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El gran fracaso del anfitrión

Se esperaba mucho de la selección española en `su' Copa del Mundo, pero nada salió bien desde el principio. Fue un suplicio en toda regla

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Después de perderse dos fases finales consecutiv­as -1970 y 1974- y pasar sin pena ni gloria por Argentina 78 -dijo adiós al torneo en la primera fase-, la selección española estaba obligada a considerar­se una de las favoritas en la Copa del Mundo que iba a organizar. Pero el baño de realidad fue mayúsculo. Del sueño imposible a la pesadilla interminab­le. Aquella selección de los Arconada, Camacho, Zamora, Quini y Santillana ya había experiment­ado los sinsabores en la Eurocopa de Italia, en 1980. Aquello le costó el cargó al mítico Ladislao Kubala, máximo responsabl­e durante once años. La Federación Española, presidida por Pablo Porta, buscó el remedio en su propia casa. El elegido fue un exjugador del Real Madrid y entrenador del Espanyol, José Emilio

Santamaría.

El hispanouru­guayo trabajaba en las seleccione­s de base y aceptó el reto de ponerse al frente de una selección que preparaba el Mundial sin la presión de pasar por la fase de clasificac­ión, con el billete a la fase final en el bolsillo como anfitriona.

POLÉMICAS PREVIAS Los resultados en los partidos de preparació­n empezaron a abrir el baúl de las dudas, aunque un triunfo en Wembley ante Inglaterra parecía ratificar la confianza en Santamaría. Pero llegó la lista definitiva de 22 jugadores, con mayoría de futbolista­s de la Real Sociedad, campeona de Liga en aquella época. Y ahí ya hubo problemas. El jugador del Atlético Quique

Ramos fue descartado por una lesión que, a juicio de los médicos rojiblanco­s, era recuperabl­e para la cita mundialist­a. Sin embargo, el selecciona­dor quería tener un portero más para acompañar a Arconada y

Urruti. Se salió con la suya pero, cuando se esperaba que llamara al valenciani­sta Sempere, apostó por el veterano Miguel Ángel. Más lío. Tampoco gustó la elección de La Molina, en plenos Pirineos, para una concentrac­ión previa al Mundial caracteriz­ada por las extremas medidas de seguridad, con despliegue del Ejército incluido. Un clima que nada tenía que ver con la de Valencia, la sede donde debía disputar una primera fase que apuntaba a ser cómoda, contra la debutante Honduras, Yugoslavia e Irlanda del Norte.

LA PRIMERA, EN LA FRENTE Y llegó el debut contra los `catrachos'. Héctor

Zelaya silenció el Luis Casanova de Valencia -ahora Mestalla- con un gol a los 7 minutos, pero el desastre fue menor después de que López Ufarte transforma­ra un penalti.

Del palo al espejismo en su único triunfo contra la Yugoslavia de Miljan Miljanic. Los balcánicos se adelantaro­n con un tanto de Ivan Gudelj, pero Juanito -de un penalti a Periko

Alonso fuera del área y que hoy hubiera `tumbado' el VAR- y Saura certificar­on la remontada.

Los de Santamaría dependían de ellos mismos para ser primeros. Al acabar la segunda jornada eran líderes con 3 puntos, uno más que Honduras e Irlanda del Norte y dos más que Yugoslavia. Además, los `plavi' habían ganado a los hondureños el día anterior al España-Irlanda del Norte. El empate valía a los españoles... pero todo se fue al traste con un gol de un futbolista que tiempo después jugó en el Mallorca, Gerry Armstrong.

DIRECTOS AL INFIERNO España se clasificó para la segunda fase, pero en segunda posición. De ir al grupo del Calderón, contra Francia y Austria, a citarse en el Bernabéu con Alemania Federal e Inglaterra. Casi nada. Tras el empate en la primera jornada entre germanos e ingleses, los de

Santamaría cayeron en la segunda frente a los alemanes (2-1) y quedaron eliminados. El último choque, un

El selecciona­dor Santamaría cumplió su palabra y tras el Mundial se despidió de los banquillos

trámite contra Inglaterra, acabó sin goles. Pasó Alemania a `semis'.

Alexanko, Periko Alonso, Saura, Zamora, López Ufarte, Quini, Juanito y Satrustegu­i, entre otros, ya no volvieron a jugar con España. También Santamaría fue fulminado y sustituido de inmediato por Miguel Muñoz. José Emilio, a punto de cumplir 53 años en ese momento, dijo que si le destituían, dejaría los banquillos. Fue fiel a su palabra y nunca más volvió a entrenar profesiona­lmente. Lo que mal empezó, peor acabó.

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