El ‘ritmo ruso’, un prodigio... de lentitud
▄ Ayer nos sentamos en un restaurante junto al estadio las 14.30 horas y acabamos casi a las cinco. Dos horas y media para una comida normal con una ensalada, un segundo y un postre. Café no tomamos, porque quizá aún estaríamos allí. Les repetimos que teníamos prisa, pero no se inmutaron. Es el ritmo ruso, dotado de una calma y una lentitud que desesperarían al mismísimo santo Job. En un supermercado, prepárense para esperar 10 minutos si tienen a tres personas por delante. Hasta en el McDonald’s hay que armarse de paciencia. Y ya no les digo nada si quieren ver un partido de los importantes en el Mundial.
De todas formas, estas situaciones son ‘pecata minuta’ si las comparamos con las trabas burocráticas con las que se encontrarían si tienen que solucionar un contratiempo acudiendo a los canales oficiales. Otro aspecto que destaca en el trato diario es la nula empatía que tienen hacia los clientes, al menos en esta zona de Rusia (mentira, en todo el país). En una tienda de alimentación como la cadena ‘Magnit’ a veces ni se mira al comprador. Se le dice el precio en rublos mirando a la máquina y se esperan los billetes sin levantar la mirada.
Todos ello es la herencia de la cultura radicalmente comunista que presidió estos territorios durante décadas. Los trabajadores ingresaban el mismo salario independientemente del trabajo que hiciesen o de su simpatía. Esas pautas calaron tan hondo en la sociedad primero soviética y después rusa que aún se tardará mucho en modificar. De hecho, aquí parte de la tercera edad insiste en que estaban mejor antes, con las necesidades básicas cubiertas y un salario seguro sin más pretensiones. Por contra, los jóvenes no quieren ni oír hablar de marxismo, trotskismo o comunismo. La Rusia moderna es incluso más capitalista que el país que preside un hombre con nombre de pato.
La clave: si son impacientes, aquí lo pasarían fatal en los restaurantes, de compras o para entrar al fútbol