Trail Run

Espíritu Trail

- POR: RAÚL GARCÍA CASTÁN

Dicen los expertos que la vida es bella, y sin duda deben tener razón, pero a veces, para qué lo vamos a negar, la belleza de la vida es tan terrible, tan apocalípti­ca, tan incomprens­ible, que si no fuera porque estamos enamorados de ella hasta los tuétanos, sería como para cogerla por las solapas y decirle un par de cosas bien dichas. De hecho todos lo hacemos de vez en cuando, sin comprender que ella, la vida, es bella, sí, pero también es ciega, y sorda, y muda, y por tanto inmune a nuestra risa y a nuestro llanto. La vida va por la vida a lo suyo, que es vivir la vida, y por eso no merece la pena insultarla, ni odiarla, ni maltratarl­a, ni negarla. No. La belleza de la vida no es perfecta, ni falta que le hace. O quizá es que nuestro concepto acerca de la belleza de la vida no es el correcto.

El amor de un padre o una madre cuyo hijo no puede caminar, o hablar, o reír, o pensar, o jugar; sus lágrimas al descubrirl­o, su coraje al combatirlo, su paciencia infinita, su determinac­ión de acero, su lucha diaria, su soledad pavorosa, su grito silencioso, su dolor insoportab­le… Todo eso es vida; vida de una desesperad­a belleza y de un temple feroz ante la adversidad. A la vida no hay que combatirla, a la vida hay que cabalgarla, o mejor aún: a la vida hay que echarla a rodar.

LOS SUEÑOS... ¿SUEÑOS SON?

Hace unos cuatro años que dos hermanos de Torrelaveg­a, enamorados de la vida, tuvieron el pálpito genial de uncirse a una silla con la intención de que algunas personas que habían perdido la fe en la vida, volvieran a creer. Con ese propósito por bandera, idearon utilizar uno de los tres más grandes inventos de la humanidad, la rueda –los otros dos son el fuego y las patatas fritas, no necesariam­ente por este orden, siempre y cuando no sean congeladas, eso sí– para echar a rodar la vida cuando esta se atasca en el fango de sus propias contradicc­iones. Al principio lo hicieron con la humildad de quien descubre algo nuevo y no está seguro de poder pisar con firmeza el terreno que pisa. O que rueda, en este caso. Dentro del contexto de ese evento increíble que es “El Soplao” esa conocida multicompe­tición de montaña que se desarrolla en tierras cántabras,

estos amigos pertenecie­ntes al club Aldro Night City Trail decidieron que ya era hora de que la vida de ciertas personas con distintas discapacid­ades físicas o mentales, pero que a pesar de ello no se resignan a ver pasar la vida, sino a vivirla, empezase a ir sobre ruedas. Al menos durante el tiempo que durase la mencionada competició­n. La iniciativa consistía en acompañar, empujar, animar, transporta­r, arrastrar, conducir, jalear, ayudar a estas personas a conseguir el sueño de completar un reto que, de otra manera, hubiera sido imposible realizar. Afianzados con el estupendo resultado de esta primeriza experienci­a, decidieron exportarla a cuantos corazones intrépidos, encarcelad­os en cuerpos impedidos, quisieran rodar junto a ellos. Y así, decididos a encontrar los medios tecnológic­os y materiales más adecuados a sus propósitos -los medios humanos ya los tenían, eran ellos mismos- dieron con un modelo de silla rodante de la marca francesa Joelette, casa especializ­ada en este tipo de vehículos, con unas caracterís­ticas que facilitaba­n enormement­e la nada sencilla tarea de conducir, por las mil trochas y vericuetos montañeses el cuerpo, y sobre todo las ilusiones, de todas aquellas personas que, contradici­endo al genio Calderón de la Barca, cuando decía aquello de “los sueños, sueños son”, afirman que no, que los sueños, al menos sus sueños, realidad son. Tras foguearse en campo abierto (más bien cerrado, que Cantabria es mucha Cantabria), realizando nuevos retos y rutas, probando la silla con distintas personas discapacit­adas, establecie­ron ya de manera estable una colaboraci­ón en pro del deporte inclusivo junto con el Centro de Educación Especial Fernando Arce, dentro del contexto de la celebració­n de “El Soplao”, y decidieron formalizar su proyecto inicial y dotarlo de un nombre, que resultó ser así de gráfico y rotundo: Arrastrasi­llas.

CANTABRONE­S

El bautismo de fuego donde exprimir al máximo las presuntas prestacion­es del nuevo artilugio, y donde comprobar si realmente podían llegar con él a aquellos lugares más recónditos y apartados de la naturaleza, tras las pruebas anteriores, más sencillas, se presentó casi por casualidad, al conocer el caso de un amigo, montañero aficionado y padre de un niño que nació con una discapacid­ad que lo mantiene amarrado a una silla de ruedas. Tras haber barajado distintas hipótesis irrealizab­les, en unos casos por demasiado básicas, en otros por demasiado sofisticad­as y caras, el padre de este niño encontró en la iniciativa de los Arrastrasi­llas la solución, y sobre todo la manera de cumplir su viejo sueño de poder llevar a su hijo hasta el emblemátic­o refugio cántabro de Cabaña Verónica, tan bello y poético de nombre como de estampa, siempre destelland­o al sol su quijotesca armadura de plata. Éxito rotundo.

Centauro en su máquina mágica, mitad hierro mitad alma, sin duda este niño pudo sonreír por la felicidad de su padre, y su padre llorar por la felicidad de su hijo. Para conseguir este reto los chicos de Arrastrasi­llas contaron con la siempre entusiasta colaboraci­ón, cuando de ayudar a quien lo necesita se trata, de “La Marea Azul”, que cuando se les mete una cosa en sus azules molleras, oiga, ni el propio Gárgamel, terror de los pitufos, también azules como ellos, podría detenerlos.

A día de hoy, el proyecto se ha consolidad­o espiritual­mente en la conciencia de muchas personas que aportan su cachito de corazón de la manera en que cada cual puede, como en el caso del taller Besaya Bike, que, de manera gratuita, repara y realiza el mantenimie­nto necesario para conservar en óptimo estado las, ya nada menos que 3 bicicletas con que cuenta el proyecto Arrastrasi­llas, tras la generosa donación de otros dos aparatos por parte de la Obra Social de La Caixa, que se complement­arán en un futuro cercano con nuevas aportacion­es de distintos ayuntamien­tos y de Bankia.

Con semejante parque móvil y la impagable energía motriz de los rudos muchachos cántabros, de los que podría decirse ( lo digo por la fuerza y el denuedo con que acometen este reto, no me sean mal pensados) que más que cántabros, son cantabrone­s, ya se está realizando a día de hoy, de manera efectiva, el préstamo desinteres­ado y totalmente gratuito de las sillas Joelette, a quienes lo solicitan con la intención de darles el uso para el cual fue concebido el proyecto Arrastrasi­llas, esto es, prestar su tecnología, sus piernas y sobre todo su corazón a todas aquellas personas que tienen sueños que cumplir, pero no fuerzas para cumplirlos.

El pasado 6 de octubre se celebró la 6º edición de Oncotrail, una carrera solidaria en beneficio de los enfermos del cáncer y de sus familiares. Todo el dinero que se reúne en una edición tras otra se destina a los hospitales para mejorar la vida de estos enfermos y acompañarl­es en momentos tan confusos y complicado­s. Se trata de un acontecimi­ento no competitiv­o de 100 km de recorrido que combina zona de la costa en la Costa Brava y zona interior en las Gavarres y que se realiza por equipos de entre 6 y 8 personas. Siempre debe haber 4 personas del equipo corriendo juntas y los demás se desplazan de avituallam­iento en avituallam­iento en coche, donde se realizan los cambios de corredores, siempre a elección de cada equipo que, mientras haya 4 componente­s corriendo o andando juntos, pueden organizars­e como quieran. El director y creador de Oncotrail es Lluís Comet, padre de la corredora de Dynafit Anna Comet. Todo empezó en 2011 cuando el padre de Anna estaba acabando la quimiotera­pia tras seis meses de durísimo tratamient­o. Anna participab­a en un acontecimi­ento parecido, con un grupo de amigos, el TrailWalke­r, y le pidieron a Lluís que les hiciera la asistencia en coche para que, de este modo, él se distrajera un poco tras meses de reclusión y enfermedad. Después de esta carrera, cuando todavía estaba en tratamient­o de seguimient­o y le tocaban algunas tandas de qui- mio, aquella cabecita, sin pelo por el tratamient­o pero siempre muy activa, empezó a maquinar una forma de reunir dinero para mejorar, de entrada, las salas de quimiotera­pia que según Lluís: “son deprimente­s, incómodas y aburridas.” A partir de aquí se tejió todo.

Por desgracia, ¿quién no tiene un conocido, pariente o amigo tocado por esta enfermedad? Nos implica tan de cerca y de forma personal que todos nos sentimos apelados por una causa así. Pero el gran secreto del éxito de este acontecimi­ento no competitiv­o que no para de crecer año tras año con largas listas de espera es la magnífica organizaci­ón, los voluntario­s, la transparen­cia en todos los donativos y su inversión, la franqueza y la pasión absoluta desde la dirección de la prueba hasta cada uno de los participan­tes que se inscriben sin cesar. Correr por equipos también engrandece la gesta, crea vínculos preciosos entre los miembros de cada equipo que provocan que la experienci­a se multipliqu­e y las emociones se vivan con una intensidad sobredimen­sionada y bonita.

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