GUÍA DE VIAJE
SUDÁFRICA EN TODOTERRENO
Descubrí Sudáfrica en 1992, en las últimas etapas de un Dakar cuya meta no se hallaba en Senegal sino en el extremo sur del inmenso continente negro. Fue una carrera larga en todos los sentidos: 12.500 km de recorrido, tres semanas de brega por escenarios, orografías y climas cambiantes; a través de agrestes montañas, gigantescos desiertos de arena y roca, in nitas sabanas, espesas junglas embarradas... Una de las combinaciones más completas, idóneas, para una carrera todoterreno.
Las últimas etapas, tras dejar atrás la recién paci cada Angola y atravesar el vasto territorio de Namibia –país que apenas un par de años antes recuperaba su nombre y su soberanía–, el rutóme- tro nos llevó surcando de norte a sur la zona más occidental de Sudáfrica: por el Parque Nacional de Richtersveld, en las estribaciones más occidentales del Kalahari; por la región diamantífera de Namaqualand, con sus minas protegidas por altas alambradas electi cadas; por las montañas Cederberg, en el extremo del Gran Karoo... Y cada vez por zonas más pobladas a medida que nos acercábamos
EL RUTÓMETRO NOS LLEVÓ DE NORTE A SUR POR LA ZONA MÁS OCCIDENTAL DE SUDÁFRICA. DESDE EL PARQUE DE RICHTERSVELD HASTA CAPE TOWN
a la meta en Cape Town, a través de pueblos pulcros, bien trazados, con espectadores que presenciaban, sorprendidos, el paso de tan insólita caravana.
En realidad, comparado con todo lo que había quedado atrás, la última jornada fue prácticamente un paseo, pero un paseo histórico, cargado de simbolismo. El país se encontraba en pleno proceso de restauración social y apertura al mundo: dando todavía pasos en la abolición del apartheid y las leyes discriminatorias, en la recuperación de la libertad de prensa, en la liberación de presos políticos... entre quienes se encontraba el propio Nelson Mandela, que sería elegido presidente sólo dos años después de nuestro gran viaje todoterreno contra-reloj.
He vuelto a Sudáfrica en otras ocasiones para encontrar, cada vez, un país más moderno, más occidentalizado, pero a la vez conservando ese componente “africano” del que los propios naturales se sienten tan orgullosos: Sudáfrica es África, con mayúsculas. Y, fuera de los modernos núcleos urbanos, aún mantiene su punto salvaje. El escenario perfecto para la aventura. ¿Te animas?
CALENTANDO MOTORES
Antes de huir de la ciudad, vale la pena explorar lugares fundamentales: Patear la animada calle Long Street de Ciudad del Cabo, callejear por Bo-Kaap, el colorido barrio musulmán, subir a pata la Table Mountain (también se puede hacer en fu-
nicular giratorio, pero no tiene el mismo mérito) y visitar la vecina playa de Camps Bay, que aún conserva su antigua valla de separación –la arena para los blancos, las piedras para los negros–, con pena de tres meses de cárcel para los que osaran incumplir la norma.
También es obligado recorrer la costa rumbo sur para plantar la huella en el Cabo de Buena Esperanza y visitar, de paso, la playa de Boulders, llena de pingüinos africanos, y el pintoresco puerto de Hout Bay, donde Francois Hugo, experto investigador marino, fundador de Seal Alert-SA, tiene plantada su furgo-tienda de venta de dientes de tiburón prehistórico para nanciar sus actividades en defensa de las focas.
O emprender una excursión hacia el interior para conocer la región vitivinícola, con ciudades como la cuidada Franschhoek, “capital de los gourmets” de la provincia del Cabo Occidental, o la antigua y tranquila ciudad universitaria de Stellenbosch.
Johannesburgo ( Jo’burg, Jo-Be o Jozi para los locales), también tiene su ambiente. Especialmente en el animado Neighbourgoods Market, en el barrio de Braamfontein, donde se puede disfrutar de las más variada cocina internacional amenizada por música en directo.
Muy cerca, la verde Pretoria, con sus monumentos y sus paseos anqueados por 60.000 jacarandas, bien merece una visita. Pero también es interesante vivir el hoy cordial ambiente de Soweto, barrio creado en los años 50 del pasado siglo para alojar en un lugar apartado de la ciudad a los trabajadores negros de las minas de oro y que en numerosas ocasiones fue escenario de violentos enfrentamientos entre policía y manifestantes. Aquí también vivió Nelson Mandela y muy cerca de su casa (una más, como todas las del barrio, construida bajo el estándar de “caja de cerillas”) está el impresionante Museo del Apartheid, cuya visita permite entender muchas cosas de la actual Sudáfrica.
EL OUTBACK, A TIRO DE PIEDRA
No hace falta alejarse mucho de Ciudad del Cabo para encontrar lugares sorprendentes. A un par de horas al norte, por ejemplo, las montañas Cederberg permiten descubrir un mundo salvaje, uno de esos sitios que te dejan sin habla. Según nos dicen, lo mejor es ir en primavera (agosto o primeros de septiembre) para ver este particular desierto convertido en una inmensa alfombra de ores. vale la pena llegar dispuesto a echar pie a tierra para recorrer la reserva en excursiones que te permitirán localizar primitivos petroglifos, extrañas formaciones rocosas, y ver animales salvajes, entre los que, además de antílopes y cebras, es posible encontrar a dos esquivos felinos: el leopardo y el caracal, una especie de lince africano.
Apenas a tres cuartos de hora de Johannesburgo, la Reserva de Dinokeng ofrece una inmersión en el mundo de los Big Five. Lo mejor es contratar el servicio de los rangers locales, que saben mejor que nadie dónde encontrar a estas eras en
LAS MONTAÑAS CEDERBERG PERMITEN DESCUBRIR UN MUNDO SALVAJE, UNO DE ESOS SITIOS QUE TE DEJAN SIN HABLA. LO MEJOR ES IR EN PRIMAVERA.
el laberinto de caminos. El viaje se hace a bordo de Toyota Land Cruiser o Land Rover Defender. Un explorador nativo, sentado en una pequeña banqueta en el morro del coche (sin cinturón de seguridad “por si hay que pegar un salto y salir corriendo”) lee las huellas del suelo y va indicando al conductor hacia dónde dirigirse en cada cruce o bifurcación. La jornada, cómo no, termina con una cena en el lodge, con una barbacoa en la que se degustan las especialidades locales: springbok, kudu, cebra, avestruz…
DESIERTOS Y MONTAÑAS
El outback sudafricano ofrece mil posibilidades más. El Parque Nacional de Richtersveld, por ejemplo, justo en el extremo noroeste del país, en la frontera con Namibia, es uno de los lugares a considerar si eres de los que saben percibir el encanto del desierto. Aunque no esperes encontrar un paisaje de pura arena. Los desiertos sudafricanos están cubiertos de hierbas y plantas. Las llamadas suculentas son milagros de la naturaleza capaces de subsistir en estas regiones (donde apenas caen unas gotas de lluvia al año y las temperaturas llegan a superar los 50ºC), gracias a su capacidad para absorber la humedad de la niebla que cada mañana cubre las zonas montañosas.
El Gran Karoo es otro de esos lugares inhóspitos, de calores sofocantes y fríos intensos, pero al mismo tiempo cargado de encanto. La gran meseta, que se funde en su parte norte con el desierto del Kalahari, en tiempos era una frontera natural, inaccesible; hoy se ha convertido en tierra de pastos y territorio de todoterreneros amantes de los desafíos. Un inmenso espacio 4x4 en el que no faltan multitud de trampas.
Y es que en las pistas alejadas de las urbes hay que extremar la atención: la erosión produce baches descomunales
EL GRAN KAROO ES DE ESOS LUGARES INHÓSPITOS, DE CALORES SOFOCANTES Y FRÍOS INTENSOS, PERO AL MISMO TIEMPO CARGADO DE SINGULAR ENCANTO.
que pueden pasar inadvertidos. En general, no te fíes si la sombra de un árbol solitario se extiende sobre la pista: puede disimular un profundo socavón. Extrema la atención a mediodía, pues con la luz cenital no se ven los relieves del suelo, y también de noche, ya que, al contrario, la luz de los faros produce muchos relieves y no se distingue qué sombra puede ocultar un agujero. Aunque, en realidad, para muchos a cionados sudafricanos al todoterreno, los baches son “el sexto grande”. Y tienen su encanto.
Pero no hay nada comparable a los escenarios que proporcionan las montañas Drakenberg, donde se encuentran los picos más elevados de Sudáfrica. El récord lo ostenta el Thabana Ntlenyana, con sus 3.482 metros sobre el nivel del mar. Estas altas cumbres se encuentran al sur de Johannesburgo, hombro con hombro con Lesotho, pequeño país, aislado en medio de Sudáfrica, que bien merece una visita recorriendo sus escarpadas laderas y profundos valles. Una vez a las puertas, te resultará difícil resistirte a la tentación de explorar la tierra de los basutos. TT