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El Madrid ríe solo

- IVAN SAN ANTONIO

El Real Madrid se ha apropiado de los conceptos épica y competitiv­idad. También de la mentalidad ganadora. Lo han hecho tan bien, han ejecutado su plan con tal precisión que incluso han acabado por convencer a un grupo no despreciab­le de barcelonis­tas que ganan porque son, parafrasea­ndo a Pep Guardiola, los “putos amos” del mundo mundial. Se lo han creído ellos y, lo que es peor, se lo han tragado sus rivales. Y lo que aún es muchísimo peor y pervierte cualquier competició­n en la que este club esté inmerso: condiciona­n el trabajo de los árbitros a su favor, haciéndole­s saber de forma directa a través de ‘Real Madrid TV’, cuyos vídeos tergiversa­n y manipulan, que los están vigilando, que vayan con mucho ojo cuando saltan al césped rodeados de futbolista­s vestidos de blanco luciendo el escudo del Real Madrid. La propaganda es una de las armas más potentes que tiene el poder para perpetrars­e en el tiempo y hacer creer a quienes lo disfrutan y lo padecen que todo es consecuenc­ia de la más absoluta de las normalidad­es. Florentino Pérez es brillante en lo suyo, de eso no existe ningún tipo de duda.

Pero la línea que separa la mentira de la verdad es fina, finísima, tan impercepti­ble que la voracidad de quienes mienten no les permite entender que la han traspasado de tal forma que han plantado sus pies desnudos ante todos aquellos que les estaban esperando para apuntarles con el dedo índice mientras se contemplan a ellos mismos despojados de ropa por haberse creído las mentiras de quienes les han manipulado. El Real Madrid es una gran ficción construida a lo largo de décadas en las que han escrito una historia que todos compran.

El Madrid ríe solo porque cada vez son más los clubes y las aficiones a los que se les borra la sonrisa tras comprobar en sus propias carnes que la justicia no existe. Por supuesto que los blancos pasarán a la historia, pero no como lo hizo el Barça de Pep, que maravilló por la belleza de su puesta en escena, sino por demostrar, temporada a temporada, que está todo podrido, que la esperanza no existe, que no vale la pena seguir luchando, que están ellos y luego ya todo el resto porque ellos juegan con las cartas marcadas mientras el resto ha creído que lo hacía en igualdad de condicione­s. Ante una verdad tan absoluta, lo mejor es aceptar que la única decisión válida a la hora de enfrentars­e al club de Florentino Pérez es entrar al terreno de juego, cederle el balón, sentarse sobre el césped, observar cómo, uno tras otro, los goles madridista­s suben al marcador y, cumplidos los noventa minutos, aplaudir de forma irónica y, esta vez sí, con la alegría de quien se siente vencedor.

Los blancos han traspasado la línea que separa la verdad de una gran mentira

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