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En tierra de dioses

PELOPONESO En esta península las míticas Micenas, Esparta y Olimpia son los atractivos griegos que buscan los turistas ávidos de historia.

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El canal de Corinto, una obra de ingeniería que desde 1893 une los mares Egeo y Jónico, facilita el acceso a la península de Peloponeso, una región montañosa con bosques, playas y recintos arqueológi­cos a la que llegan turistas ávidos de historia antigua.

Corinto es la puerta de entrada a región y la primera parada de la ruta que proponemos. Conserva más ruinas romanas que griegas, como el templo de Apolo, el Ágora y el Acrocorint­o, una fortaleza natural con espectacul­ares vistas del golfo. Micenas, la ciudad de Agamenón de La Ilíada, suele ser la siguiente parada. Al l í se encuentran la Puerta de los Leones que conduce al Palacio Real y las tumbas en forma de panales como el tesoro de Atreo, un monumental panteón abovedado y uno de los grandes tesoros del recorrido.

La primera capital

Dejando atrás Argos, Nauplia, la primera capital griega, de 1829 a 1834, es hoy una villa llena flores, con casas de color pastel, calles de mármol, fortalezas y la cercana acrópolis de Tirinto, con muros de siete metros de grosor construido­s por cíclopes según la leyenda. La fortificad­a Monemvasía, antiguo puerto sobre un peñón, es un coqueto entorno turístico donde disfrutar de la playa de Xifias y probar el plato típico: el pez espada. Al otro lado de la península deArgólida, Epidauro, con su famoso teatro del siglo IV a.C., ofrece representa­ciones en verano, el santuario de Asclepio y el templo de Artemisa.

Rumbo al sur

Rumbo al sur Mistrá, Patrimonio de la Humanidad, despliega sus iglesias bizantinas de Santa Sofía y Dimitrios, y el Monasterio de Pantanassa. De Esparta, cuna de guerreros, apenas queda nada, y la villa pesquera de Gythio, donde Paris sedu- jo a Helena, es el punto de partida a la península de Maní, de belleza agreste.

La última parada del itinerario es la mítica Olimpia, sede de los más famosos juegos de la Antigüedad celebrados en el año 776 a.C. Entre las ruinas, rodeadas de frondosos pinos y olivos, destacan los templos de Zeus, que albergó una gigantesca estatua del dios en oro y marfil, considerad­a una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, y el de Hera, donde cada cuatro años se enciende la llama olímpica. No hay que perderse el estadio de 120 metros, al que se accede atravesand­o un arco como hacían los atletas.

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