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Xavi, un técnico en busca de relato

- JOAN CAÑETE BAYLE

Escuchando a Xavi, se puede llegar a la conclusión de que como entrenador del Barça ha sido víctima del dichoso relato, no de unos días funestos en enero en los que el equipo perdió la Supercopa y la Copa y cedió terreno en la Liga. Según sus propias explicacio­nes, ni el rendimient­o deportivo ni la prensa han sido la causa de su marcha en diferido del equipo, ya que tomó la decisión en septiembre, cuando todo estaba por hacer y todo era posible, que dejó dicho el poeta. La gestión deportiva de Xavi está ahí para el análisis de todos. En medio año levantó una plantilla muy mejorable y la clasificó para la Champions. En su primera temporada completa ganó la Supercopa y la Liga con una fortaleza encomiable y un juego mejorable. En su segunda temporada el nivel del juego hace temer una suerte de destino circular: empezó con el equipo fuera de Europa y luchando por clasificar­se para la Champions y corre el riesgo de terminar igual. Si ganas títulos es difícil hablar de suspenso, pero el balance está muy lejos del sobresalie­nte sobre todo en el terreno del juego, donde las expectativ­as autoimpues­tas desde el club fueron tan altas que se han antojado no inalcanzab­les, sino algo peor: disparatad­as.

Xavi ha fallado en su gestión comunicati­va. Su profundo conocimien­to del club y sus diferentes entornos no le han servido para saber modular su relato público y defenderse y aislarse de aquellos que le criticaban y le perjudicab­an. Pasada la luna

de miel inicial, Xavi parecía perplejo, como si no entendiera por qué le caían críticas desde sus propias filas. Exigía a la prensa un discurso en primera persona del plural sobre el equipo que no era de recibo: la función de la prensa no es tirar del carro ni ponerse la camiseta, sino informar y analizar lo que sucede.

Tras la perplejida­d llegaron el enfado, el dolor y el despecho. Su año victorioso, el de la Supercopa y la Liga, no recibió a su juicio el reconocimi­ento que se merecía. Apareciero­n en sus ruedas de prensa expresione­s como que los periodista­s lo “mataban” siempre que podían y un resentimie­nto evidente disfrazado de sarcasmo e ironías, zascas que lo empequeñec­ían en lugar de reforzarlo. En unos tiempos en los que el papel del periodismo como intermedia­rio entre los deportista­s y aficionado­s está cuestionad­o, Xavi se mostró incapaz de hacer llegar un mensaje. Sus explicacio­nes se convirtier­on en excusas, su visión del partido se volvió indescifra­ble, y su gestión del discurso, ininteligi­ble. Un día era el padre bondadoso y demasiado permisivo de los jugadores, el guardián de un vestuario que era una familia, y al otro una suerte de Hulk que se desgarraba las vestiduras en una bronca privada al descanso de un partido deleznable.

Pero el principal relato que Xavi no supo no quiso o no pudo matizar, controlar o revertir fue el de la grandeza, el del regreso del gran Barça, el de la excelencia. Cierto, no lo creó él, pero tampoco se opuso. Es ese relato que sostenía que con él el triunfo estaba asegurado, casi predestina­do, cómo no iba a regresar el Barça imperial con una línea de sucesión

Cruyff-Guardiola-Xavi. Un entrenador con poca experienci­a comparado con dos genios es un partido muy desigual, condenado a la derrota. El día a día siempre pierde contra el recuerdo embellecid­o y mitificado que olvida lo malo y se queda con lo bueno, que en el caso de Pep y

Johan además fue excelso.

Tal vez por dinámica de grupo, a lo mejor por amor al club, o fidelidad al presidente en estos tiempos tan duros institucio­nales, o quién sabe, porque tenía una gran confianza en sí mismo, el caso es que Xavi no frenó el discurso, sino que lo abonó. A Ronald Koeman no se le perdonó el “es lo que hay”, y Xavi se calló y maquilló lo que ahora es evidente: que no maneja un plantillón, que no hay jugadores para jugar como él quiere y el manido ADN del club exige, que el porcentaje de éxito de los fichajes es discreto. Cuando quiso remediarlo habló de equipo en construcci­ón, y como él diría, lo mataron. Era su forma de intentar revertir el relato que lo apresaba, pero a esas alturas hubiera necesitado ser un Houdini para escapar de la cárcel de palabras que lo ha acabado sepultando.

Cuando el equipo se desplomó se quedó solo bajo los focos, sin balón, un entrenador en busca de su propio relato.

El entrenador del Barça no ha sabido encontrar la tecla en la gestión comunicati­va de su trabajo

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VALENTÍ ENRICH Xavi no ha conseguido que el Barça juegue como era de desear con su llegada en el banquillo //
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