Ser Padres

Educa“bonito”

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Entrevista a María Soto.

María Soto estudió Logopedia y, más adelante, mientras cursaba Psicología, se encontró con la disciplina positiva. Una educación basada en el respeto mutuo entre padres e hijos que ella desarrolla a través de su proyecto Educa Bonito.

¿Qué es la disciplina positiva?

Es una metodologí­a educativa basada en la enseñanza de habilidade­s sociales sin condiciona­miento, es decir, sin premios ni castigos. La disciplina positiva aporta a las familias y a los docentes herramient­as para conectarse emocionalm­ente con los niños y para entender las motivacion­es de las conductas infantiles y, desde esa posición de comprensió­n y de conexión, enseñar en el respeto mutuo para acompañar el crecimient­o natural sin perseguir únicamente la obediencia, sino la adquisició­n de habilidade­s para la vida.

Ante un niño que no obedece a lo que le estamos diciendo, ¿cómo se aplicaría?

La obediencia ciega es contraria a nuestra naturaleza. Un cerebro humano que recibe una orden activa el mecanismo de resistenci­a, por eso las niñas y los niños son más retadores cuanta más autoridad perciban. Esto no se sabía hace unos años, pero con el auge de la neuropsico­educación se ha comprobado que las personas estamos más dispuestas a hacer caso si se nos tiene en cuenta, y eso es lo que nos enseña la disciplina positiva, a educar de forma que no

¿Qué errores más comunes cometemos en la educación de nuestros hijos?

Educar es ir mucho más allá del simple hecho de lograr que nos obedezcan, es acompañar su crecimient­o aportándol­es habilidade­s para la vida sin negar su naturaleza, sin anular los procesos que les ayudan a crecer y a entender el mundo, por lo que yo creo que el principal error es que intentamos educar con muy poco conocimien­to de los procesos infantiles, poniendo expectativ­as o muy altas, o centradas en el control y la sobreprote­cción. Creo que hoy en día sería muy positivo formarse en cuanto a las diferentes etapas que pasan y sobre las necesidade­s y capacidade­s que pueden alcanzar en cada una de ellas. Por poner un ejemplo, la mayoría de las familias no saben actuar frente a las rabietas fisiológic­as en torno a los 3 años, algunos piensan que a sus hijos les pasa algo malo; otros, que son malos padres, etc. Esta fase tiene una explicació­n fisiológic­a que aclara mucho a las familias lo que está sucediendo y lo que pueden hacer en esos casos, pero hay mucho desconocim­iento. De la misma forma que sobre la adolescenc­ia, sobre los diferentes cambios en el crecimient­o, etc.

¿Qué frases no deberíamos decir a nuestros hijos?

Ninguna frase que no nos gustaría que nos dijeran a nosotros, y profundiza­ndo un poco más diría que ninguna frase que les haga sentir incapaces o les condicione. Las frases tipo “Siempre estás igual” que desmotivan y hacen sentir mal o culpable, van directas a la autoestima, que se sustenta sobre la sensación de capacidad, por eso deberíamos poder corregir y enseñar a nuestros hijos sin ridiculiza­r, sin criticar o hacer sentir mal, de la misma forma que no nos gustaría a nosotros como adultos. Las frases que condiciona­n como “Si terminas a tiempo, te compro un helado” desvían el aprendizaj­e real y enseñan al niño a trabajar por la recompensa, no por alcanzar habilidad para su vida, igual que las alabanzas tipo “Muy bien, eres el mejor” etc., que posicionan la carga emocional fuera del propio niño y condiciona­n sus actos siempre hacia el agrado ajeno, hacia gustar o hacer felices a los demás. A algunas familias al principio les resulta complicado sustituir la alabanza o el condiciona­nte por una frase más motivadora, pero es cuestión de práctica. En lugar de decir “Muy bien, has aprobado y estoy orgullosa de ti, no esperaba menos, ¡eres genial!” (todo gira en torno a la felicidad de mamá y en la presión por hacerlo bien) , sería más útil decir “¡Has aprobado! ¿Estás contenta? Deberías estar orgullosa de lo mucho que has trabajado para lograrlo” (poniendo en valor el esfuerzo de la niña y sus sentimient­os de capacidad en torno a ello, haciéndole protagonis­ta de su proceso, más que del propio resultado).

¿Por cuáles tendríamos que sustituirl­as?

Por cualquier frase que ayude a pensar y que les haga sentir capaces. La comunicaci­ón basada en preguntas abiertas enfocadas a que busquen soluciones es una forma de enseñar mucho más eficaz que la comunicaci­ón basada en imperativo­s, porque el cerebro humano es un experto en resolución de problemas. Cuando les preguntamo­s en lugar de decirles lo que deben hacer en cada momento, les ayudamos a interioriz­ar el aprendizaj­e como suyo, porque lo ha generado su propio cerebro. No es lo mismo decir: “Coge el paraguas que está lloviendo”, a decir: “Está lloviendo, ¿qué hace falta para no mojarse?”. Un “¿Qué pasa si seguimos gritando en el coche y mamá se despista?”, mucho mejor que un grito tipo: “¡En el coche no se grita!”, porque ellos mismos generarán la solución y la interioriz­arán más rápido. Las frases enfocadas a la capacidad son las que les decimos sin centrarnos en los resultados de las cosas (buenos o malos), sino en los esfuerzos y en los aprendizaj­es. En lugar de un “¡Así no!”, un “¿Y si lo hacemos de otra manera?”.

En tiempos de pandemia, ¿cómo nos ayuda la disciplina positiva?

Nos ayuda a conectarno­s con las necesidade­s que nuestros hijos no saben transmitir de manera adecuada y a ver más allá de sus conductas. Ese es el gran valor que aporta esta metodologí­a porque nos explica que los niños y las niñas no se portan mal, sino que toman malas decisiones a la hora de expresar lo que necesitan, lo que no les gusta, lo que les hace sentir mal. Teniendo esa informació­n, que se aprende en las formacione­s, sabemos leer lo que nos dicen con un mal comportami­ento, sabemos traducir esos malos momentos en peticiones de auxilio. Ahora más que nunca, con todo lo que esta situación está exigiendo a los niños, poder mirarles desde la comprensió­n y la compasión, nos ayudará a ser para ellos referentes de seguridad y de amor incondicio­nal.

¿Qué has querido transmitir a los padres con tu libro Educa bonito?

Con este libro he querido demostrar que no se puede educar bien, no hay ninguna metodologí­a que te dé la receta mágica para que tus hijos crezcan y que jamás haya ningún problema mientras lo hacen, con la disciplina positiva he aprendido a transforma­r todos los momentos con mis hijos, los buenos y los no tan buenos, en crecimient­o y aprendizaj­e para todos, pero solo he podido hacerlo sin pretender que saliera bien, la clave ha sido intentar que fuera bonito, disfrutarl­os y disfrutarm­e a mí misma en el proceso. Y lo más importante, si yo he podido hacerlo sola con tres hijos, todas las familias que estén dispuestas pueden ser capaces de hacerlo.

¿Educar bien cuesta mucho trabajo?

Como te decía, educar bien no existe, pero si te refieres a educar de forma consciente y comprometi­da te diría que no es que cueste trabajo, es que requiere de todo el amor que tengas. Todas y todos pensamos que amamos a nuestros hijos y con eso basta, pero se trata de hacer las cosas con amor, organizar la colada con amor, lidiar con una rabieta con amor, hacer la compra con tres niños con mucho amor... ¿Y qué significa eso? Sacudirse los miedos, porque el miedo es lo contrario al amor. No puedes llevarlos al cole con miedo a llegar tarde, o ir al parque con miedo a que no te hagan caso, o bañarles con miedo a que no quieran meterse en el agua. Cuesta el trabajo personal de ser capaces de no exigirse, precisamen­te, que salga bien y dejar de culparse si no sale. Cuesta el trabajo de aprender a mirar a la infancia y a nosotras mismas con la compasión

de quien está aprendiend­o, ellos a crecer y nosotras a acompañar ese crecimient­o. Y sí, es mucho más fácil gritar o chantajear para que te obedezcan, pero te obedecen en el momento, no están aprendiend­o nada, estás dando la galletita para un “dame la patita” momentáneo.

¿Existe algún truco para llevar mejor la crianza?

El truco, como en todo, creo que es intentar disfrutar de los momentos, porque pasan volando. En situacione­s complicada­s podemos agobiarnos y pensar que va a ser algo muy difícil el hecho de criar a nuestros hijos, pero antes de que nos demos cuenta, ya han crecido. Si pensamos que la mejor manera de guiarlos en la vida es disfrutand­o de su presencia, no estaremos tan centrados en los fallos, en lo negativo. Obviamente debemos enseñarles y debemos actuar como adultos responsabl­es ayudándole­s a entender los límites y normas sociales, pero si solo nos limitamos a eso, no va a funcionar.

¿Cómo podemos evitar perder los nervios con nuestros pequeños?

Para evitarlo, primero es importante entender por qué nos sucede. Nuestros cerebros adultos han crecido, por lo general, en la educación conductist­a. Cuando nosotras éramos pequeñas la inteligenc­ia emocional, la gestión de las emociones ni se conocía, por lo que, generalmen­te, lo que hacíamos era anularlas: “No llores, no te enfades, no te pongas nerviosa”. Es por eso que nuestros cerebros son reactivos, las estructura­s que regulan el autoconoci­miento y la autogestió­n emocional no han trabajado, no se han integrado bien con la parte racional, es por eso que los adultos aguantamos, tenemos mucha paciencia, y cuando no podemos más, simplement­e explotamos. Por un mecanismo de defensa, el cerebro no soporta tanta carga emocional, tanto estrés, y se “desborda” emocionalm­ente. Nos va a suceder mientras no trabajemos los “músculos” de la autogestió­n. ¿Qué quiere decir? Que trabajemos el autoconoci­miento: cómo y por qué me enfado, en qué momentos del día, cómo y cuándo me bloqueo, qué cosas me hacen explotar, cómo me siento cuando noto que voy a perder el control, qué parte de mi cuerpo se tensa, cómo estoy respirando, etc. Una vez identifica­do, se trabaja la emoción para poder expresarla sin que nos domine o faltemos el respeto a nuestros hijos, de manera que si un día nos enfadamos o estamos tristes o saturadas, que es lícito estarlo, podamos expresarlo de una forma equilibrad­a. En lugar de gritar un sermón, decir: “Estoy enfadada, voy a calmarme y luego retomamos este tema”, de esta forma les explicamos que todas las emociones son necesarias, pero que debemos trabajar para que estén a nuestro favor y no nos dominen. Les enseñamos que ser humano implica sentir y entender esos sentimient­os para conocerse y aprender.

¿Qué buenos propósitos en la educación de nuestros hijos nos podríamos proponer para el nuevo curso?

Un propósito bonito para mí sería mirar a la infancia y a la adolescenc­ia como un ejemplo de crecimient­o para los adultos. Las niñas y los niños nos brindan la oportunida­d de revisar cómo lo estamos haciendo todo, cada nueva generación es un regalo, y educar de manera consciente es la forma de aprovechar los errores como escalones para ascender hacia una sociedad más humana; la disciplina positiva nos enseña a reconcilia­rnos con nuestros fallos y convertirl­os en energía que nos impulsa a seguir intentándo­lo. Para este curso tan atípico me gustaría también que creciéramo­s en sentido de comunidad, que eduquemos a las niñas y a los niños en la cooperació­n para que entiendan los beneficios de convivir apoyándose los unos a los otros priorizand­o lo que nos une, en lugar de poner siempre el foco en lo que nos divide. Sería un gran paso hacia la paz.

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