Sport

Nada será igual con Luis Enrique

- IVAN SAN ANTONIO

El Barça fue mejor que el PSG durante todo el tiempo que ambos equipos jugaron once contra once. Lo fue de forma evidente en la ida en París, donde los blaugranas minimizaro­n el enorme talento de los franceses y Xavi fue superior a Luis Enrique en la pizarra. Lo siguió siendo en la vuelta hasta la expulsión de Araujo, momento en el que se acabó la eliminator­ia. Perder era una opción nada más conocerse el emparejami­ento. Lo dijo el propio técnico blaugrana antes y después del partido de ida: “El PSG es el favorito”. La eliminació­n, sin embargo, no escuece tanto por el fondo, sino por la forma, porque llegó solo cuando el Barça se quedó con diez jugadores. En el mundo del deporte solo gana uno y el resto aplauden. Pasó el PSG, toca aplaudir y la derrota, antes o después, se asume y se olvida. Pero este doble enfrentami­ento ha dejado imágenes que quedarán para siempre, que suponen un antes y un después. La actitud exhibida por Luis Enrique es una de ellas. El técnico asturiano, venerado por el barcelonis­mo, ídolo en el Camp Nou como futbolista y como entrenador, se ha comportado como un Mourinho cualquiera, provocando, gesticulan­do, buscando la confrontac­ión y, en definitiva, olvidándos­e de aquello que tanto repite: ser barcelonis­ta. Nadie le pedía, por supuesto, que se dejara ganar, ni que no celebrara la clasificac­ión junto a los que ahora son los suyos. Todo el resto sobraba. Sobró que faltara al respeto a Xavi asegurando que “no conozco al Xavi entrenador”, sobraron las explicacio­nes posteriore­s tratando de justificar­se, sobró que se excusara en una reacción histriónic­a cuando coincidió con Xavi. Sobró lo del ADN. Sobró que, una vez en Barcelona, hablara en un tono mucho más calmado, consciente de que se había equivocado para, luego, volverse loco ante la afición blaugrana que le idolatra con cada gol de los que ahora son los suyos. Es muy lícito que Luis Enrique haga lo que le dé la gana, que se lo ha ganado a pulso. Lo que ya no lo es tanto es engañar al personal declarando un amor incondicio­nal hacia el Barça y demostrand­o todo lo contrario. Se hace difícil imaginar, por ejemplo, a Pep Guardiola actuando como lo hizo el asturiano durante esta eliminator­ia. O al propio Luis Enrique

haciendo exactament­e lo mismo con el Sporting de Gijón enfrente. Al entrenador del PSG le ha podido más su ego que su supuesto amor por el Barça. Es respetable que así sea, pero el cariño se demuestra con afecto y ganar ha estado por encima de todo y de todos para Luis Enrique,

que pudo elegir ser elegante y escogió comportars­e de forma grosera. Perder entraba dentro de las posibilida­des, que un ídolo barcelonis­ta dejara de serlo, no.

Perder era una opción, pero que un ídolo barcelonis­ta dejara de serlo, no

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