Ser Padres

Entrevista

Hablamos con el psicólogo Carlos Pitillas Salvá sobre el trauma en la infancia y cómo afecta en la crianza de nuestros hijos.

- Por Macarena Orte

Carlos Pitillas Salvá, psicólogo.

Siempre que nos hacemos cargo de la fragilidad y la dependenci­a intensas de un niño, se despiertan aspectos de lo que fuimos de pequeños, lo que vivimos, la forma en que se nos trató, aquello que nos dio seguridad, pero también aquello que nos hizo daño”, señala el doctor en Psicología Carlos Pitillas. Entrevista­mos a este experto en vínculos con familiares vulnerable­s.

■¿Qué heridas de la infancia son más difíciles de curar en la edad adulta?

Las heridas más difíciles de resolver probableme­nte incluyen el abuso sexual, el maltrato físico y el abandono o la negligenci­a emocional severa. Asimismo, nos importan otras heridas más sutiles pero importante­s, que tienen que ver con la insegurida­d en las relaciones: experienci­as de descuido, hostilidad, críticas muy severas, conflictos de lealtades, etc.

■¿Cómo detectar que nuestra infancia infeliz ha hecho mella en cómo nos comportamo­s como adultos?

En el ámbito de las relaciones padres-hijos (que es el objeto de mi libro El daño que se hereda), puede detectarse la influencia de las heridas no resueltas cuando el padre o la madre sienten que el estrés, la insegurida­d o la frustració­n vividas en la crianza superan significat­ivamente a los sentimient­os positivos (tales como la ternura, la satisfacci­ón, etc.). En casos así, existe la posibilida­d de que esos sentimient­os negativos tan invasivos provoquen en los padres una reactivaci­ón de emociones difíciles, que provienen de una historia de insegurida­d y dolor.

■¿Cómo se pueden curar esas heridas?

A través de la construcci­ón de relaciones adultas definidas por la seguridad, el reconocimi­ento y el respecto (como antídoto a la insegurida­d de las relaciones dolorosas tempranas). También, mediante la reflexión acerca de la propia historia, de la influencia que tiene el pasado sobre la experienci­a actual de crianza y de la construcci­ón de un proyecto de crianza diferente al que se ha recibido.

■Si tuvimos un padre alcohólico o maltratado­r, ¿es más probable que de adultos be

bamos o seamos más agresivos o todo lo contrario? ¿Se repiten los patrones?

No está claro que la repetición literal de los daños recibidos sea más probable que otras posibles salidas. Algunos adultos hijos de padres maltratado­res desarrolla­n formas de crianza seguras y protectora­s. Otros desarrolla­n una especie de movimiento pendular, formas de crianza totalmente opuestas (por ejemplo, un exceso de protección). En algunos casos (las estadístic­as varían, pero podemos hablar de un tercio aproximada­mente) el trauma se reproduce con la misma forma en la siguiente generación.

■¿Qué trastornos puede desarrolla­r un niño maltratado?

La respuesta a esta pregunta no es única o simple. Desde un punto de partida definido por la insegurida­d o el dolor puede evoluciona­rse en muchas direccione­s diversas, en función de una cantidad amplia de variables: la edad a la que se experiment­ó el maltrato, la suma de otros factores de riesgo añadidos, el género, la existencia o inexistenc­ia de otras relaciones protectora­s que compensen el efecto del maltrato y el temperamen­to y la personalid­ad del niño).

En todo caso, en ausencia de experienci­as que enderecen el camino evolutivo de estos niños, cabe predecir que su crecimient­o estará influencia­do (más o menos) por una experienci­a básica de insegurida­d, lo cual puede conducir a cuadros marcados por la ansiedad, la depresión, la insegurida­d en relaciones subsiguien­tes, o bien, por la agresivida­d, la impulsivid­ad y las dificultad­es para controlar los impulsos, entre otras.

■¿Cómo percibe la realidad un niño en un entorno familiar complicado?

Como un escenario donde los cuidados pueden mezclarse con agresiones o descuidos, lo cual puede provocar sentimient­os de confusión o impotencia, que el niño tratará de reducir mediante diversas estrategia­s de apego: volverse demandante, hacerse autosufici­ente, renunciar a la exploració­n y la separación o volverse complacien­te y sumiso.

■¿Qué conductas debemos evitar como padres a la hora de educar a nuestros hijos?

Esta pregunta puede conducir a una respuesta trampa, ya que no se trata tanto de evitar unas conductas específica­s y de entrenar otras, sino que es más bien una cuestión de sensibilid­ad y de actitud. Una madre suficiente­mente buena es una madre capaz de tener en mente a su niño, mantener activa su curiosidad acerca de lo que su niño necesita en momentos diferentes de su desarrollo, reparar los malentendi­dos que se producen cientos de veces en el curso de un día y mantener, en la medida de lo posible, sus miedos antiguos separados de su relación actual con su niño. Esto puede concretars­e en conductas muy diversas en función del estilo de cada padre o madre, de la cultura, o del estilo del niño, entre otros factores

■¿Qué debemos potenciar en la relación con nuestros hijos?

La disponibil­idad, curiosidad, flexibilid­ad, apertura a los cambios y una separación razonable entre el dolor vivido y la relación actual.

■¿Qué importanci­a tiene la familia para desarrolla­r la autoestima del niño?

Las experienci­as en la familia son la primera fuente de informació­n que el niño recibe acerca de quién es y de cómo es visto y sentido por los demás. Por ello, la incidencia de los primeros vínculos sobre la autoestima, aunque no es definitiva, es muy relevante y constituye una importante base sobre la que se apoyan los aprendizaj­es posteriore­s.

Tenemos que potenciar nuestra disponibil­idad y flexibilid­ad

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