El teleadicto
El poder de una imagen. Además de sorpresa, indignación y una oleada de cachondeo creativo en forma de memes, ¿qué es lo que queda del Caso Cifuentes? Para mí, la impresión de que solo es importante, solo es ‘de verdad’, lo que se puede emitir en bucle en televisión. Estuvimos más de un mes excrutando el asunto del máster regalado, con horas y horas de debates en los que veíamos a los mismos tertulianos de siempre con imágenes de archivo de la protagonista, y no pasó nada pese a que había falsificaciones de documentos, mentiras en la Asamblea… Y, de repente, un minuto de vídeo cutre, con una estética que recuerda a una peli americana de bajo presupuesto, de Tori Spelling, lo cambia todo. El hecho en sí es infinitamente menos grave; es la imagen la que manda. La que impone. La que arrasa. Y ese modo hacérnoslo mirar todos. Ampliando el foco al mundo de la ficción, las buenas series también se afanan por dar con imágenes que trasciendan, que provoquen una alteración en el espectador. Por ejemplo, la primera temporada de Westworld recibió críticas por abusar de escenas injustificadas de violencia y sexo con las mujeres como objeto de deseo o de posesión. En el capítulo de estreno de la segunda, que por cierto es una locura cada vez más interesante, le han dado un vuelco a esa impresión en las tramas. Pero para que dejara huella hacía falta la imagen: y la han encontrado en el desnudo integral de un hombre humillado por una mujer. Tres segundos, un pene, y ya lo tienes. ¿Y no será que ver tantas series y películas provoca que exijamos que la realidad tenga los mismos resortes? Otra cosa para pensar…