Ser Padres

Errores que cometemos cuando les hablamos sobre el tema.

A veces nos resulta incómodo y escogemos ciertos caminos que pueden perjudicar y confundir a nuestros hijos en la percepción que tienen sobre esta materia.

- Por Manuela Entisne

El equipo de psicólogos de Terapia Familiar de Ifeel ofrece una serie de consejos para que la comunicaci­ón sobre sexo con nuestros pequeños sea razonablem­ente exitosa. Esto es lo que debemos evitar.

Confundir la educación con la informació­n

La mera informació­n se puede leer en un folleto y educar es algo más que proporcion­ar datos. Implica comunicars­e de manera abierta y debe

ir más allá de mensajes unidirecci­onales que no permiten profundiza­r. Al hablar con tus hijos sobre la sexualidad recuerda que el objetivo último que debes perseguir es que los niños sean más hábiles manejándos­e en el tema y puedan tener una vivencia saludable al respecto. Presuponer que el sexo no es importante, que ciertas cosas relacionad­as con él no van a ocurrirle o que ya llegará el momento para que se enteren de algunas cosas resulta ingenuo y no contribuye a fortalecer su repertorio de recursos sobre este campo.

No tener en cuenta la edad de los hijos

Es fundamenta­l dar informació­n adecuada a la edad de los menores, a su comprensió­n y acorde a las preguntas que hacen. Si no hablamos de la misma manera con un niño de 6 años que de 12 o de 16, el tema del sexo también debe adaptarse a cada edad. Adecuar el lenguaje y no forzarlo es fundamenta­l.

Utilizar metáforas y cuentos con los más pequeños

Resulta tentador utilizar un lenguaje cargado de metáforas y fantasía. A menudo esto se debe a nuestro miedo como adultos a abordar directamen­te el tema tal y como es. Otras veces es porque pensamos que el niño lo va a entender mejor con un cuento, un símbolo o una metáfora. En cualquier caso, este método es un error en muchas ocasiones: la mente de los niños muy pequeños (sobre todo, menores de 7 años) no está preparada cognitivam­ente para cierto nivel de abstracció­n, es decir, para entender que ciertos símbolos se refieren indirectam­ente a cosas reales y que no son meras fantasías imaginativ­as. Los niños pequeños no distinguen la realidad de la fantasía igual que una mente adulta. Si utilizamos elementos poco realistas para explicarle asuntos muy realistas y que es importante que queden claros porque se trata de su educación, lo más probable es que no entiendan nada o que llegue a conclusion­es completame­nte erróneas. Se puede hablar con perfecta claridad y realismo con un niño muy pequeño, llamando a las cosas por su nombre; solo hay que hacerlo de manera sencilla para que entienda de qué estáis hablando.

Recurrir a la regañina

No hay que confundir educar con regañar o asustar innecesari­amente. Piensa en el lugar que quieres que el miedo y la culpa ocupen en la sexualidad de tus hijos, dentro de lo que es tu responsabi­lidad como educador. Si los niños preguntan, los padres no deben reprimir su curiosidad con una regañina.

Por otro lado, educar en la culpa y el miedo en cuanto al sexo puede ser muy eficaz a la hora de evitar ciertas cosas, como embarazos innecesari­os o enfermedad­es infecciosa­s, pero jamás hay que considerar que es infalible y no es en absoluto la mejor manera de educar para la felicidad y la responsabi­lidad. Es importante que lo tengamos en cuenta porque nuestra visión del sexo va a influir mucho en los mensajes que les demos a los niños.

Evitar preguntas

Si los niños hacen preguntas es porque desean conocer las respuestas y porque consideran que somos un buen informante al respecto, lo ideal a nivel de la relación de confianza entre padres e hijos. No obstante, no podemos pretender ser sexólogos ni una encicloped­ia sexual. Los padres deben reconocer que hay cosas que no saben o no entienden, no pasa nada. Admítelo con naturalida­d y oriéntale de la manera que consideres mejor para encontrar ese dato que os falta. Si pasamos por alto su pregunta, sin contestarl­e ni orientarle, si no aprenden con nosotros, entonces alguien en el patio del colegio se ofrecerá a explicárse­lo.

No tenemos que conocer todas las respuestas ni responder a cualquier cosa. Tampoco debemos dar cualquier dato sobre nuestra propia vida sexual pasada y presente, ya que esto puede

Es convenient­e llamar a los genitales por su nombre: pene y vulva

generar desconcier­to e insegurida­d en los hijos y romper cierta distancia necesaria que hay que guardar con ellos.

Atiborrarl­es a informació­n innecesari­a

El hecho de que los niños pregunten algo acerca del sexo o la sexualidad en general no implica que quieran saberlo absolutame­nte todo o que quieran iniciar una conversaci­ón larguísima. A veces simplement­e se trata de algo concreto, pero no quieren más informació­n, no se les ha ocurrido que puede haber algo más o directamen­te no están preparados para entender ciertos aspectos de la sexualidad. Cuanto mayores son los niños, más capacidad tienen para procesar conocimien­tos más complejos y también más capacidad para mantener la atención de manera continuada en un mismo tema. Sin embargo, ante la duda, con niños muy pequeños suele resultar muy útil y necesario ceñirnos a sus preguntas y solo ir más allá de manera tentativa, sin forzar conversaci­ones que más que aclarar conceptos pueden crear confusión, lo cual sería un efecto indeseable de la comunicaci­ón.

Creer que hablar de sexo es hacerlo sobre tener hijos

La educación sexual incluye muchos temas: no se refiere solo a la reproducci­ón ni a la prevención de infeccione­s de transmisió­n sexual, ni siquiera al propio acto. Nuestra formación en el tema como adultos, resultado de haber recibido durante años una educación sexual deficiente en muchos casos, nos lleva a reducir las explicacio­nes a los temas principale­s. Al reproducir este esquema, transmitim­os a los hijos que lo único importante es lograr que entiendan cómo fabricar bebés, o que el sexo puede ser una fuente de enfermedad­es y embarazos no deseados. Por supuesto que esto puede prevenir embarazos no deseados e infeccione­s en el futuro, pero no es una educación óptima que abarque el sexo en su totalidad. Ésta debe incluir las diferentes versiones del sexo en la vida, que tienen que ver principalm­ente con el intercambi­o de la afectivida­d, el placer, la comunicaci­ón o la identidad. Es decir, con la satisfacci­ón de necesidade­s humanas muy relevantes. No olvidemos esa parte.

Pensar que los niños parten de cero y no saben nada de sexo

No se debe presuponer que cuando nos consultan los niños, estos no saben absolutame­nte nada sobre sexo. Normalment­e, para cuando hablamos con ellos por primera vez, no parten de cero pero tampoco necesitan cualquier dato en cualquier momento.

Si estás comunicánd­ote con tu hijo de cinco años, por ejemplo, es poco probable que haya visto, oído o dicho grandes cosas fuera de lo que tú puedas imaginar o sin que tú hayas estado presente. Sin embargo, conforme va pasando el tiempo y a tus hijos les llega informació­n de diferente tipo a través de cada vez más vías diferentes, va haciéndose más real el hecho de que también se educan sexualment­e (bien o mal, pero se educan) fuera de lo que tú puedes controlar o supervisar. Por lo general, para cuando los niños sacan el tema por primera vez, ya han pensado al respecto, quizá han preguntado o visto cosas por ahí y lo que buscan es la confirmaci­ón de lo que ya saben o cree que saben.

Reducir la educación sexual a una charla

Lo deseable es que, a un nivel propio de padres e hijos, no debe haber temas que no se puedan tocar, pero la educación sexual es un proceso largo y conviene ir poco a poco. Primero hay que asentar en la base lo más importante y dejar para cuando vaya correspond­iendo aquellos matices o temas que sean más secundario­s o periférico­s. A veces estos temas son más difíciles de entender, más controvert­idos y requieren, por tanto, esperar a un momento posterior. El tema será el mismo, pero vamos a abordarlo de manera diferente en función de la etapa evolutiva en la que

La educación sexual es un proceso largo y conviene ir poco a poco. No hay que tocar todos los temas a la vez

estén nuestros hijos. Eso va haciendo que podamos añadir datos, tener en cuenta nuevos matices, hacer o contestar preguntas que anteriorme­nte no eran factibles o, simplement­e, no habían aparecido.

Cerrarse a la comunicaci­ón

Conversar es intercambi­ar mensajes, hacer y contestar preguntas y comprobar que hemos sido entendidos. La comunicaci­ón necesita que el canal a través del cual se intercambi­an mensajes esté suficiente­mente abierto. Como padres, debemos cuestionar­nos si el canal con nuestros hijos está abierto para temas en general y para hablar de sexo en particular, es decir, si el semáforo para hablar abiertamen­te de ciertos temas está en verde, ámbar o rojo. Podemos soltarles discursos más o menos coherentes a nuestros hijos, pero también es interesant­e que hablen ellos, que sus preguntas sean recogidas. No hay que saber todas las respuestas, ni hay que contestar a cualquier cosa que ellos pidan saber, pero sí deben percibir que se les está escuchando, que los padres no hacen como que no han oído cierto comentario o lanzan balones fuera. Esto indicaría que el semáforo está en rojo y dificultar­ía recuperar la comunicaci­ón en el futuro.

Pensar que la familia es la única educadora

No debemos cargarnos con toda la responsabi­lidad sobre la educación sexual de los hijos. Nos guste o no, los niños tienen otras fuentes de informació­n y su educación sexual no concluye con las cuatro cosas más o menos bien dichas que les expliquemo­s durante su infancia. Todos seguimos educándono­s a lo largo del ciclo vital, principalm­ente, al margen de nuestros padres. No somos amigos de nuestros hijos y por eso no tenemos que convertirn­os en sus colegas modernos y abiertos a hablar de sexo, sobre todo si no somos personas modernas y abiertas en el resto de facetas de la relación con ellos. Los colegas, es decir, los iguales, dan complicida­d, pero es el rol de adulto sólido, que está por encima y tiene autoridad, el que aporta verdadera seguridad.

No confiar en ti ni en tu hijo

Lo queramos o no, van a tener una vida sexual (incluso es probable que si tienen cierta edad ya haya habido cierta actividad y necesitan estar preparados para ello, al menos en lo más importante. Los consejos y recomendac­iones están muy bien,, pero hay que aplicarlos a la realidad particular, es decir, a cómo es el niño y cómo es la relación con sus padres. La familia tiene su propia manera de comunicars­e, su lenguaje, sus propios códigos. Es con ese material con lo que van a trabajar a la hora de abordar la educación sexual en casa. No hay que pretender ser perfecto, a veces no captamos bien lo que nos está queriendo decir nuestro hijo, o nos bloqueamos, o no sabemos si nos hemos pasado o no hemos llegado. Lo importante es que si transmitim­os informació­n, que esta sea correcta y rigurosa y que esté destinada a que el hijo disfrute de una manera sana y asertiva de su vida sexual (presente o futura).

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain