El duelo debe doler
Y de ese dolor no se salva nadie, aunque sean niños. Los padres que intenten aplazar el tema para cuando sean mayores, ocultar el tema, o en definitiva vivir de espaldas a este proceso vital, en vez de proteger al niño lo acaban desprotegiendo.
El dolor, la tristeza y la rabia son las tres emociones protagonistas en cualquier proceso de duelo. Las emociones son adaptativas y necesarias para cualquier ser humano, el problema surge cuando las taponamos, es decir, si no las dejamos salir.
Si queremos que nuestros niños vivan de forma natural las pérdidas, hemos de empezar por nosotros mismos, sus referentes. Para poder ayudarlos se deberían considerar estos 3 pasos: en primer lugar, los padres deben de ser capaces de gestionar su propio duelo. Si queremos ayudar a nuestros hijos, primero debemos ayudarnos a nosotros mismos.
En segundo lugar, los padres debemos ser un modelo a seguir. Debemos enseñar cómo se afrontan estas situaciones con nuestro propio ejemplo o a través de historias, cuentos, películas... con naturalidad frente al niño, expresando nuestras emociones, sin desbordarnos, pero tampoco bloqueándolas u ocultándolas. También se puede hablar de la persona fallecida para trabajar el recuerdo.
Y por último, los padres deberían ser facilitadores emocionales para ayudar a que el pequeño de la casa pueda expresar las emociones sean del tipo que sean y con el material o la forma que precisen. También pueden ayudar a construir y mantener el recuerdo de la persona fallecida aunque sea al inicio una experiencia muy dolorosa para todos. Todo esto sin excesos y de forma natural, pues los niños detectan la mentira y la sobreactuación.