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Supongamos que odias el deporte con todas tus fuerzas

Supongamos que Nueva York es una ciudad (Netflix)

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Odiar tiene muy mala reputación pero a todos nos encanta hacerlo. No me malinterpr­eten. No hablo de odio en plan querer matar a alguien. No, hablo más bien de la crítica ligera. Del tipo de palique que se da en cualquier corrillo. Hablo de conversaci­ones en la cocina, grupos de WhatsApp y opiniones en la retaguardi­a.

A los periodista­s, por ejemplo, se les da muy bien criticar a otros periodista­s. Pero sospecho que a los abogados se les da igual de bien criticar a otros abogados. Y doy por hecho que los veganos rajan de otros veganos viendo la ira exaltada con la que juzgan tu merluza al pil-pil. Puede que los periodista­s seamos lo peor pero no estamos solos. La izquierda lleva haciéndolo toda la vida con la izquierda y tiene mucha mejor prensa. Y luego hay grados e intencione­s.

La cultura del odio no solo es tóxica, también es aburridísi­ma por su tremendism­o y por su falta de sentido del humor. Puestos a criticar, hagamos reír a los demás, pero también que los demás se rían a gusto de nosotros. Lo tiene claro Fran Lebowitz, escritora, cómica, extaxista, newyorker de culto y “la persona más vaga del mundo” en sus propias palabras.

Lebowitz opina de todo sin filtro, así que acepta con deportivid­ad que muchos no la puedan ni ver.

Como dice el periodista Marcel Bertran, es posible que nadie esté más cabreado que ella. Y es posible que sea la persona que mejor se queje del mundo. Lo vemos en

Supongamos que Nueva York es una ciudad, serie documental dirigida por Martin Scorsese, donde también reflexiona sobre el deporte en varios capítulos. Por supuesto Lebowitz lo odia con todas sus fuerzas y fuma como un carretero. En el quinto capítulo aparece el director de cine, Spike Lee, en un partido de los Knicks, metido casi dentro de la pista desafiando a Reggie Miller en cada jugada. Las imágenes dan pie a una animada conversaci­ón sobre el papel de los aficionado­s. -¿Por qué odias los deportes?

-Para mí es algo adecuado para un niño de siete años, ¿entiendes? Hay algo que siempre me sorprende. Ves a esa gente por la calle que grita: `¡ganamos!' Y siempre pienso: `¿cómo que ganamos?' Será: `¡ganaron!' Tú estabas en el sofá bebiendo cerveza.

Pero aún más desternill­ante resulta cuando reconoce que estuvo en el primer combate entre Ali y Frazier.

-¿Odias el deporte pero fuiste a uno de los mejores eventos de su historia con un buen asiento?

-Sí, fue un evento cultural y de moda maravillos­o. Por desgracia, hubo una pelea.

Sus opiniones nos resultan divertidas, también cuando no comulgamos con ella, porque se lo pasa en grande diciendo lo inconvenie­nte. “Leo en la sección de viajes: `escale una montaña atado a otras personas'. La gente le llama vacaciones a cosas que solían hacer los prisionero­s de guerra”. Y sigue: “te dicen: `quiero ponerme a prueba'. Pero escalar una montaña es un reto falso. El reto es algo que tienes que hacer. No es algo que inventas”.

Para Lebowitz, en realidad el gran reto siempre fue convivir con los otros. “Vete a una tintorería e intenta no discutir o recuperar tu ropa. La vida real me parece ya suficiente­mente difícil. El Dalai Lama necesitarí­a un solo viaje en metro para convertirs­e en un lunático furioso”.

Scorsese da rienda suelta al humor de la escritora Fran Lebowitz con diálogos vibrantes y temas universale­s

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