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PRUEBA

MITSUBISHI L200 D-ID

- _ TEXTO: R. CAMARGO FOTOS: ÁLEX CIENFUEGOS

La búsqueda del pick up ideal nos lleva, inevitable­mente, a los dos modelos más caros que pueden comprarse en España: el Ford Ranger Raptor (uno de nuestros fetiches) y el Mercedes X 350 d, el único que combina tracción total permanente con reductora, suspensión con muelles y frenos de disco en las cuatro ruedas. Pero, claro, hablamos de dos modelos que rondan los 60.000 euros y, de hecho, el de Mercedes ha dejado de producirse inesperada­mente, por lo que solo pueden adquirirse unidades en stock, y por poco tiempo.

Si dejamos a estos dos fuera de la ecuación y nos centramos en encontrar el más completo, para darle un uso recreacion­al, y con un presupuest­o en torno a los 40.000 euros, desde el punto de vista de un cliente particular, la respuesta es clara: el Mitsubishi L200.

COMPLETO, SÍ; PERFECTO, NO

Aunque vamos a analizarlo punto por punto, un alto porcentaje de la calificaci­ón que le damos se debe a su sistema de tracción total Super Select, que, al contar con un diferencia­l central, permite circular con tracción a las cuatro ruedas sobre asfalto seco sin sobrecarga­r los elementos de la transmisió­n. Eso sí, para ello hay que elegir uno de los dos acabados más completos de la gama: Motion (el de la unidad de pruebas) o el lujoso Kaiteki.

Este hecho puede ser determinan­te si se circula habitualme­nte por superficie­s con adherencia cambiante, por aquello de no tener que estar desconecta­ndo constantem­ente la doble tracción. Durante nuestra prueba, en la que hemos recorrido más de 2.000 kilómetros, no hemos tenido la necesidad de usarla en casi ningún momento, nada más que por precaución, debido a una intensa lluvia. Por cierto, en estas circunstan­cias los neumáticos Dunlop Grandtrek AT20 muestran un agarre lateral mejorable, provocando una importante tendencia al subviraje del eje delantero.

Ya que mencionamo­s el aspecto dinámico, el L200 no se encuentra entre los mejores del segmento en este sentido, debido a una suspensión excesivame­nte blanda que evidencia los desacuerdo­s entre la suspensión independie­nte del tren delantero y el eje rígido con ballestas del trasero. Con esta configurac­ión no podemos exigirle el aplomo de un Nissan

Navara con muelles detrás, pero el Ford Ranger o el ya extinto Volkswagen Amarok, ambos con idéntica arquitectu­ra al L200, son claramente mejores conteniend­o los movimiento­s verticales de la carrocería.

Hay un dato que también puede explica esta desventaja respecto a sus rivales, y es que el L200 tiene la batalla más corta, con “solamente” 3 metros. Además, el voladizo trasero es muy largo (concretame­nte 1,33 metros) y, por tanto, gran parte de la caja queda suspendida por detrás del tren posterior.

Como contrapart­ida, el L200 proporcion­a un grado de confort excepciona­l para tratarse de un pick up, con una capacidad poco usual de absorber irregulari­dades. A ello hay que sumarle una insonoriza­ción realmente lograda (mejor que en muchos turismos) y, por qué no decirlo, unos acabados muy agradables a la vista y al tacto, que no presentan el más mínimo síntoma de tener desajustes en el futuro.

En definitiva, es ideal para disfrutar de largos trayectos de manera sosegada, algo a lo que también invita la parte mecánica, que a raíz de la renovación efectuada a finales de 2019 ha sufrido una obligada involución.

CUESTIÓN DE EMISIONES

El L200 está equipado con un motor 2.3 turbodiése­l, que no es ninguna novedad, pues es el mismo que emplea el Eclipse Cross y, anteriorme­nte, el Outlander y el ASX, en ambos casos en posición transversa­l. Tiene bloque de hierro con culata de aluminio, y desarrolla 150 CV y 400 Nm de par, con lo que pierde 4 CV y gana 20 Nm respecto al anterior 2.4, si bien de este había una versión con 181 CV y 430 Nm.

Obviamente, el cambio responde a la búsqueda de la reducción de emisiones contaminan­tes, que repercute en el usuario con una peor respuesta al acelerador, especialme­nte a bajas vueltas, algo que se aprecia con mayor notoriedad con la caja de cambios manual. Pero el pedal de embrague sólo los encontramo­s en el acabado de acceso M-Pro, ya que los dos superiores vienen acompañado­s por una transmisió­n automática de seis velocidade­s. No es que solucione el problema de base, pero al menos elimina por completo la tendencia al calado.

No se trata, además, de un propulsor que destaque por su eficiencia: tiene un consumo mixto homologado en ciclo WLTP de 9,7 litros cada 100 kilómetros, y en la realidad nos moveremos siempre entre los 10,5 y 11 litros. No dejan de ser cifras razonables para un vehículo de este tipo, pero están demasiado cerca de las ofrecidas por modelos más potentes (el Ford Ranger, por ejemplo).

Sobre el cambio, que funciona mediando un convertido­r de par, solamente cabe decir que tiene un funcionami­ento correcto, tanto en rapidez como en suavidad, y que si se usa en modo manual (algo para lo que cuenta con dos enormes levas fijas en la columna de dirección), permite llevar el motor hasta el corte de inyección sin cambiar de marcha, posibilida­d que puede ser muy útil fuera del asfalto para evitar que se nos “muera” el motor al subir de marcha en el peor momento.

RAZONABLEM­ENTE CAPAZ

Pero antes de entrar en cómo se comporta fuera de carretera, haremos un pequeño inciso en la habitabili­dad y la capacidad de carga. Las plazas delanteras no presentan ningún inconvenie­nte en cuanto a comodidad o espacio, salvo por una banqueta ligerament­e corta, y el volante cuenta con regulación en altura y profundida­d. Detrás, como suele ser habitual en los pick up de doble cabina, no sobran centímetro­s en ninguna cota, aunque dos adultos de hasta 1,85 metros pueden viajar sin problemas, e incluso

EL MOTOR 2.3, PROCEDENTE DE LA GAMA SUV DE MITSUBISHI, SE LIMITA A CUMPLIR CON SU COMETIDO

queda un hueco razonable entre ellos para un tercer pasajero.

En lo que respecta a la caja, tiene 1,52 metros de longitud, por 1,04 metros de anchura entre pasos de rueda (1,47 metros de máximo), y poco menos de medio metro de altura. Es ligerament­e más pequeña en todas las cotas que las de sus principale­s rivales, aunque las diferencia­s no son grandes. La carga útil de esta versión es de una tonelada exacta; ni mucho ni poco comparado con sus rivales.

PASARÁ POR DONDE LE PIDAS

En la prueba off-road, el L200 nos ha dejado un buen sabor de boca general, pese a que adolece de una primera velocidad de la reductora (su desmultipl­icación es de 2,566:1) tirando a larga, aunque el convertido­r de par no tiene mucho resbalamie­nto y, en la mayoría de situacione­s, lograremos poder avanzar.

Las cotas tampoco son destacable­s en comparació­n con sus rivales, especialme­nte en lo que a altura libre se refiere. Además, hay una especie de cajetín anclado a la parte delantera del diferencia­l trasero (un amortiguad­or de inercia cuyo objetivo es reducir los cabeceos del eje trasero) que, por su ubicación, no solamente resta algún centímetro, si no que puede enganchars­e con mucha facilidad con ramas u otros objetos.

En pistas rápidas, la capacidad de absorción de la suspensión vuelve a jugar a su favor, y junto al hecho de poder circular con la tracción total con el diferencia­l abierto, da como resultado un vehículo muy divertido de conducir, con un margen de seguridad muy amplio.

En esta renovación, Mitsubishi ha añadido tres modos de conducción adaptados a otros tantos terrenos (rocas, barro y arena), aunque solamente están activos con la reductora conectada, algo cuando menos llamativo. Su funcionami­ento es correcto, sin llegar a la eficacia del Terrain Response de Land Rover. El diferencia­l trasero bloqueable no está disponible en esta versión, ya que queda reservado al acabado “profesiona­l” M-Pro.

En definitiva, el L200 no es el mejor en ningún aspecto, aunque su completo sistema de tracción y el hecho de que sea solvente en todo lo que se le exige, hace que, con total seguridad, sea el pick up de precio razonable más versátil del mercado.

GRACIAS A LA EXCELENTE CAPACIDAD DE ABSORCIÓN DE LA SUSPENSIÓN, EL L200 DEVORA LAS PISTAS CON MUCHA EFICACIA

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Nada que objetar al salpicader­o, que presenta un aspecto agradable y resulta funcional.
AGRADABLE. Nada que objetar al salpicader­o, que presenta un aspecto agradable y resulta funcional.
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El L200 presenta diversos detalles curiosos, como el botón de arranque ubicado en el lado izquierdo del salpicadde­ro o las levas del cambio ancladas en la columna de dirección. Más criticable es el hecho de que no pueda bloquearse el portón de acceso a la caja de carga, que no va unido al cierre centraliza­do y dispone de llave independie­nte.
LUCES Y SOMBRAS. El L200 presenta diversos detalles curiosos, como el botón de arranque ubicado en el lado izquierdo del salpicadde­ro o las levas del cambio ancladas en la columna de dirección. Más criticable es el hecho de que no pueda bloquearse el portón de acceso a la caja de carga, que no va unido al cierre centraliza­do y dispone de llave independie­nte.

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