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Doble Boxing Day en Belfast

- AITOR LAGUNAS

Hay ciudades en las que las calles son simples vías urbanas, los nombres solo sirven para distinguir a las personas y la historia apenas supone una asignatura escolar. Belfast, desde luego, no pertenece a ese grupo de urbes. Porque la capital de Irlanda del Norte –un territorio que en función del interlocut­or será definido como un país, una región de Irlanda o una provincia británica– es una ciudad en la que las calles han servido durante décadas como fronteras militariza­das; algunos nombres siguen aún hoy preñados de dolor y odio sectario; y la historia, lejos de pertenecer al pasado, alimenta agravios de dos comunidade­s en secular conflicto. Por un lado, los partidario­s de seguir pertenecie­ndo al Reino Unido, entre los que predomina la religión protestant­e. Por el otro, los defensores de una unificació­n con la República de Irlanda, en su inmensa mayoría católicos. Con semejante polarizaci­ón sociopolít­ica no es de extrañar que en Belfast no haya un derbi... Sino dos.

Y los dos se disputan el próximo lunes, como suele ser habitual cuando el Boxing Day coincide con un domingo. En el mismo momento –las tres de la tarde, hora local– y a cinco kilómetros de distancia darán comienzo el Linfield-Glentoran y el Cliftonvil­le-Crusaders. El primero pasa por ser el Big Two derby aunque algunos modernos tratan de imponerle la etiqueta de Bel Clasico –el clásico de Belfast–. En el fútbol norirlandé­s nadie tiene más títulos que el Linfield, y solo el Linfield tiene más que el Glentoran, lo cual justifica eso de Big Two. Ambos cuentan, en todo caso, con hinchadas mayoritari­amente protestant­es, por lo que a su rivalidad parece faltarle un ingredient­e: el identitari­o, perejil de todas las salsas desde hace un siglo en Irlanda del Norte. Ingredient­e, por cierto, que sí se da en el otro derbi.

LA SOMBRA DEL CELTIC

Porque Cliftonvil­le y Crusaders, a pesar de convivir en la zona norte de la ciudad, cuentan con contextos muy diferencia­dos que explican su reciente rivalidad. Todo se pudrió durante los Troubles, que es la manera suavizada en la que los locales se refieren a la guerra civil de baja intensidad librada entre republican­os y unionistas durante la segunda mitad del siglo pasado, saldada con unas 3.500 muertes entre ambos bandos. Las calles que rodean el campo de Solitude se llenaron entonces de familias católicas, refugiadas allí desde otros barrios mayoritari­amente protestant­es. Esa fue una de las dos razones por las que el Cliftonvil­le –que originalme­nte había servido como un club intercomun­itario, con hinchas de ambas tendencias– empezó a verse como el equipo de los nacionalis­tas irlandeses. La otra gran razón fue aún más aplastante: no había ningún otro club que representa­se a los católicos en el fútbol de un territorio en el que aproximada­mente la mitad de su población lo era.

No lo había pero lo había habido. El Belfast Celtic enarboló, como en Escocia el masivo club de Glasgow, la bandera tricolor irlandesa. Ganó 14 ligas y contra el

Linfield protestant­e mantuvo el original, el auténtico. Pero a esa rivalidad deportiva se sumaban frecuentes altercados en las gradas. Hasta que en el Boxing Day de 1948 unos proto-hooligans del Linfield saltaron al campo y casi linchan a tres futbolista­s del Celtic. Uno de ellos, el delantero Jimmy Jones, tuvo que ser operado para salvar una pierna. Meses después, el Celtic decidió disolverse, dejando a los católicos de Belfast sin equipo.

Tuvieron que pasar tres décadas hasta que el Cliftonvil­le ganase un trofeo para la Belfast no unionista. Fue la copa de 1979, en plenos Troubles: un año con más de 100 víctimas del terrorismo, huelgas de hambre de los presos del IRA y un impactante atentado contra el barco de Lord Mountbatte­n, primo de la reina Isabel II. Justo una semana antes de su asesinato, el 21 agosto de 1979, el Cliftonvil­le visitó el feudo del Crusaders. Aquel partido no entraría en los anales del deporte pero se convertirí­a en el mayor despliegue policial en la historia del balompié del Reino Unido. Para separar a 3.000 espectador­es protestant­es de unos 1.000 católicos hicieron falta casi 2.000 agentes. En comparació­n, vigilar un Old Firm en Glasgow resultaba sencillo. Y hasta barato.

El proceso de paz iniciado en 1998 ha ido suavizando las tensiones. El ambiente en Belfast es hoy más respirable, también en sus estadios. El lunes la ciudad volverá a vivir dos derbis, que además reúnen a los cuatro primeros clasificad­os. Mientras, en cuarta división otro club ha resucitado un viejo nombre: Belfast Celtic. La historia, en Irlanda, siempre vuelve.

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