POR LA RUTA DE GENGIS KHAN
Plédel y Ocaña empezaron a sospechar que el frío sería el principal enemigo que se presentaría en la Ruta de Gengis Khan cuando tuvieron que revolver todo el equipaje para sacar la ropa de abrigo en pleno agosto del año pasado en Estonia. Forros polares y cuellos vueltos se revelaron insuficientes cuando llegaron en otoño a la estepa de Mongolia, donde era inviable dormir en el tienda-techo de su vehículo y se impuso buscar cobijo en yurtas compartidas con los hospitalarios habitantes de ese país.
La pareja, que relatará los detalles de la expedición en una serie de reportajes que publicará próximamente esta revista, se ha enfrentado en esta ocasión a otro contratiempo inesperado. Después de haber alimentado al Montero con “casi cualquier cosa, hasta combustible traído en cubos” durante años, el pésimo gasóleo ruso que repostaron en Mongolia encendió un aviso en el cuadro de instrumentos que asustó a Plédel. Siempre al habla con el taller de Ceuta que les proporciona el coche, pudo solucionar el problema tras una rocambolesca peripecia que involucró como traductora a la profesora de inglés de los niños de una aldea perdida.
Para combatir la incertidumbre del viaje, Plédel y Ocaña cuentan con sencillos recursos psicológicos. Uno es practicar la paciencia, saber dedicar los tiempos de espera a adelantar el diario de viaje. Otro consiste en hacer del coche lo más parecido a un hogar: “Aunque solo tengamos cinco camisas, las colgamos en perchas para que por la mañana no estén hechas un gurruño. Estamos muchos meses fuera y las pasamos canutas, pero es importante sentir que no vas como un tirao”, señala Marián.