El teleadicto
El glamour es como el talento: o se tiene, o para disimularlo hace falta muchísimo esfuerzo. Y dinero. Me vale como ejemplo una doble imagen superpuesta. Por un lado, tenemos a Meghan Markle dando el ‘sí, quiero’ en la boda real que, al parecer, hizo palpitar los corazones de medio mundo por su mix de clasicismo y modernidad. Ese primer plano transmitido en directo a millones de espectadores ha sido un éxtasis de romanticismo consumible en un sentido muy de ficción de Julia Roberts. Sobre esa foto me gustaría que colocaseis la de la propia Meghan en cualquiera de las comedias de sobremesa que han programado estos días, en los que nos hemos hecho expertos en su filmografía. ¿En qué ‘personaje’ brilla el talento de la actriz? La respuesta es obvia y la causa también: en una hay mejor guión, dirección y un presupuesto infinitamente superior. Ahora saltemos de la capilla de San Jorge al salón de baile, pero no de Windsor, sino de TVE. Empiezo a ver Bailando con
las estrellas bien cargado de prejuicios y, entre que empieza una samba y acaba un foxtrot ya se han confirmado todos. Más allá de que el formato, que siempre me ha parecido trastabillado, lento y predecible, se haya ajado con los años, lo que me remata es la falta de gusto. La propuesta estética, del primer vestido al último foco, grita pobreza de ideas y también de money. Y mira que el casting tiene su atractivo –no sé si será cosa de Hacienda, que es la gran aliada de los realities con famosos–, pero parece un salón parroquial al lado del fiestón playero de Supervivientes. Vender barro con gracia tiene premio; hacer pasar una corona del burger por una ‘tiara filigrana’, no cuela.