Si te lo perdiste…

Qué peligro cuando las series basadas en libros siguen más allá de donde llegó el escritor. El creador original puso el punto final en un momento por algo, y lo habitual es que al querer estirar la historia se corrompa el sentido. Hay excepciones. Cuando Juego

de tronos superó a la saga aún inconclusa, ganó en ritmo y espectacularidad. Eso sí, por ese camino efectista se dejó varias capas de profundidad y se acercó al abismo de la inverosimilitud. Y luego está The Handmaid’s Tale. La segunda temporada deja atrás la novela de Margaret Atwood y en los primeros capítulos ha corrido el enorme riesgo de marcar distancias. Sobre todo en cuanto a escenarios –ahora mucho más variados– y al motor de la protagonista: del pánico y la resignación hemos pasado a la rabia y la determinación. Es fascinante porque el giro redobla el eco de esta serie sobre la sociedad de hoy, un volcán de feminismo que es esperanza pura en el cambio. La lava bulle en la mirada de Elisabeth Moss, que va a seguir ganando todos los premios porque es imposible transmitir más. Y lo mejor es que se nota que la escritora que creó esta distopía participa en los guiones, con lo que todo respira fidelidad a la idea inicial, incluso más entroncada con el nuevo momento social. Hasta TVE, corrompida hasta el tuétano de parcialidad política, se sube a esa ola con la muy interesante La otra mirada. El problema en este caso no es de la serie, delicada tanto en el fondo como en la forma; lo que falla, y creo que es evidente, es que su público objetivo recela de todo lo que ofrece la cadena pública. Al final, toda la columna habla de lo mismo: coherencia.