SuperTele

El teleadicto

- GONZALO CORDERO

Hay algo en la vuelta de Dani Rovira que va más allá. Como ocurrió con las Campanadas de Ana Obregón, el simple hecho de que el humorista esté allí, tan sanote y enérgico, es una de esas buenas noticias que necesitamo­s como el respirar. Probableme­nte ese factor es el que me permite valorar La hora D con una mirada cariñosa y positiva, quizá un poco naif, pero es que esas tres cualidades también son aire en esta etapa pantanosa. Este formato, de hecho, parece haber obviado todo lo que ha pasado este último año, diría que incluso también todo lo que ha pasado en la televisión en la última década. No tengo claro si es por vocación o falta de pericia, pero la hora y pico de humor, entrevista­s y música recuerda a un espacio casi del siglo pasado, sin cebos, con una realizació­n simplona y una edición básica. De alguna manera esa es su virtud, porque por momentos recuerda al Un,

dos, tres, con despliegue de disfraces y ocurrencia­s, y con toques de Cruz y Raya en los scketches con el objetivo de sacar una sonrisa. Para ser honestos funciona solo a ratos: con los invitados se produce ese nefasto ‘efecto Hormiguero’, como si fueran la azafata del lanzador de cuchillos, y algunas secciones descarrila­ron sin frenos, como ese Tinder viviente que debió quedarse en la papelera de las malas ideas. Si suben el nivel de autoexigen­cia y Rovira imprime más su personalid­ad, les puede quedar una alternativ­a bien simpática.

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