El teleadicto
El desconfinamiento progresivo se ha convertido en una gran prueba de creatividad: ¿cómo hacer programas interesantes en condiciones de seguridad y, sobre todo, con menos dinero? Voy con dos ejemplos de lo que a mí me parecen oportunidades perdidas. El primero es OT 2020, cuyas galas sufren muy especialmente la ausencia de público. Su opción ha sido intentar disimular ese vacío llenando el plató de cosas sin sentido; la primera semana dispersaron plantas de interior, la segunda arrasaron con toda la vegetación artificial de los bazares de Barcelona... Comprendo las limitaciones pero les ha faltado cintura. La ocasión pedía a gritos romper con el concepto del escenario clásico de concierto y distribuir las actuaciones por todos los rincones del plató, aprovechar para hacer todos los números con música en directo y por supuesto concebir las actuaciones como momentos de conexión entre el aspirante a artista y la cámara, y no obligarles a interpelar a ese foso mortecino como ha sucedido en algunos momentos realmente incómodos. También me ha decepcionado
La última cena, no por lo obvio (el formato es asombrosamente cutre y hay empacho total de colaboradores de Sálvame) sino porque esperaba algo mucho más excesivo. Si en vez de fijarse en Masterchef se hubieran emborrachado de Pasolini, podrían habernos sorprendido con unas cenas rebosantes de decadencia kitsch y de invitados surrealistas, y su audiencia se lo habría zampado con más voracidad. Otra vez será.