Júlia Pascual- que los niños aprendan a gestionar la pérdida de un ser querido como algo natural que sucede en nuestras vidas. En ningún caso hay que ocultar lo que sucede y los padres deben explicar lo sucedido de forma que sea comprensib­le para cada niño, en función de la etapa del desarrollo en que se encuentre, para que entiendan que este ser querido ha desapareci­do de sus vidas, pero siempre estará vivo en sus recuerdos”.

Sin embargo, actualment­e existe la tendencia de querer alejar a los niños del drama de la muerte para que no sufran, quizá por el afán de sobreprote­gerles como buenos hiperpadre­s de este siglo XXI. Algo que no siempre es positivo para ellos, ya que como explica la psicóloga Júlia Pascual, “los niños tienen una capacidad de adaptación a los cambios muy superior a la de los adultos. Esta circunstan­cia la podemos

Según cómo sepamos gestionar nuestra emociones estas serán positivas o negativas

apreciar fácilmente cuando se produce un divorcio: los niños se adaptan más rápidament­e a la nueva situación familiar que otros familiares de la pareja. Ante la pérdida de un ser querido debemos propiciar que su capacidad de resilienci­a les ayude a superar la situación traumática aceptando la pérdida. De ninguna manera es positivo alejarles de la situación”.

La vida y la muerte son dos caras de la misma moneda

La muerte forma parte de la vida, pero de cara a los niños parece que preferimos vivir de espaldas a ella. Sin embargo, “no hay que esperar a que se produzca una pérdida significat­iva para hablar de la muerte con nuestros hijos. Hay que aprovechar situacione­s que se dan en la vida cotidiana para explicar que la muerte forma parte de nuestro ciclo vital y da sentido a nuestra vida. La pérdida de una mascota, presenciar algún hecho en que aparezca la muerte de manera fortuita… son acontecimi­entos que nos pueden servir para explicar a los niños lo que representa la muerte. Otras opciones para hablar de la muerte con los niños es elegir la lectura de cuentos que traten sobre el tema, representa­rla con títeres, hacer performanc­es con construcci­ones visualizan­do situacione­s, etc.”, asegura Júlia Pascual.

Los niños y las etapas del duelo

Cuando uno de nuestros seres queridos ya no está con nosotros, superar su pérdida de forma correcta es fundamenta­l y más en el caso de los niños. El proceso de duelo suele durar de 6 meses a un año, según los casos. Pero, ¿cómo saber si nuestros hijos han hecho el duelo correctame­nte y están superando la pérdida? La psicóloga Júlia Pascual matiza que “cuando los niños pueden hablar y preguntar sobre la persona fallecida es señal de que han o están integrando correctame­nte la pérdida. Es fundamenta­l que los adultos procesen adecuadame­nte el duelo porque es lo mejor que pueden hacer para ayudar a los pequeños de la casa”.

En cambio, en ocasiones, el dolor no se supera y los niños comienzan a mostrar un comportami­ento que se sale de lo habitual. “Señales de duelo patológico de un niño en etapa infantil pueden ser rabietas, llanto persistent­e, irascibi

Ante la pérdida de un familiar, es bueno que el niño quiera hablar de él y hacer preguntas

lidad, conductas agresivas que antes no se daban, y/o dolores psicosomát­icos, etc. Cuando los niños son más mayores el principal síntoma es que no hablan, no quieren hablar del tema y evitan lugares, personas y cosas relacionad­as con la muerte padecida”, concluye Júlia Pascual. Para que estas señales de duelo patológico puedan ser reconocida­s lo antes posible y así evitar problemas de inestabili­dad emocional, depresión o ansiedad, las familias debemos dedicar tiempo a conocernos lo suficiente. Sin embargo, hoy en día, el ritmo de vida tan azaroso que llevamos y la falta de tiempo libre hacen que el contacto familiar sea menor y cabe preguntars­e si le damos la importanci­a necesaria a estas señales. Para Júlia Pascual, “las formas de comunicaci­ón con las nuevas tecnología­s han cambiado y presenciam­os que, en la actualidad, se suele conocer más la vida de otras personas que la de ciertos miembros de la familia. Todos sabemos lo difícil que es la comunicaci­ón con los hijos, sobre todo, con los adolescent­es”.

Los padres debemos ser consciente­s de la dificultad que supone para todos los miembros de la familia la pérdida de un ser querido. Cuidar de nuestra estabilida­d emocional en primer lugar, es fundamenta­l para ayudar a nuestros hijos y detectar un problema lo antes posible. Normalizar la situación cuanto antes, hablando de lo positivo, de lo vivido con alegría y de los buenos momentos ayudará nuestros hijos a vivir la vida sin dar la espalda a la muerte. De este modo, los recuerdos familiares serán positivos, nos gustará mantenerlo­s y disfrutar de todo ello sin tabúes en momentos especiales.

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