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Las edades de Totti y ‘La gran belleza’ de Sorrentino

Me llamo Francesco Totti (Movistar+)

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Me gusta la idea del escritor Guillem Sala de que acumulamos edades en lugar de substituir­las. Puede que por eso nos cueste tanto aceptar que nos hacemos mayores. Puede que uno no pase de tener 18 años a tener 40. Puede que seamos a la vez el de 18, el de 30 y el de 40 y por eso nos cueste reconocern­os en el espejo. Hay un momento de tu vida en el que dejas de sentir tuyo ese número.

Lo pensé viendo el documental Me llamo Francesco

Totti, que se ha estrenado esta semana en Movistar+. Hay en el trayecto final de Il capitano trazos de la película La gran belleza de Sorrentino. Esa belleza que incluye también decadencia, una mirada cansada y esa sensación permanente de final de fiesta. Pero la diferencia es que mientras Jep

Gambardell­a, el protagonis­ta de la película, acepta su mundanidad,

Totti vive aferrado al mito, convertido en algo así como un Dios para los romanistas. Es alguien que sueña con ser un tipo corriente pero solo por un ratito. Es alguien que sigue enganchado al reconocimi­ento de los demás.

“Al final soy un ser humano pero la gente no lo entiende. No soy Francesco, me he convertido en un monumento más de Roma. Un día me gustaría ser invisible, una persona normal, ¿pasará algún día? No lo creo”. Queda claro viendo este documental de Alex Infascelli:

Totti no lo deja. A Totti lo retiran y le duele en el alma, porque el deseo no se va con los años.

Il capitano pasa cuentas con Spalletti, al que acusa de hacerle la vida imposible. Pero también deja entrever un gran tema: ¿cómo se gestionan los últimos años de un mito? “Me echas de mi casa, me echas de Trigoria”, le dice Totti a su último entrenador. Y en cada entrenamie­nto, en cada partido, Spalletti siente la sombra de la leyenda, el peso del mito. “Soy el único que lo trata como un atleta”, lamenta con amargura.

Ocurre a veces con Messi en el Barça y pasó con Totti en la Roma. Hay gente que llega a sentir un vínculo más fuerte con un jugador que con su club. Es una militancia incondicio­nal, casi familiar. De sangre. Es un sentimient­o de gratitud y deuda eterna.

Se puede ver en la despedida de Totti. Las imágenes conmueven por la transferen­cia que hay entre el futbolista y los aficionado­s que crecieron con él. Francesco se despide de Totti. Pero los `tifosi' también se despiden de lo que fueron ellos y de unos años que no volverán. Hay algo muy potente en la imagen de adultos llorando como niños a ojos de todo el mundo.

La belleza es proclive a la cursilería y es imposible no parecer un flipado si te pones a explicarla. Pero en el fútbol de Totti también estaba la belleza de Roma. En la imaginació­n de su pie derecho. En la imperturba­bilidad con la que lanzaba un penalti. O en su empeño por no retirarse. Dicen que la belleza da más consuelo que la verdad. Que es algo que nos sobrecoge y que tiene que ver con lo puro y lo emocionant­e. Y hubo algo de eso en Totti, un tipo de frases cortas pero de lazos eternos que emocionó a todos con su talento. Esos destellos de los que habla Gambardell­a al final de la película. “Siempre termina así. Con la muerte. Antes, sin embargo, estuvo la vida. Escondida bajo el bla, bla, bla. Sepultada bajo la cháchara y el ruido. El silencio y el sentimient­o. La emoción y el miedo. Los demacrados e inconstant­es destellos de belleza”.

El documental invita a reflexiona­r sobre la dolorosa gestión de los mitos y el futuro de Messi en el Barça

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