PADRES DEPORTISTAS, ¿HIJOS DEPORTISTAS?
La ONU define a la familia como «Uno de los pilares de la sociedad». El modelo de familia actual ha cambiado radicalmente y aporta al crecimiento de los más pequeños nuevos puntos de vista y conceptos con los que designar lo que hasta este momento era una única realidad.
Son muchos los estudios que confirman la influencia de los padres en la predisposición de los hijos a adquirir conductas mucho más activas en su vida adulta. De hecho trabajos como el de Babkes a finales del siglo XX demostraron cómo los padres y madres que hubieran tenido unas percepciones positivas sobre la práctica del deporte y actividad física durante su vida influenciaban positivamente en el desenvolvimiento de sus hijos para conseguir una motivación intrínseca con respecto a las actividades físicodeportivas. En esta misma línea se sitúa la investigación de Nuviala (2003), cuyo trabajo afirmaba que los niños que han abandonado la práctica deportiva pudieron ser influenciados por sus padres y que los escolares más activos físicamente se corresponden con padres que también lo eran.
Otro estudio muy interesante fue el que llevó a cabo el Grupo de Fernández Moyano y colaboradores en el año 2012 donde se concretaba que a las niñas se les influía en el hogar tanto en la motivación como en la participación hacia dimensiones relacionadas con la “competición”, “capacidad personal”, “aventura”, “forma física” y “salud”. En el caso de los niños la influencia parental solo impulsaba motivos relacionados con “capacidad personal”. Desde el 2012 hasta la actualidad, aunque aparentemente hayan pasado pocos años, han sido los suficientes para suponer un cambio abrumador en los estilos de vida y práctica deportiva de los adultos, especialmente de aquellos que son físicamente activos. Si bien es cierto que hay una gran diversidad de familias y estilos de vida, las últimas investigaciones se centran en intentar dar respuestas a qué estilos de vida familiar extremos están generando en las nuevas generaciones, como por ejemplo la influencia que pueden tener en los hijos: Familias literalmente “fundidas por el ritmo de trabajo”, con una gran predominancia a la baja hacia la práctica de actividades físico-deportivas en el tiempo de ocio, necesario para descansar de objetivos, hitos y parámetros de productividad laboral, combinados con hábitos nutricionales basados en el consumo de más ultraprocesados.
¿ SON LOS PADRES DEPORTISTAS LA MEJOR INFLUENCIA PARA LOS MÁS PEQUEÑOS DE LA CASA?
Familias con presencia de adultos cuya práctica físico-deportiva tiende hacia una alta velocidad de ejecución (altas dosis de intensidad) y/o retos físicos motivacionales de larga duración que en algunos casos también incluyen hábitos nutricionales basados en la cultura bio, paleodietas, dietas proteinadas o ingestas nutricionales extremadamente controladas orientadas a la mejora del rendimiento físico. En este sentido, cuando estudiamos la cultura de bienestar, esta ya no se refiere únicamente al mantenimiento de un equilibrio en materia de salud mental, física y social del individuo conjuntamente al entorno de desarrollo, sino que además integra otras dimensiones como la cultura empresarial en la que se desarrolle nuestra profesión, hábitos de ejercicio físico, nutrición, gestión emocional, nivel formativo en hábitos de salud o por ejemplo, la calidad de recuperación que tengamos, etc. Con la obesidad infantil en niveles críticos, los científicos están buscando factores ambientales que podrían explicar por qué más niños están desarrollando sobrepeso. Ejemplos de sedentarismo en la familia, mala alimentación o la desestructuración de las familias son algunos de los temas que se abordan. En este sentido, tradicionalmente siempre se ha pensado que la forma en que un padre o madre alimenta a su hijo influye de forma determinante en el comportamiento alimentario de estos, sin embargo, a finales del año 2018, en un estudio publicado en «PLOS Genetics» los investigadores analizaron la relación entre la predisposición genética de un niño hacia un peso mayor o menor y las prácticas de alimentación de sus padres, concluyendo con que son los factores genéticos los que determinan en mayor medida el peso de los hijos en la infancia. Durante el estudio, se demostró además que el comportamiento que adoptan las familias cuando deciden cómo alimentar a sus hijos puede estar condicionado por la tendencia genética de estos a tener más o menos peso. Entonces, ¿son los padres buenos modelos de conductas de salud para sus hijos pequeños? Sin lugar a dudas, sí pero con matices. En un estudio que llevó a cabo la investigadora Cristina Giménez en 2011, se valoró el impacto de conductas de los padres tales como beber alcohol, fumar, o practicar poco ejercicio físico en niños de 3 a 8 años; el resultado fue una creciente preocupación ante la elevada frecuencia con que los padres, madres y otros familiares cercanos, llevan a cabo conductas nocivas para la salud de los niños de manera directa (por las repercusiones psicosociales) e indirecta (ofreciendo un modelo perjudicial). En aquellas familias donde el patrón de comportamiento sea sedentario, cargado de estrés y de poco tiempo de ocio activo en común con los hijos, el desarrollo de hábitos saludables en los hijos puede llegar a ser bajo o inexistente. Y aunque este estilo de vida no tiene por qué condicionarles en su etapa adulta, sí podría determinar su futura toma de decisiones y predisposición hacia estilos de vida sedentarios o con baja presencia de actividades físico-deportivas en su día a día. Por otro lado, aunque resulte sorprendente, en aquellas familias donde los hábitos “deportivos” viertan en comportamientos dentro del hogar extremos hacia estrictas dietas y/o retos físicos de extrema dureza que requieran de horarios y amplia dedicación del tiempo de ocio a la preparación física de los padres, los más pequeños pueden verse “presionados” bajo un modelo de rigidez que les lleve a desarrollar un comportamiento llamado efecto de la «fruta prohibida», o lo que es lo mismo, que los niños y niñas lleven a adoptar estilos de vida contrarios en el momento que la restricción ya no existe. De nuevo, la educación en el hogar requiere de equilibrio, atención y adaptación por parte de los estilos de vida de los padres a las diferentes etapas por las que pasan los hijos. La clave reside en que las familias se formen proactivamente en una cultura del bienestar saludable, evitando los extremos. El objetivo es que la educación en el seno de la familia sirva de base activa a los más pequeños para combatir el auge de enfermedades derivadas del sedentarismo como es la obesidad infantil o el desarrollo de la diabetes Tipo II, entre otras.