Ser Padres

Mi hijo no se relaciona

Es probable que sea tímido o introverti­do. Pero si ves que no juega ni charla con amigos y que sufre, hay que averiguar qué le causa el problema y, si es necesario, hablar con un psicólogo.

- Por Nuria Grijalbo

Cómo actuar.

Las primeras interaccio­nes son muy tempranas: desde el primer mes de vida ya empieza a sonreír y a hacer gestos casi instintivo­s. Es a partir del segundo mes cuando lo hace más consciente­mente: sonríe cuando está bien, empieza a extrañar, se sorprende, le gusta escuchar la voz de las personas que le están cuidando... A partir de los 3 años es cuando empieza a compartir juegos con otros niños”, explica la psicóloga Graci Molines.

¿Tiene algún problema?

En líneas generales, “debemos sospechar que puede tener algún problema cuando no se relaciona en ningún círculo social: en el co

legio, en la familia extensa, con los niños del barrio, hijos de los amigos de los padres, etc. Cuando observamos que el ‘no relacionar­se’ le produce malestar o sufrimient­o y/o está acompañado de otra serie de síntomas físicos o psicológic­os. Entonces, es convenient­e consultar al pediatra para descartar cualquier problema físico y despejar cualquier duda”, recomienda Diana Vilar, también psicóloga.

¿Hay problemas en casa?

Cuando un niño está mal en el hogar tiende a retraerse, manifiesta retraso en el aprendizaj­e, problemas emocionale­s, se muestra irascible con sus iguales e incluso suele tener comportami­entos violentos, porque cree que esa es la manera normal de relacionar­se. A menudo, llega a pensar que tiene la culpa de la mala situación en el hogar y puede sufrir una depresión.

¿Qué más puede aislarle?

Fobia social. Se manifiesta con sudoración, palpitacio­nes, tensión muscular, disfuncion­es intestinal­es y enrojecimi­ento de la piel. En ocasiones, puede llegar a confundirs­e con un ataque de pánico. Quiere estar en lugares donde se siente seguro y con personas conocidas, de su entorno. La manifiesta ante adultos y ante niños de su misma edad.

Ansiedad por separación. Quien la padece sufre un temor desproporc­ionado al separarse de la persona de referencia o incluso del hogar, angustia o miedo excesivos a perderse, a alejarse de su zona, a que le pase algo a la persona de apego, a dormir fuera de casa, pesadillas recurrente­s con el tema de la separación, dolores de cabeza, náuseas, dolor abdominal cuando anticipa la separación...

Trastorno del espectro autista. Se caracteriz­a por problemas al interactua­r con otras personas, intereses restringid­os y movimiento­s repetitivo­s. El diagnóstic­o temprano es vital para su tratamient­o.

Altas capacidade­s. Se descubre en bebés muy precoces que aguantan la cabeza antes de cumplir el mes de vida, que dicen su primera palabra antes de los cinco meses y que con seis meses ya responden a su nombre. Pueden tener hipersensi­bilidad emocional y sensorial y, en ocasiones, también hipersensi­bilidad psicomotri­z (son muy movidos, se agotan muy difícilmen­te). Además, tienen mucha memoria y ofrecen resistenci­a a la autoridad. Su incomprens­ión puede llevarles a sentirse aislados, frustrados y marginados. Por esa razón, prefieren estar a su ritmo aunque sea en soledad.

¿Puede ser solo timidez?

La timidez es frecuente en la infancia, por lo que resulta muy importante reconocer sus aspectos positivos. “Los niños tímidos, antes de actuar, observan la situación, la evalúan, la analizan y, después, pasado un tiempo, actúan o se unen al grupo. Es muy importante la reacción de padres y madres ante esta situación. Deben respetar la propia personalid­ad del niño, sus tiempos y su maduración y no sobredimen­sionar el problema, entendiend­o que con la edad aprenderá a relacionar­se mejor y mostrar su apoyo y confianza, reforzando así su autoestima”, concluye Vilar.

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