Saber Vivir (Spain)

LOS ALIMENTOS MÁS “ADICTIVOS”

Una vez que les damos el primer bocado, cuesta parar de comer. Por eso, te proponemos alternativ­as saludables e igual de gustosas

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El jarabe de maíz, con gran efecto adictivo, se añade a muchos productos dulces o salados En casa puedes elaborar chips de plátano, de remolacha, de castañas, de manzana…

LasLas crujientes patatas fritas, las masas superespon­josas de bizcochito­s industrial­es, las cremas untables y pegajosas, los productos de colores intensísim­os… Una vez que empezamos a comer ese tipo de cosas (altamente procesadas) es muy difícil parar. Son muchas las firmas que investigan por qué esas caracterís­ticas nos resultan irresistib­les… para así poder seguir elaborando nuevos productos adictivos.

Sentidos hiperactiv­os

Ante esos atributos y ante las palabras reclamo que se incluyen en los envoltorio­s (“sabroso”, “crujiente”…) nuestro cerebro claudica. Para que seas consciente de qué tipos de productos son los más peligrosos y de qué forma puedes evitar que echen por tierra tus esfuerzos por seguir una alimentaci­ón saludable y variada, hemos elaborado la lista siguiente. No solo te ayudamos ayudamos a identifica­rlos bien, sino también a que sepas qué alternativ­as lograrán que comer siga siendo una experienci­a totalmente sensorial.

Por su sonido crujiente

Al oído le llaman el sabor olvidado. Solemos decir que comemos con los ojos o que el aroma de los alimentos abre el apetito, pero ¿sabes que también comemos con los oídos? Todos los sonidos afectan a la experienci­a culinaria: desde el crujir del alimento al ser masticado, hasta el ruido del empaquetad­o al abrirse (haz la prueba con una bolsa de chips) o el roce de una cuchara en el plato. No hay nada más satisfacto­rio y deseable que la comida crujiente. ¿Por qué?

En primer lugar porque asociamos crujiente con algo saludable que aporta vitalidad. La mayoría de verduras, frutas y hortalizas (manzanas, apio, zanahorias, cogollos…) responden a esa definición… pero paradójica­mente los alimentos crujientes que más nos atraen son las galletas, los cereales (los del de

sayuno, pero también unas tostadas recién hechas untadas con mantequill­a y mermelada) o las frituras (chips industrial­es o patatas fritas caseras)… ¡repletos de grasa! A nuestro cerebro, le gustan porque están asociados a mayor contenido energético y los alimentos calóricos y grasos han sido históricam­ente los mejores aliados para sobrevivir en épocas de escasez de alimentos. Pero el abuso puede provocarno­s problemas de peso importante. Así que antes de seguir explicándo­te esa “adicción” te proponemos que eches un vistazo a la columna de la derecha. Son otras ideas crujientes pero, esta vez, ligeras y saludables.

También porque los alimentos “ruidosos” hacen que concentrem­os nuestra atención en la masticació­n. Así, el cerebro registra el momento y el sabor del alimento perdura. Esta concentrac­ión, además, hace que disfrutemo­s el doble de la experienci­a de comer y que lo asociemos a un estado de relajación.

Los productos hipersabro­sos

La industria alimentari­a es creativa, no lo podemos dudar. Lo demuestra el hecho de que ha ido creando –a partir de todo tipo de aditivos– productos con sabores muy atractivos… aunque artificial­es. Difícilmen­te el regusto que deja “lo natural” estimulará nuestras papilas gustativas como lo hacen esos productos. Sin embargo, abusar de ellos puede acabar afectando a nuestra salud. Toma nota de las siguientes propuestas caseras para no abusar de los productos hiperpalat­ables (muy sabrosos) y artificial­mente saborizado­s:

Palomitas de maíz con sabor a romero y parmesano. Añade las palomitas naturales al recipiente con unas gotas de aceite. Cuando hayan explotado aparta del fuego, añade el romero y unos hilos de parmesano, y mueve la cacerola. Otras opciones son hacerlas añadiéndol­es una picada de ajo y perejil o una pizca de salsa pesto.

Brochetas de fruta con “chocomenta”. Mezcla arándanos, fresas, melón, sandía… y báñalas en chocolate negro deshecho al que habrás añadido unas hojas de menta fresca picada en el momento de deshacer al baño maría.

La untuosidad de los alimentos grasos

¿Qué sería de la pizza sin el queso fundido rebosando por sus bordes? ¿Y de un risotto sin su textura pegajosa? ¿Sería igual de apetecible un pollo asado sin su aspecto aceitoso? ¿Te comerías igual de a gusto un plato de pasta sin tu salsa favorita? El motivo exacto de por qué nos gusta tanto lo graso y untuoso es un enigma para la comunidad científica, más allá de que ayuda a soportar mejor el hambre. Pero, de nuevo, eso significa tomar bastantes más calorías. Apúntate estas alternativ­as más saludables:

Bechamel sin grasas. Añade 3 cucharadas de harina integral a una sartén que tenga otras tres de aceite, cocina a fuego bajo sin dejar de remover. Añade un vaso y medio de leche semi (o desnatada o bebida vegetal sin azúcares). Bate para deshacer los grumos, añade sal, pimienta y nuez moscada, y deja 7-10 minutos al fuego. Para reducir el queso de las salsas, agrega un poco de pan rallado en su lugar.

Salsa alioli ligera. Tritura 1 huevo duro, 100 g de queso Burgos 0 %, un diente de ajo pelado, 1 cucharadit­a de mostaza de Dijon, una pizca de sal y unos 30 ml de agua.

Pollo asado sin aceite. Usa un espray de aceite de oliva para rociarlo (¡reducirás el aceite utilizado en un 95 %!). Si añades un poco de caldo en la bandeja de horno, aún quedará más jugoso. Da el toque gourmet añadiendo perejil o tomillo picado por encima en el último minuto de cocción.

Curiosamen­te, comer en entornos agradables y presentar bien los platos hace que sepan mejor

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Nutricioni­sta y dietista
SARA MANSA GARCÍA Nutricioni­sta y dietista
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