VOR: el lado oscuro del VAR
Finalmente vamos camino de darle la razón a aquellos retrógrados que decían que el VAR no aportaba nada bueno al fútbol. Yo me niego a hacerlo, pero cada semana árbitros y esos sospechosos rearbitradores de pantalla les están dando la razón. Siempre he creído que la transformación es la única forma en que todo evoluciona, tanto social, como empresarialmente. Los usos, la cultura y las costumbres están muy bien como fundamento para entender qué somos y cómo hemos llegado hasta aquí, pero no pueden convertirse en pilares inamovibles frente a la capacidad transformativa que la tecnología, entre otras cosas, nos aporta. Por ejemplo, ¿alguien se podría plantear que, como casi en cualquier otro deporte, en lugar de aplicar el tiempo de descuento según el libre albedrío, decidamos parar el cronómetro cada vez que se pare el juego en lugar de depender del criterio de los árbitros, siempre dudoso? Disponer de herramientas tecnológicas, en tiempo real, que nos capaciten para tomar la decisión correcta, que tres seres humanos en un campo de juego no pueden visibilizar, me parece un avance importante para que el deporte sea más justo y ecuánime. La certeza en la línea de fuera de juego o cuando el balón cruza la linea de meta es discernir entre escoger la ciencia o el ojo de buen cubero.
Pues bien, semana tras semana, esto parece que no va a mejor, sino más bien al contrario. Solo faltaba que se hicieran públicos los audios para acabar de categorizar las conversaciones entre el grupito de tribuletes que están en la sala con los que están en el terrero de juego como más propias del entorno de la guasa de Chiquito de la Calzada que de los jueces o los notarios. Si tres, más un cuarto en la banda, se manejaban de forma abrupta en el césped, añadirle unos cuantos más en la sala VOR ha sido incrementar exponencialmente el desaguisado arbitral. Que dicha sala estuviera situada en la ciudad del fútbol, ya de por sí mismo, era un mal presagio. Si la objetividad es la finalidad, esto sigue siendo muy subjetivo. El fútbol se mira con la camiseta que se viste, por tanto, lo que parece manos para unos, no lo son para los otros cuando suceden contra su equipo. Deberíamos pedirle a los señores que definen las normas de juego que dejen claro, de una vez, qué son manos y qué no lo son, qué es fuera de juego y qué no, qué es penalti y qué no. El criterio arbitral no puede ser la norma. La reglamentación debe ser cerrada y no abierta para evitar la interpretación, porque eso siempre pone en duda al trencilla. ¿Por qué puede entrar el VAR en una roja y no en una segunda amarilla que supone una roja? Llevamos unas semanas donde las decisiones y las conversaciones no apuntan en la buena dirección. El fútbol ha perdido frescura y magia, pero no ha ganado ni consenso ni rigor. La credibilidad del VAR cotiza a la baja.
Si la objetividad es la finalidad, esto sigue siendo muy subjetivo